sábado, 17 de agosto de 2013

EL PRÍNCIPE SOÑADO

El cuento.


Una joven, todavía virgen, sueña que un príncipe maravilloso acaba de llegar a su ciudad y que solo ha ido allí por ella. Por la mañana, se levanta precipitadamente y se pone a buscar al príncipe.


Pero nadie ha oído hablar de él.


Sennefer y su esposa.
Anónimo.
(Egipto, ca. 1450 a.C)
Un anciano, sentado al borde de un camino a la salida del pueblo, cerca de un manantial que brota entre unas rocas, le dice a la muchacha, cuando ésta pasa a su lado:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.
 
Sin prestar atención a lo que le dice el hombre, sale de la ciudad, corre por los campos, pregunta a los campesinos. Nadie ha oído hablar del príncipe.


Regresa, muy cansada, y pasa junto al viejo que le dice una vez más:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


La joven vuelve a su casa. Parece abatida. Sus padres tratan de consolarla, de hacerla entrar en razón, de demostrarle que no se trataba más que de un sueño.


Trabajo perdido. El sueño era muy fuerte.


Al día siguiente, vuelve a salir en busca del príncipe, al que ha visto de nuevo en sueños y que, esta vez, le ha tendido los brazos.


Pasa junto al mismo anciano, sentado al lado del mismo manantial, que le dice las mismas palabras:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


No le escucha y se va de nuevo por los campos. Busca en todas partes, desollándose los pies y las piernas con las zarzas y las piedras de los caminos. Le pregunta hasta a los animales. Sin respuesta.


A su vuelta, cuando pasa una vez más junto al anciano, este insiste:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


La noche siguiente, el príncipe reaparece en sus sueños y le abre los brazos. La joven se arroja en ellos y él la abraza.


Loca de esperanza, a pesar de los esfuerzos de sus padres y de sus vecinos, se marcha al amanecer. Pasa una vez más junto al viejo, que le dirige unas palabras que ella ni siquiera oye:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


Descendimiento de la cruz (detalle)
Rogier van der Weiden
(Flamenco, 1400-1464)
Después de varios días de carreras y búsquedas inútiles, regresa una noche a la ciudad. Está exhausta y desesperada. Su ropa aparece hecha jirones, tiene el pelo lleno de tierra y le sangran las piernas.


Como no puede más, se sienta sobre una piedra junto al anciano, que esta vez no le dice nada. Pasados unos minutos, el hombre se levanta, recoge entre las manos agua del cercano manantial y se la ofrece a la muchacha.


La joven inclina la cara hacia las manos que le tienden el agua. De repente se da cuenta de que esas manos no son las de un viejo. Son jóvenes y fuertes. Un anillo de oro con un diamante engastado brilla en su dedo.


Asombrada, la joven levanta los ojos y ve que, bajo la capucha que le cubre parte de la cara, se esconde un hombre joven de mirada luminosa y labios sonrientes.


Es el mismo que ella había visto en su sueño y que la había tomado en sus brazos.


Le pregunta:
     -  ¿Cómo? ¿Eras tú? ¿Estabas ahí?


El hombre la mira sin responder. Ella añade:
     -  Pero ¿por qué no me has dicho nada antes?


Él le contesta, con el agua fresca aún entre sus manos:
     -  ¿Y cómo podía saber yo que era a mí a quien buscabas?




El más importante.


La palabra “príncipe”, como también el sustantivo femenino “princesa”, indica que es alguien que está puesto primero por dignidad, el que va delante, el que está primero. A veces se habla de la “edición príncipe”, que es la primera edición de un libro.


San Jorge y la princesa
Anónimo.
(Aragón, 1460)
En la antigua Roma, el emperador Octavio, hijo adoptivo de Julio César, por razones de estrategia política, devuelve al senado de la ciudad todos los poderes que ostentaba. El grupo de senadores acepta esta renuncia pero, para evitar consecuencias no deseadas, le otorga el título de “princeps senatus” que significa “líder del senado”. Diecisiete años más tarde, Octavio se hizo con la suma del poder, y fue conocido como César Augusto. De este hecho histórico surgió el término “príncipe” en clave política, significando el heredero del rey.


El símbolo del príncipe refiere a la juventud, cuando la persona no ha alcanzado todavía el despliegue de las virtudes reales. El ser humano maduro es representado como un rey o reina, alguien que alcanza el dominio de su propio ser y de su entorno. Este uso del término en cuestión explica la sorprendente fascinación que la figura del príncipe o la princesa ejercen sobre los niños de nuestros tiempos, aún cuando hay muy pocos sistemas políticos basados en una dinastía real.


El símbolo es un componente básico de la imaginación humana. La princesa y el príncipe son la idealización de la mujer y el varón, en lo que atañe a la belleza, al amor, a la juventud y al heroísmo.


El cuento lleva esta idealización del ser humano a la experiencia común de la humanidad. Aquí están representadas las infinitas búsquedas que el ser humano hace en su vida, sean aquellas referidas a la formación de pareja y de familia, de la inserción social, como también las búsquedas del conocimiento, de la sabiduría y del arte. En todas hay componentes de belleza y de amor, que nos llevan a vivir con entrega heroica nuestras búsquedas, perpetuando la juventud del corazón.




Un detalle importante.


El príncipe del cuento está sentado al borde del manantial que brota de las rocas. Cuando la joven se acerca a beber el agua que le ofrecen, se da cuenta de que el anciano es joven.


María Magdalena
Caravaggio
(Italiano, 1571-1610)
En la tradición de los cuentos los manantiales simbolizan, no la inmortalidad, sino un perpetuo rejuvenecimiento. Tomar de esa agua nos da longevidad mediante una juventud siempre renovada. Nos brinda una larga vida, con las características atribuídas a la juventud: la belleza, el amor y el heroísmo. Tomando de esa agua alcanzamos estos atributos en cada etapa de la vida.


La joven busca al príncipe de su sueño. Para lograr su cometido no se detiene ante ningún esfuerzo. Pero en un momento, agotada, descansa al lado del anciano. Así se nos advierte que en los momentos tristes o angustiantes, no debemos olvidar nuestra auténtica condición principesca en camino a nuestra madurez de reinas o reyes. Evitemos caer en la desesperación, porque cerca, en la ayuda que el prójimo nos ofrece, está nuestro rejuvenecimiento.



El cuento citado se originó en una tradición religiosa de Medio Oriente sumergida en relatos, en la imaginación. La palabra “religión” está relacionada con religar, volver a unir. En un sentido, la auténtica práctica religiosa es la que une los maravillosos ideales de los relatos, las inmensas fantasías de los hombres con las acciones y pensamientos de la vida cotidiana, rejuveneciendo a los seres humanos, y sumergiéndolos en la belleza y el amor.  


Cantar de los Cantares
Marc Chagall
(Bielorruso-francés, 1887-1985)