domingo, 29 de mayo de 2011

EL HOMBRE DE VIDA INEXPLICABLE. Anónimo

Había una vez un hombre llamado Moyut. Vivía en una aldea en la que había obtenido un puesto como pequeño funcionario y parecía muy probable que fuese a terminar sus días como inspector de pesas y medidas. Una tarde, cuando estaba caminando por los jardines de un viejo edificio cerca de su casa, el Jádir -misterioso guía de los sufíes- se le apareció vestido con una túnica de brillante verde. Moyut se encontró con el Jádir y el Jádir le dijo:

-Hombre de brillantes perspectivas, deja tu trabajo y encuéntrame junto a la ribera del río dentro de tres días.

Y desapareció.

Moyut fue a ver a su superior, conmovido por este encuentro, y le dijo que tenía que partir. Todo el mundo en la aldea se enteró pronto de esta decisión, y dijeron: “Pobre Moyut, se ha vuelto loco”. Pero como había muchos candidatos para su puesto no tardaron en olvidarlo. En el día señalado Moyut se encontró con el Jádir, quien le dijo:

-Quítate las ropas y arrójate al río. Quizás alguien te salvará.

Moyut lo hizo sin rechistar, aunque se preguntaba si se había vuelto loco. Puesto que sabía nadar no se hundió, pero fue arrastrado por las aguas largamente antes de que un pescador lo hiciera subir a su bote y le dijera:

-Hombre loco, la corriente es muy fuerte, ¿qué estás tratando de hacer?

Moyut dijo:

-Realmente no lo sé.

-Estás loco -dijo el pescador-, pero te llevaré a mi cabaña junto al río, y veremos qué puedo hacer por ti.

Cuando el pescador descubrió que Moyut hablaba bien, aprendió de él a leer y a escribir. En cambio le dio alimento y un lugar donde habitar. Moyut ayudaba al pescador en su trabajo. Después de unos pocos meses el Jádir volvió a aparecer, esta vez al pie de la cama de Moyut, y le dijo:

-Levántate y deja a este pescador. Ya veremos qué se hace contigo.

Moyut salió inmediatamente de la cabaña, se vistió como pescador y vagabundeó hasta llegar a una carretera. Cuando se hizo el día vio a un agricultor en un burro en su camino hacia el mercado.

-¿Buscas trabajo? -le preguntó el agricultor-, porque necesito a un hombre que me ayude para traer de vuelta algunas compras que debo hacer.

Moyut lo siguió. Trabajó para el agricultor durante casi dos años, tiempo en el cual aprendió bastante sobre agricultura, pero sobre ninguna otra cosa. Un atardecer, mientras estaba limpiando algodón, se le apareció el Jádir y le dijo:

-Deja este trabajo, ve a la ciudad de Mosul y usa los ahorros para convertirte en un mercader de pieles.

Moyut obedeció. En Mosul se hizo conocido como mercader de pieles y no volvió a ver al Jádir durante tres años. Había ahorrado una suma considerable de dinero y estaba pensando en comprar una casa, cuando el Jádir volvió a aparecérsele y le dijo:

-Dame tu dinero. Vete de esta ciudad. Ve tan lejos como Samarkanda, y trabaja allí como almacenero.

Moyut lo hizo. En realidad empezó a mostrar signos bastante ciertos de iluminación. Curaba a los enfermos, servía a sus conciudadanos y durante su tiempo libre notaba que los misterios se iban profundizando en él cada vez más acentuadamente. Filósofos, hombres de negocios, lo visitaban y le preguntaban:

-¿Con quién estudiaste?

-Es difícil decirlo -contestaba Moyut.

Sus discípulos le preguntaban:

-¿Cómo empezaste tu carrera?

Él decía:

-Como un pequeño funcionario.

-¿Y la abandonaste para dedicarte a la mortificación?

-No. Simplemente la abandoné -decía Moyut.

Y sus discípulos no lo entendían. La gente se le acercaba para escribir la historia de su vida.

-¿Qué has sido en tu vida? -le preguntaban.

-Salté a un río, me convertí en pescador; después me fui de una cabaña en la mitad de una noche; después de esto me volví agricultor, y mientras estaba limpiando algodón cambié y fui a Mosul, donde me convertí en un mercader en pieles. Ahorré algún dinero allí, pero lo dejé, y después vine a Samarkanda y trabajé como almacenero. Y aquí es donde estoy ahora.

-Pero esta conducta inexplicable no ilumina para nada tus dones tan extraños y tus ejemplos maravillosos, decían los biógrafos.

-Así es -decía Moyut.

De tal suerte, los biógrafos organizaron para Moyut una historia muy excitante y maravillosa, porque todos los santos deben tener su historia, y la historia debe estar de acuerdo con el apetito del oyente, no con las realidades de la vida. Y nadie puede hablar del Jádir directamente. Tal es la razón por la cual esa historia no es cierta. Es una representación de la vida. Esta es la verdadera vida de uno de los más grandes sufíes.

sábado, 21 de mayo de 2011

INTERIORIDAD

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
Enseñanza de Jesús, en el Evangelio según San Mateo
Capítulo 22, versículo 39.

La interioridad no es un lugar cerrado, como un espacio cualquiera.  Es cierto que se usa la imagen espacial para poder expresarlo. Se dice que es una habitáculo, un jardín encerrado, una habitación oculta.  Se nos invita a entrar en nuestro interior, a cerrar nuestros ojos para que nada quede abierto al exterior.  Del mismo modo, se nos alerta de no distraernos con ningún sonido, dado que nuestros oídos no cuentan con ningún mecanismo físico para quedar aislados. 

Poco a poco, la imagen espacial nos va invadiendo y nos va encerrando en una gran dificultad.  Nos sentimos principiantes torpes en un campo en donde otros se muestran con una gran experiencia.  Nos damos cuenta de que no pertenecemos al grupo de los espirituales, de que nuestro destino no es nada más que el de una vida común. 

Si se nos vienen momentos duros en la vida, siempre hay alguna oración que aprendimos en la niñez.  O podemos entrar en una iglesia un rato, nos calmamos, y listo.  También hay otras cosas accesibles que nos permiten pasar los malos tragos sin tener que recurrir a la interioridad, hecha para expertos y gente importante.  Ya bastantes preocupaciones hay en la vida para meterse en ese mundo oculto.  Hasta suena a veces como algo de gente alterada, neurótica.  Tanto silencio, tanta interioridad, pueden volver loco.

Es cierto que a veces podemos sentir un poco de melancolía y suspiramos por una vida más religiosa, que nos tranquilice ante tanto misterio de la vida.  Envidiamos un poco a aquellos que fueron formados en una fe y que suelen tener respuestas ante las dificultades. Pensamos que deben tener una vida más fácil.  Lo que nos consuela algo es que también esa actitud espiritual a veces nos parece bastante aburrida y poco placentera.

Esta es una mínima expresión de lo que sentimos en nuestro tiempo desde una imagen meramente espacial de la interioridad. Estamos excluidos de la espiritualidad y no tenemos fuerzas, ganas, tiempo o posibilidades de cambiar.

Si nos fijamos en la tradición de la humanidad, esa herencia de la que podemos hacer uso cuándo queramos y cuántas veces tengamos ganas, encontraremos que la interioridad es accesible a todos, la tenemos al alcance de la mano, y vivimos sumergidos en la misma.  No es una cuestión de espirituales, ni de expertos.  Tampoco pertenece exclusivamente al ámbito de los creyentes. Los que no creen en nada, también los agnósticos, incluso los que mezclan todo, los que no se han decidido, los que obran por simple influencia del ambiente, los audaces como los timoratos, todos tienen vida interior.  Es constitutivo del ser humano, como tener cabeza.  Es tan natural en nosotros como comer o pensar. 

A propósito comparo la interioridad con el pensar.  Nos cuesta aceptar el valor del pensamiento propio y el ajeno, sobre todo si son personas de vida común.  Para esto, un simple ejercicio.  Tomemos alguno de los encuentros que tenemos en la vida cotidiana, con familiares o amigos, y hagámonos el propósito de escuchar.  Sí, algo tan sencillo como prestar atención a lo que el otro nos diga, tratando de entender lo que nos cuenta, sin interferir con referencias a las cosas propias.  Prestarle atención de tal manera que nos quede la convicción de que realmente entendimos lo que el otro dice.

En realidad, la interioridad es el ámbito propio de la vida plena, de aquello que buscamos con intensidad.  Las tradiciones prometen, para esa realidad, la paz y la alegría.

Más valiosa que la imagen espacial es pensar la interioridad como la intimidad.  Lo que está más cerca del centro del propio ser.  Si vemos el símbolo del círculo, la interioridad es la referencia de todos los puntos de la circunferencia, generados por un centro potente e inmóvil, con el cual están siempre relacionados.

Vista así, entrar en la interioridad es entrar en un universo.  En ese universo está lo que sé y lo que siento, un mundo de conocimientos, intuiciones, de noticias.  También están los afectos, los que hemos decidido y los que se nos han manifestado.  Siguiendo, nos encontraremos con las sensaciones captadas por los cinco sentidos corporales: las imágenes, figuras y formas que “entran” por nuestros ojos;  los sonidos que “entran” por nuestros oídos;  los sabores a los que se accede con el gusto;  los olores que captamos con nuestro olfato;  finalmente, la orientación del tacto, capaz de despertar inmensos placeres o inesperados horrores.  Es notable cómo la metáfora del “entrar” se mantiene, pensando en la interioridad como lugar.

Continuando el recorrido de nuestra intimidad nos encontramos con la imaginación, rudimentaria o alucinante, que nos acerca al inmenso mundo de los sueños, llenos de significados y realidad para los que atienden, pero influyentes en todas las personas sin excepción.

Hay otros elementos en nuestra interioridad que son menos atendidos pero que están plenamente en nosotros.  Por ejemplo, los numerosos procesos químicos, físicos, orgánicos, que se dan constantemente.  ¿Quién decidió los latidos del propio corazón? ¿Quién decide sobre cada poro de su piel en el constante intercambio que hay con el medio ambiente?

Sabemos, por geometría, que la circunferencia está formada por infinitos puntos.  Así es nuestra interioridad.  Pensemos en todo lo que no conocemos de nosotros mismos, de todo lo que nos vamos dando cuenta y de lo que nunca conoceremos.  Sabemos cómo influye la luna en las mareas, ¿no influirá también en nosotros?  Muchas veces no prestamos atención a procesos tan obvios como el día y la noche, ¿cómo vamos a saber de otros más sutiles?

La interioridad, según el símbolo mencionado, nos lleva a un centro.  ¿Cuál es el centro inmóvil? ¿Cómo lo llamaremos, simplemente YO? ¿No nos da la impresión de que es insuficiente para mostrar lo que somos?

Por ahora nos alcanza saber de la inmensidad de nuestro interior y que además hay un centro, inmóvil y potente, que da sentido al nudo de relaciones que observamos en nosotros mismos.

Es tan grande lo que somos que, al sumergirnos, necesitamos del silencio para vislumbrarlo.  Y si es así lo que asoma, un mundo nada aburrido, de gozo y de placer, está al alcance de la mano.

martes, 10 de mayo de 2011

NO TE AFLIJAS. Poema de Hafiz (1325-1389)


No te aflijas: la belleza volverá a encantarte con su gracia;
tu celda de tristeza se trocará en un jardín de rosas.

No te aflijas: tu mal será trocado en bien;
no te detengas en lo que te inquieta,
pues tu espíritu conocerá de nuevo la paz.

No te aflijas: una vez más la vida volverá a tu jardín
y pronto verás, ¡oh cantor de la noche!
una corona de rosas en tu frente.

No te aflijas si, algún día,
las esferas del cosmos no giran según tus deseos,
pues la rueda del tiempo no gira siempre en el mismo sentido.

No te aflijas si, por amor,
penetras en el desierto y las espinas te hieren.

No te aflijas, alma mía,
si el torrente del tiempo arrastra tu morada mortal,
pues tienes el amor para salvarte del naufragio.

No te aflijas si el viaje es amargo,
no te aflijas si la meta es invisible.
Todos los caminos conducen a una sola meta.

No te aflijas, Hafiz,
en tu rincón humilde en que te crees pobre,
abandonado a la noche oscura,
y piensa que aún te queda tu canción y tu amor.


Este poema fue presentado a unos amigos en sus respectivos cumpleaños. Puede referirse a cualquiera de nosotros. Hafiz lo ha firmado con su nombre en un verso. Pero su enseñanza abre el horizonte de nuestra vida hasta lo desconocido, eso que siempre está presente. 

sábado, 7 de mayo de 2011

Paulo Freire: una lectura del mundo

Escrito por Frei Betto.


«Ivo vio la uva», enseñaban los manuales de alfabetización. Pero el profesor Paulo Freire, con su método de alfabetizar concientizando, hizo que adultos y niños en Brasil, en Guinea Bissau, en la India y en Nicaragua, descubrieran que Ivo no vio sólo con los ojos. Vio también con la mente y se preguntó si uva es naturaleza o cultura.

Ivo vio que la fruta no resulta del trabajo humano. Es Creación, es naturaleza. Paulo Freire enseñó a Ivo que sembrar uva es acción humana en la y sobre la naturaleza. Es la mano, multiherramienta, despertando las potencialidades del fruto. Así como el propio ser humano fue sembrado por la naturaleza en años y años de evolución del Cosmos.

Recoger la uva, triturarla y transformarla en vino es cultura, señaló Paulo Freire. El trabajo humaniza a la naturaleza y al realizarlo, el hombre y la mujer se humanizan. Trabajo que instaura el nudo de relaciones, la vida social. Gracias al profesor, que inició su pedagogía revolucionaria con trabajadores del Sesi de Pernambuco, Ivo vio también que la uva es recogida por jornaleros que ganan poco, y comercializada por intermediarios, que ganan mejor.

Ivo aprendió con Paulo que, aún sin saber leer, él no es una persona ignorante. Antes de aprender las letras, Ivo sabía construir una casa, ladrillo a ladrillo. El médico, el abogado o el dentista, con todo su estudio, no era capaz de construir como Ivo. Paulo Freire enseñó a Ivo que no existe nadie más culto que otro, existen culturas paralelas, distintas, que se complementan en la vida social.

Ivo vio la uva y Paulo Freire le mostró los racimos, la parra, la plantación entera. Enseñó a Ivo que la lectura de un texto es tanto mejor comprendida cuanto más se inserta el texto en el contexto del autor y del lector.

Es de esa relación dialógica entre texto y contexto que Ivo extrae el pretexto para actuar. En el inicio y en el fin del aprendizaje, es la praxis de Ivo lo que importa. Praxis-teoría-Praxis, en un proceso inductivo que vuelve al educando sujeto histórico.

Ivo vio la uva y no vio al ave que, desde arriba, observa a la parra y no ve a la uva. Lo que Ivo ve es diferente de lo que ve el ave. Así, Paulo Freire enseñó a Ivo un principio fundamental de epistemología: la cabeza piensa donde los pies pisan. El mundo desigual puede ser leído por la óptica del opresor, o por la óptica del oprimido. Resulta una lectura tan diferente una de la otra como entre la visión de Ptolomeo, al observar el sistema solar con los pies en la Tierra, y la de Copérnico, al imaginarse con los pies en el Sol.

Ahora Ivo ve la uva, la parra, y todas las relaciones sociales que hacen del fruto fiesta en el cáliz del vino, pero ya no ve a Paulo Freire, que se sumergió en el Amor en la mañana del 2 de mayo de 1997. Nos deja una obra inestimable, y un testimonio admirable de competencia y coherencia.





viernes, 6 de mayo de 2011

Nuestro lugar en la inmensidad

La vida es inabarcable.  No hay posibilidades de cubrirla toda ni desde la mirada exterior ni interior.  Se escapa de mil maneras, se escurre por múltiples lados.  Y esto lo entendemos parados en un lugar.

Una característica del lugar en donde nos paramos es que buscamos hacia donde nos lleve la felicidad. Aceptamos todo lo que podemos de la vida, pero empujados por la felicidad, porque así hemos sido creados.

La felicidad abarca lo que cada uno desea en lo más hondo de su ser, sea cual sea el nombre que le haya dado. Vida eterna, liberación, plenitud, realización, alegría, justicia, paz, o cualquiera que sinceramente lo anime a estar en la vida.

Otra característica de ese lugar en donde nos hemos posado, es que se parece al lugar elegido por el hombre común, esas mujeres o varones que en diversas situaciones y en distintos tiempos, imprimen la inmensidad en moldes cotidianos.  Y creemos que esos sencillos moldes son los vehículos de las revelaciones más profundas.

A lo mejor este camino que recorremos nos lleva a una deseada trascendencia, es decir, al testimonio firme de que la vida presente ya no se terminará más.  Deseamos que cambie y que se mejoren las condiciones, que realice una conversión tan firme hacia lo luminoso de tal modo que la oscuridad sea solamente un recuerdo y no una posibilidad.

El lugar en donde nos hemos situado es siempre de muchos, es un lugar comunitario y fraterno.

Muchas fuerzas mueven las cosas.  Son exteriores o interiores, desconocidas o voluntarias y conscientes, pero todas comparten la misma potencia: el Amor.