martes, 30 de agosto de 2011

MIRAR EL FUEGO

Las tradiciones han sido invitadas a contemplar.  La mirada contemplativa es mirar sin pensar que se está viendo, es el puro mirar.  Arrastra todos los sentidos y nuestra interioridad.

“Cuando se mira sin ver, la tierra es tierra nomás”, dice Atahualpa Yupanqui.  Cuando se mira viendo, ¿qué se ve?  Lo que se ve es lo que se relata. Leyendas, cuentos, eso es lo que se ve.  No hay ninguna intervención, no hay razonamientos previos, no hay acuerdos entre los miembros del grupo. Allí la mirada se transforma en palabras, y nace un lenguaje con características propias.

El lenguaje de los mitos es generoso.  Transmite cuestiones útiles, cómo se hacen ciertas cosas o cómo lograrlas.  Y además de dar el sentido de lo que estamos buscando, nos cuenta con cuáles dificultades nos encontraremos, o quiénes nos ayudarán en nuestras realizaciones.

El lenguaje de los mitos es bello. Nos hace descubrir la armonía de la realidad. Con situaciones atractivas o tremendas, poniendo en juego nuestros sentimientos e imaginación, nos lleva a una situación de plenitud que no se puede describir, pero que reconocemos como belleza.

En los mitos toda persona se mueve a sus anchas.  Porque esos relatos dejan espacio para todas las potencias humanas.  La razón humana se siente a gusto en los mitos, la voluntad se ve fortalecida con un sentido, la imaginación ocupa un digno lugar, los sentidos son de verdadera utilidad, y permanecen atentos.  El lenguaje de los mitos es humano.

A continuación se presentan dos mitos, dos miradas del fuego.



La leyenda de la risa del hornero y el origen del fuego.

  Aunque el hornero era muy trabajador, le gustaba mucho reírse. Construía su casa, vivía allí un tiempo y luego la vendía.

Hornero
Los otros animales hacían fiestas y no invitaban al hornero porque creían que se iba a reír de ellos. Estos animales eran la tortuga, el quirquincho, el pichi, el suri o ñandú, la chuña, el conejo, el coy y la abuelita araña. Todos iban a comer a lo del Itoj Pajla, el Hombre de Fuego.

Un día el hornero los alcanzó. Pero la avispa le pidió que por favor no se fuera a reír porque el   Hombre de Fuego se enojaría. 

 El Itoj Pajla estaba sentado y cada uno de los animales le pasaba su olla. Él las ponía de a una sobre sus rodillas y de este modo el agua de la olla no tardaba en hervir.

 El hornero estaba alrededor del Hombre de Fuego junto con los otros animales. El suri abrió sus alas y tapó al hornero, temeroso de que riera, aunque el hornero le había asegurado que no lo haría.

Chuña
Había un gran silencio en el lugar. El hornero vio que el Hombre de Fuego tenía todo el cuerpo cubierto de fuego. Cuando vio los testículos con fuego, no pudo contener la risa.

-¿Quién se ríe de mí? -quiso saber el Itoj Pajla.

Nadie respondió. Temerosos de su ira, comenzaron a retroceder.

-Ahora se va a quemar todo el mundo.

Y comenzó a largar fuego mientras todos huían. El fuego se extendió por todas partes, persiguiendo a los animales. La tortuga alcanzó a meterse en el agua y el fuego le pasó por encima. Los demás corrían hacia el mar. El suri y la chuña fueron los primeros en llegar. Parecía que el fuego ya alcanzaba a los otros, pero también llegaron a tiempo y pasaron al otro lado del mar.

Tortuga
El hornero tenía la culpa de eso, pero hasta hoy sigue riéndose.

La tortuga se quedó en el agua, convirtiéndose en tortuga de agua.

Antes la gente no tenía fuego. Sólo Itoj Pajla lo tenía. Pero luego del incendio el fuego quedó en los árboles. Si el hornero no se hubiera reído no tendríamos fuego.

Fuente: El ciclo de Tokjuaj y otros mitos de los wichis (compilación, prólogo y notas de Buenaventura Terán), Biblioteca de Cultura Popular, Ediciones del Sol, 1998.



Quirquincho
Ñandú



Mito del origen del fuego.

En todas las comunidades, el uso del fuego es imprescindible, vital. Los guaraníes tienen una explicación mítica sobre la forma en que han logrado hacerse nuevamente del valioso elemento que le otorgara ÑANDERUGUASU y que, al parecer, lo habían perdido, sin que haya una explicación de cómo ni porqué.

Los Mellizos lo recuperaron de los YRYVU KUÉRA (cuervos), seres despreciables y egoístas, que se habían apoderado del indispensable factor y lo guardaban celosamente, custodiándolo en todo momento para que nadie pudiera utilizarlo. Las negras aves carroñeras se habían convertido en sus exclusivas dueñas.

ÑANDERYKE'Y, planeó un artilugio para rescatarlo de sus detentadoras, pues resultaba esencial para el desarrollo de la vida. El fuego tiene una aureola sagrada que atrae a todos los seres vivientes. Siendo capaz de destruir la existencia, a la vez, ofrece condiciones de vitalidad tan poderosas que la vida no podría desarrollarse sin él. En los fogones, las miradas se encandilan en las danzas de sus llamas que cobijan las imaginaciones de la mente. Su energía es la que cuece los alimentos. Su fuerza, provee tibieza para el hogar y purifica de todo mal. Su calor protege del crudo invierno y madura las ideas y los sentimientos.
Sin título.
Edith Jiménez (Paraguay, 1918-2004)

Esperando lograr que su plan sea exitoso, ÑANDERYKE'Y, se hizo acompañar de su hermano Menor a la zona donde moran las grandes aves de rapiña. Al avistarlas, ocultó a TYVYRA'I entre unos arbustos y, simulando estar muerto, se echó en el suelo, emitiendo nauseabundos olores. Los cuervos descubrieron enseguida la presencia del supuesto cadáver. Sus finos olfatos percibieron muy pronto el olor del alimento y sus penetrantes miradas ubicaron rápidamente la presa. Con prudencia, rondaron el lugar sobrevolando al bulto tumbado. Al notar que todo estaba tranquilo y comprobar la ausencia de otros seres, trajeron el fuego. Una vez dispuestos los encendidos carbones sobre el cuerpo tendido, se posaron en las ramas de unos árboles cercanos y esperaron que se cocinara la presa. Repentinamente, el mayor de los Gemelos, se incorporó y, sacudiéndose enérgicamente, arrojó una multitud de brasas a su alrededor. En ese momento, un KURURU (sapo), implicado en la artimaña, saltó desde su escondite sobre las ascuas desparramadas y tragó varias de ellas. Los engañados cuervos recogieron prestamente sus fuegos y emprendieron una veloz huida despavorida. Entonces, ÑANDERYKE'Y, ordenó al sapo que le entregara lo que había recogido pero éste se resistió y queriendo engañarlo, dijo no haber tomado ninguno. Ante la insistencia y la amenaza de castigo, optó por vomitar varios carbones encendidos. Cuentan que, desde aquel tiempo, el sapo quedó con la piel rugosa, como ampollada, debido a la lumbre que había tragado.

Dos Figuras.
Lilí del Mónico
 (Suiza, 1910- Paraguay, 2002)
Al recuperar el fuego, el héroe guaraní, lo depositó dentro del tronco de varios árboles cuyas ramas, hasta hoy, contienen la fuerza ígnea que se les entregó en custodia. ÑANDERYKE'Y, conservó ése secreto y conoce cómo obtener el fuego. Sabe cómo usarlo y controlarlo. Él, lo preservó al almacenarlos en esos gajos que, cuando están bien secos, frotados unos con otros, reproducen el valioso elemento. Ése conocimiento lo transmitió a la descendencia guaraní que aprendió cómo generarlo desde esas ramas. Es uno de los legados que ÑANDERYKE'Y, ha dejado para uso perenne. El tesoro de luz y calor había vuelto a manos de los moradores de las selvas, pero parece ser que la aculturación les hizo olvidar la forma de originarlo. Ahora, esa habilidad es reemplazada por el simple fósforo, que tiene que comprar.

Si el Origen del fuego constituye un Mito guaraní, también lo es el Fuego en sí mismo. La forma de generarlo es un ritual de raíz sagrada. Ambas creencias están dentro de lo sacro. Trascienden la mera enunciación de la ocurrencia. Superan el simple relato. Tienen influencia en la mentalidad y la conducta colectiva.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS GUARANÍES, por Girala Yampey, Editorial Manuel Ortiz Guerrero, Patronato de Leprosos del Paraguay, Asunción - Paraguay, 2003.




Ñandutí.
Livio Abramo
(Brasil, 1903-Paraguay, 1992)

sábado, 20 de agosto de 2011

El hombre del cuatro: FUEGO


“Hemos dicho palabras,
palabras para despertar muertos,
palabras para hacer un fuego,
palabras para poder sentarnos
y sonreír.”
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972)

“Atizo en mí una llama.
 …Mi corazón es el hogar,
 la llama es el yo domado.”
(Buda, “Sumyuttanikaya”, 1,169)


1. Luz y calor.

El fuego es fascinante, nos atrae con sus movimientos, sus colores, su luz y su calor. Los fogones reúnen a los que viven en el campo en las horas de la noche o en los días de lluvia.  El fuego tiene la fuerza convocante capaz de abrigar la reunión, la conversación, el intercambio.  Como protector también se lo usa para defenderse de las alimañas y de las bestias salvajes.

El fuego sólo puede ser fuego mientras haya algo que quemar.  Lo que se quema se transforma por el fuego, se convierte en ceniza que el viento esparce.  El fuego se alimenta de aquello que le da vida.  El fuego consume, y cuando se enfurece, destruye.

Visión del Universo,
 dibujo en el texto Scivias,
 de Santa Hildegarda de Bingen O.S.B.
 (Alemania, 1098 - 1179)
La vida es como fuego, que consume nuestro ser día a día.  Está en nuestra libertad la manera de envejecer.  Podemos ser consumidos por la vida que nos va transformando en luz y calor, como el fuego transforma lo que quema.

Están los fuegos artificiales de las fiestas, para espantar los espíritus malignos y ahuyentar las penas.  Que reine la alegría por un breve tiempo. 

En las fiestas de San Juan se encienden fogatas.  Es el 24 de junio, que coincide con un solsticio.  En esta ocasión, el fuego invoca al sol, para que se quede, para que recorra el cielo regularmente, siendo una permanente fuente de energía y vida para la naturaleza.

Como seres humanos vivimos sobre la tierra, navegamos las aguas pero no podemos permanecer en el fuego.  De lejos nos ilumina, de cerca nos quema.

Miramos al fuego, que tiende hacia arriba.  Como dice una tradición primitiva: “el fuego es del cielo, pues sube, mientras el agua es de la tierra, pues desciende en forma de lluvia”.


2. El fuego que consume vida.

El fuego, como componente de nuestro ser, nos lleva a abrir las perspectivas de la propia interioridad.

Sentimos que somos algo más que individuos.  El individuo es el que tiene una vida razonable.  Sabe quién es y actúa en consecuencia.  Un buen individuo se preocupa por el control de su cuerpo, por el embellecimiento de su alma y por tener buenas relaciones con otros.  Tiene un saber adecuado de su propia persona.  A este saber del propio ser lo llamamos ego, que se traduce a nuestra lengua como yo.  Pero nos damos cuenta que en realidad somos mucho más que eso. Percibimos que lo que sabemos de nuestra propia persona es muy limitado.  Hay demasiadas cosas que escapan a nuestro entender. 

Hay algo que abarca lo que sabemos y lo que ignoramos, que reúne todo lo que cada uno es.  Asume lo visible y lo invisible, lo racional y lo intuitivo, y lo llamamos el “sí mismo”.  Nos falta en nuestra lengua una expresión más clara. 

El “sí mismo” está más allá del saber, no lo podemos abarcar con nuestro estudio y razón.  Pero hay dos caminos para acercarse a él.  El primero es el de la intuición.  Esta potencia, que forma parte de nuestra esencia humana, está en relación con la inteligencia y la confianza.  La inteligencia, que viene de inter legere que es leer entre líneas, nos permite leer dentro de la realidad, y podemos por comparación, acercarnos a lo que no vemos mediante lo que vemos.  La confianza es la actitud de entrega a la realidad, que comparte su riqueza sin fondo y es inabarcable. 

El otro camino es el de la revelación. Nuestro “sí mismo” se manifiesta constantemente. El camino de la revelación es estar atentos al “sí mismo” que se da a conocer en la acción del amor, cuando doy y cuando recibo.  Por ejemplo, los que nos aman suelen percibir aspectos de nosotros mismos que francamente desconocemos.  Y a veces nos sorprende que haya personas que no se den cuenta de su valor y profundidad, lo que para nosotros es evidente en el amor. Nadie puede abarcar su “sí mismo” mediante la razón, sino que se manifiesta en el amor del otro. 

La enseñanza universal: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, no es solamente una norma de comportamiento humano.  Es la revelación del amor, que en una acción llena de plenitud muestra simultáneamente la grandeza del hombre y la profundidad del “sí mismo”.

El fuego simboliza el “sí mismo” en el hombre.  La plenitud humana es un fuego encendido, cálido y luminoso.  El “sí mismo” es la posibilidad concreta de la felicidad.  Indica el fundamento para un auténtico humanismo.  Es una invitación a nuestro tiempo para que se ocupe más del perfeccionamiento de los sujetos que de la producción de objetos.

Chacarera del fuego, de Alberto Rojo (argentino contemporáneo).

Fueguito que vas quemando
sangre quieta de la leña,
dame el calor que me falta

Cara del Sol (Homenaje al Sol
 )
Alexander Calder 
(Estados Unidos, 1898-1976)
para desvelar mi pena.


Estirate amigo viejo,
no me pidas más madera,
que me queda la guitarra
con seis cuerdas compañeras.

Caricias a fuego lento,
entro al trigo de tu pan,
cuando ya no te ve nadie
solito te apagarás.

Fueguito que vas bailando
canciones y melodías
desde el horizonte en llamas
llegarás trayendo el día.

Con quebracho o algarrobo,
con ciprés o palo santo,
entibiando vas la noche
y vas crujiendo en el llanto.

Fueguito que vas quemando
cartas grises de nostalgia,
dejame cantar tu canto
y embriagarme de tu magia.


3.  Arrimando al fogón.

El elemento fuego es polis, tribu, comunidad política, ciudad.

La polis no es una comunidad que se realiza de acuerdo a elevados vínculos ideales y espirituales.  No vive a través de los vínculos secundarios de la radio, el teléfono o la televisión.
Un cámara graba la escultura
"Torre de Fuego",
 del artista Johannes Itten.
(Suiza,
 1888-1967)

La polis es una tribu, una comunidad natural, que es natural porque sus miembros viven cerca unos de otros, porque se conocen, porque luchan juntos, y porque en cierto sentido están emparentados.  No se entiende a la polis como una comunidad exclusivista, cerrada.  Es una comunidad verdadera, arraigada, carnal, política, a diferencia de cualquier comunidad utópica o ideal.  En este sentido el hombre no solamente está en una comunidad, no solamente pertenece a determinada sociedad.  El hombre es comunidad, es polis.

La tradición griega plasmó la polis.  Ellos no pensaron en una organización puramente técnica, destinada a establecer las bases del comportamiento social.  Para los griegos, la polis es el espacio de intersección entre el cielo y la tierra.  La polis es el lugar de la realización del ser humano.  Y la plenitud humana sólo se realiza en comunión con los dioses, los vecinos, las cosas, los animales, todos los seres vivos que constituyen una polis.  Sin todo esto, una polis nunca podrá hacer posible la plenitud humana.


4. El fuego sagrado.

El fuego simboliza el corazón.  De aquí nace la relación constante del fuego con el amor.

El amor es una fuerza centrífuga que nos hace salir de nosotros mismos y nos consume como el fuego.  Tiene ese aspecto fascinante, al cual no podemos resistir de ninguna manera.  Y tiene a la vez el sentido de transformarnos, de purificarnos.  La palabra puro viene de fuego, que se dice pyros en griego.

Nuestra relación con la naturaleza es un ejemplo de amor.  Esta relación se expresa en dos libros.  Uno es el libro de la vida, el libro sagrado, que es para escuchar y requiere preparación.  El otro libro, el de la naturaleza misma, es para que todos lo lean.  Y se lee mirándolo.  Tenemos todo el mundo para ver.

La característica de ese ver consiste en ser pura mirada, visión que se deja contagiar por lo contemplado.  Para ver el mundo tengo que olvidar que estoy viendo.  Si pienso que veo, entonces sólo imagino un hermoso paisaje. El auténtico ver es inmediato.  No pienso lo que veo, ni gozo lo que veo, sino que simplemente veo. Aquello que se ve es algo nunca visto antes, inexplorado. 

Esta es una forma auténtica de amor, es salir de uno mismo, no quedarse viendo al contemplador, especulando.  Ver de esta manera es amar de la misma manera, sin condiciones.  Es entregarse a la contemplación, como cuando el fuego consume la madera.

En las tradiciones religiosas de la humanidad, un elemento común ha sido el fuego: desde las velas encendidas hasta grandes fogones.  El fuego, que indica el sacrificio para la purificación y la transformación.  Fuego, símbolo de la polis auténtica, que lleva a la plenitud humana, y también símbolo del verdadero amor, que es unión por fusión.  Como dos fósforos encendidos que alimentan y se consumen en la misma llama.

En la vida de los hombres, el amor humano y el amor místico han usado el mismo lenguaje.  Transcribimos como ejemplo, un poema místico.  Se recomienda leerlo en voz alta y tranquilamente.


   ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

San Juan de la Cruz
(1542-1591)


Pintura Pura
 Theo van Doesburg
 (Países Bajos, 1883 - 1931)

sábado, 13 de agosto de 2011

EL FLUIR DEL RÍO


El cuento de las arenas

Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y trazado de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.

Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo le susurró:

"El Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río".

El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto.

"Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino".

-¿Pero cómo esto podrá suceder?

"Consintiendo en ser absorbido por el viento".

Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. "¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?" "El viento", dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río".

-¿Cómo puedo saber que esto es verdad?

"Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río."

-¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy?

"Tú no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial."

Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. Reflexionó: "Sí, ahora conozco mi verdadera identidad". El río estaba aprendiendo pero las arenas susurraron: "Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña".

Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en las Arenas.

Versión Awad Afifi el Tunecino (m. en 1870)


Cuadrados dispuestos según las leyes del azar (1917).
Papel cortado y pegado, tinta, pintura de bronce. 33,3 x 26,0 cm
Hans (Jean) Arp (francés, nacido alemán, 1886-1966)

sábado, 6 de agosto de 2011

El hombre del cuatro: AGUA

Los cuatro elementos tierra, agua, fuego y aire, que conforman la vida de todo ser humano, son simbólicos.  El símbolo tiene varios sentidos y nos ayuda a conocer distintos aspectos de la realidad simultáneamente.

Es fácil entender que el agua forma parte de nuestra vida.  Estamos conformados en un setenta por ciento de agua.  Tenemos manifestaciones acuosas como transpirar, llorar, o la saliva de nuestra boca.

Dependemos del agua para vivir, más que de los alimentos.  La sed, para nosotros, es más letal que el hambre.  También hay agua en los alimentos y necesitamos de ella para cocinarlos.  En otros aspectos, usamos del agua para limpiar la casa, el auto, la vereda, el cuerpo.

Buceando en los significados.

El agua es un elemento que siempre se adapta.  Toma la forma del recipiente en el que la vuelco, vaso, balde o jarra.  No es angulosa, no tiene puntas.  Es suave, todo lo acepta.  El agua siempre cede.  Podemos zambullirnos en ella, el agua siempre se adapta.  Podemos decir que es símbolo de la paciencia y la tolerancia.

Por otro lado, esa tolerancia, unida a la paciencia, horada las piedras. Cuando vemos los grandes cañadones de las zonas montañosas, nos parece increíble que el agua haya sido el factor erosionante.

De aquí surge el agua como símbolo relacional.  Sea mucha o poca siempre está en vinculación con otra cosa.  Desde esto observamos algunas dimensiones del ser humano: una es el conocimiento y otra es el alma, que en griego se llama psique.

Para los antiguos el agua es portadora de vida.  Por eso encontramos que algunos hablan de agua de vida, o también como símbolo de vida eterna.  Los impresionaba tanto esto que creían que ya antes de la creación del mundo, había aguas (Génesis 1,2).

Sin duda, el agua es un símbolo accesible a todos.  Rafael Alberti (España; 1902-1999) juega con este elemento en vida del hombre:

Canto, río, con tus aguas:        
De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no lloran.   

Yo nunca seré de piedra.        
Lloraré cuando haga falta.       
Lloraré cuando haga falta.       
Lloraré cuando haga falta.       

Canto, río, con tus aguas:        

De piedra, los que no gritan.   
De piedra, los que no ríen.      
De piedra, los que no cantan.  

Yo nunca seré de piedra.        
Gritaré cuando haga falta.       
Reiré cuando haga falta.          
Cantaré cuando haga falta.      

Canto, río, con tus aguas:        

Espada, como tú, río.  
Como tú también, espada.      
También, como tú, yo, espada.           

Espada, como tú, río,  
blandiendo al son de tus aguas:

De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no gritan.   
De piedra, los que no ríen.      
De piedra, los que no cantan.  


Agua, símbolo del conocimiento.

A veces decimos que una persona tiene sed de conocimiento, referido a una persona estudiosa.  Otra frase muy repetida es sumergirse en el estudio.  El conocimiento es simbolizado por el agua, pues es relación con las formas de las cosas.  El agua, se acerca, se adapta, asume la forma de lo que conoce, se adhiere.  Es una hermosa manera de significar nuestro conocimiento.

Un modo de conocimiento es la experiencia.  Es probar las cosas con los sentidos: tocar, oler, oír, ver, saborear. Los sentidos son las puertas de acceso a mi interior. Al usar los sentidos dejo que la cosa probada entre en mí, ocupe mi capacidad intelectual. De esta manera lo que conozco me influye, me atraviesa y queda absorbido dentro de mí.  Quedo marcado por el objeto.
Chalchiuhtlicue, diosa azteca de las aguas.
 (Códice borbónico, 1ra. mitad del siglo XVI)

Detengámonos un instante.  El conocimiento nos influye y nos cambia.  Modifica el curso de nuestra vida y hace que fluyamos en algún sentido. 

Otra forma de conocer es la observación.  Esto supone mucha paciencia.  Hay que estar despiertos, activos, pero a la vez quietos, para poder descubrir lo inesperado.  Una imagen que se usa para la observación es el agua calma, como un estanque que refleja el paisaje.  De allí se dice que hay que conocer para reflexionar.

A veces el hombre no tiene tiempo para esperar a la realidad, está urgido por alguna necesidad o simplemente se ha enviciado con el conocimiento.  Entonces utiliza una forma rápida de conocimiento, que es el experimento.  Para realizarlo, aísla el objeto de su estudio de la realidad circundante. Y entonces, le aplica variaciones, estímulos controlados, para saber cómo se comporta en un aspecto determinado.  Con esto arma registros y estadísticas que le permitirán intervenir en la realidad para conquistar el fin deseado.  En esta situación, el hombre ya no busca la manifestación de lo inesperado, que es el objeto de la observación, sino que busca resultados prácticos.  Mediante el experimento se consiguen cosas con mucha rapidez, como sucede con el procesamiento de alimentos, o con la fabricación de objetos de primera necesidad.

Pero el conocimiento mediante el experimento es muy frágil.  Las conclusiones de las ciencias, por ejemplo, cambian constantemente.  Y la experimentación excesiva hace daño, porque al tener que aislar los objetos de estudio y la ansiedad que impone la urgencia de resultados, generalmente por intereses individuales, hacen que se alteren los ritmos y las formas de la naturaleza.

Todas las formas del conocimiento están vinculadas.  Y ninguna funciona sola, sin la presencia y actividad de las otras.

El agua, como símbolo del conocimiento, nos enseña a tener una actitud de fluir en la vida presente. Aprender y conocer de la manera como fluyen los ríos, con fuerza y con dirección.  Evitar ser tumultuosos en el conocimiento, porque lastima y destruye.  Aprovechar los remansos para reflexionar, pero no dejar de fluir para evitar convertirse en agua estancada y fango.

Dame de beber.

Otra dimensión simbolizada por el agua es el alma o, en griego, psique.  En esta inmensidad miramos aquello que se refiere al “yo”.  Como dice un maestro chino: “Si no hay un otro, no hay yo”.  Este es un secreto que nos revela el símbolo del agua: el “yo” es relación con un “tú”.

Es evidente que otra persona, lo que llamamos “otro”, tiene un sentido e identidad propia.  Ese otro no es solamente “distinto de mí”, sino que principalmente es un ser firme con nombre y personalidad.  Puedo sentir simpatía o antipatía, pero lo cierto es que es otro, con su propia manera de ser.  Por eso lo llamamos “tú”.

La relación yo-tú está presente en todos los momentos de la vida.  En donde se hace más palpable es en la niñez.  El niño percibe y necesita constantemente del tú para crecer y afianzarse en su vida.  Nadie, salvo un desalmado, deja solo a un niño.

Dar de beber no es solamente calmar la sed física.  También es comportarse como un tú, para que el yo del sediento pueda seguir, pueda fluir.

Nuestra alma es para la relación.  Decirle a otro: “mi alma” es una expresión de sincero afecto, y también de agradecimiento por el agua brindada.

Es el transfondo de la siguiente poesía de Juvencio Valle (seudónimo de Gilberto Concha Riffo, Chile; 1900-1999):

Canto al agua

El agua azul y limpia y cristalina
nace desde las lindes de tu pelo
y baja libre, hasta tus uñas finas.

Al agua canto y sobrellevo en vilo,
al agua azul que desvelada crece
desde tus plantas en delgado hilo.

Al agua, al agua limpia canto y digo:
desde mi oscuro abismo te presiento,
aguacopa, aguacielo y agua lirio.

Bebe, María, bebe el agua fría,
pon tu boca, en su boca, pon tu vida
sobre el deleite de esa rosalía.

Desde tu pie dormido hasta tu pelo
súmate al agua en flor -lágrima viva-,
dilúyete en cristalino terciopelo.

Baja tu frente hasta tocar la piedra,
busca llorando la raíz del agua,
búscala de rodillas en la tierra.

(El hijo del Guardabosque, 1951)


Sumergirse en la profundidad.

El agua, símbolo del conocimiento y del alma humana, también refiere al soñar.  La psicología profunda nos lleva siempre a la interpretación de los sueños como elemento fundamental para el conocimiento propio y de la realidad vinculada a nosotros.
La gran ola de Kanawa.  
Katsushika Hokusai (Japón; 1760-1849)

Tal como lo enseñaron las tradiciones y los poetas, muchas veces el orden de los sueños es más real que la vigilia.  Dedicamos un tercio de la vida a dormir, y sabemos que alrededor del 25 por ciento del sueño está atravesado por sueños. A esto hay que agregarle el sueño despierto y la ensoñación diurna.  Muchos descubrimientos, naturales o personales, se dan en medio de los sueños.

Los sueños son como un mar.  Escapan a nuestra voluntad.  Tampoco los sueños son nuestra responsabilidad.  Se presentan como relatos más o menos seguidos, espontáneos e incontrolados.

Soñar es tan necesario para el equilibrio biológico y mental como dormir, respirar y alimentarse.  A veces hace emerger problemas a resolver, otras veces sugiere respuestas a través de representaciones.  El sueño es una buena fuente de información sobre el estado de nuestra psique.

Encontrar nuestro lugar de agua, ser este elemento en unión con la tierra, el fuego y el aire: este es nuestro caminar diario.

Quiero volver a tierras niñas;
llévenme a un blando país de aguas.
En grandes pastos envejezca
y haga al río fábula y fábula.
Tenga una fuente por mi madre
y en la siesta salga a buscarla,
y en jarras baje de una peña
un agua dulce, aguda y áspera.

Me venza y pare los alientos
el agua acérrima y helada.
¡Rompa mi vaso y al beberla
me vuelva niñas las entrañas!

Tomado del poema Agua de Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata, Chile; nacida en 1889, fallece en Nueva York en 1957).


Noche estrellada sobre el Ródano.Vincent van Gogh (1853-1890).