sábado, 23 de febrero de 2019

CONTEMPLAR UN AGUJERO

La costra de oro
James Abbott McNeill Whistler
(norteamericano,1834-1903)

Un avaro enterró su oro al pie de un árbol que se alzaba en su jardín. Todas las semanas lo desenterraba y lo contemplaba durante horas. Pero, un buen día, llegó un ladrón, desenterró el oro y se lo llevó. Cuando el avaro fue a contemplar su tesoro, todo lo que encontró fue un agujero vacío.

El hombre comenzó a dar alaridos de dolor, al punto que sus vecinos acudieron corriendo a averiguar lo que ocurría. Y, cuando lo averiguaron, uno de ellos preguntó:

- “¿Empleaba usted su oro en algo?”

- “No”, respondió el avaro. “Lo único que hacía era contemplarlo todas las semanas”.

- “Bueno, entonces”, dijo el vecino, “por el mismo precio puede usted seguir viniendo todas las semanas y contemplar el agujero”.


Más allá

Para el avaro y el ladrón, el oro es importante por su equivalente monetario. Pero el símbolo del oro es de un valor incalculable en términos pecuniarios. Sus más nobles características son su brillo que atrae todas las miradas, la maleabilidad que permite la realización de objetos metálicos de una belleza soñada y su duración porque no se oxida ni es atacado por otros elementos. En la espiritualidad es equiparado al sol. El Astro Rey madura en las entrañas de la Tierra, pues de ella sale todas las mañanas y, al igual que otros astros, produce una variedad de mineral. El oro expresa el fruto de la unión del Sol y la Tierra.
 
El sol dorado
Arthur Dove
(norteamericano, 1880-1946)
En el Ural, que es una región de Rusia y de alguno de sus países vecinos, hay una asociación mítica del oro con la serpiente: la gran serpiente de la tierra, el gran reptador es el amo del oro. El filón de oro en las entrañas de la tierra tiene esa forma. Se dice que por donde pasa la gran serpiente allí se deposita el sublime metal, y que si se enfada, puede llevárselo a otra parte. En esta tradición el oro constituye el secreto más íntimo de la tierra.

En el Noroeste africano hay dos grupos vecinos, los dogón y los bambara, para quienes el oro es la materialización tangible de la vibración original del espíritu de Dios, que es real pero intangible. Así el metal precioso se convierte en el fundamento de toda la construcción cósmica, lo que implica que el universo está realizado sobre el oro. A la vez es base de la solidez y por tanto de la seguridad humana, y por extensión, principio de felicidad.

El ladrón del cuento priva al avaro de su oro, pero a la vez le abre una puerta más valiosa todavía. El vecino consuela al despojado con una enseñanza sumamente profunda al alcance de cualquier persona. Le dice que contemple el agujero, dándole a entender que en eso encontrará una riqueza más grande que en la contemplación del oro.
Escaramujo salvaje
Merab Abramishvili
(georgiano, 1957-2006)

En la tradición humana el agujero es el símbolo de la apertura a lo desconocido. Puede ser lo que desemboca en otro lado, más allá de lo concreto. O puede ser lo que desemboca en lo escondido, más allá de lo aparente. Cabe recordar que en la tradición griega, la Diosa de la inteligencia, Atenea, nace de un agujero producido por un hachazo en el cráneo de Zeus, el más importante de los dioses.

Los seres humanos sabemos que aún nos falta mucho para alcanzar la plenitud, aunque poseamos grandes bienes. Por eso, la privación de lo que nos distrae de la meta puede ser una ganancia inconmensurable. Para la vida espiritual, la carencia de objetos nos dispone para recibir y nos da una gran libertad para obrar. Para algunos maestros ésta es la perfección: tener el alma despojada, para recibir en nuestro corazón aquello que valga la pena.


Grupo III, nr 5
Hilma af Klint
(sueca, 1862-1944)




domingo, 10 de febrero de 2019

LA PERLA AZUL

La tristeza del rey
Henri Matisse 
(francés, 1869-1954)
 En una comarca lejana, el rey convocó al hombre más sabio del reino a fin de encomendarle una curiosa misión: “¡Oh, sabio! Te encomiendo a partir de este momento esta exótica perla azul. Quiero que recorras todos los rincones de mi reinado y cuando encuentres al tonto más tonto, tendrás que entregársela”.


Al sabio le causó un poco de asombro la tarea que le habían asignado, pero la tomó como una de las tantas excentricidades de su monarca. Por esa razón, comenzó a viajar por toda la región buscando al tonto más tonto, pero esta no era una tarea sencilla.

Después de dos años, decidió emprender el regreso al castillo del rey para informar al monarca de sus actividades. Pero cuando llegó, encontró a los cortesanos compungidos porque el anciano rey se había enfermado gravemente y estaba a las puertas de la muerte.

El sabio entró en la habitación y se encontró con el rey, que se lamentaba en su lecho de muerte: “¡No quiero morir! ¡He dedicado toda mi vida a acumular una gran fortuna y no tengo intenciones de dejarla! Dime, ¡oh, sabio! ¿cómo puedo llevar mis riquezas a la otra vida?”

Y el sabio respondió a su rey sin una palabra y en total silencio, le entregó la perla azul.
  
Renacimiento

Aries
del Libro de la Felicidad

Nakkas Osman
(otomano, 2da. mitad del s.XVII)
El rey miraba con sorpresa la perla azul que el sabio había depositado en la palma de su mano. Apenas tenía fuerza por lo que no podía jugar con ella, solamente le quedaba la posibilidad de mirarla y pensar. Observaba el raro azul que tenía, el más inmaterial de los colores porque está hecho de transparencia, es decir, de vacío acumulado: vacío del aire, vacío del agua, vacío del cristal o del diamante. Recién ahora se acordaba que el blanco y el azul representan el desapego frente a los valores de este mundo y el vuelo del alma hacia la Trascendencia.

¿Cómo había llegado a ser el más tonto del reino? Sonaba en su corazón una poesía del místico Mahmud Shabestari (1288–1340):

Mi corazón estaba velado por cien velos de mi conocimiento:
el orgullo, la vanidad, la suficiencia y la figuración.
Al alba entró por mi puerta esa luna
y me hizo reconocer el sueño de la negligencia.
Su rostro iluminó el retiro de mi alma
y descubrí aquello que realmente soy.
Cuando contemplé su bello rostro, salió un suspiro de dentro de mi alma.
Me dijo: “¡Hipócrita impostor!
Dedicaste tu vida a buscar fama y reconocimiento.
Mira esa ciencia, ese ascetismo, esa arrogancia y esa prepotencia,
de qué te han alejado, ¡oh, inmaduro!”.

El rey tenía razón, porque la perla simboliza a la luna, al igual que a las aguas y a la mujer. Es una significación constante y universal. En estos instantes finales de su vida descubría lo que había perdido, y se avergonzaba de la burla que él mismo había intentado provocar con la misión del sabio.
Mujer con una perla
Jean Baptiste Corot
(francés, 1796-1875)

Los poderosos se pierden muchas cosas en su inmadurez. La más mínima experiencia de dominio adormece al hombre y hace que se vuelva un hipócrita. Es como cuenta el Himno del alma, en el que un niño, imagen de todo hombre, es enviado a un país lejano para rescatar una perla que se encuentra en el fondo de un pozo vigilado por un dragón, pero se entretiene comiendo los frutos de la tierra y se olvida de su cometido. Así nos pasa con el poder, nos lleva a la desmemoria de nuestra misión. Luego de mucho tiempo, gracias a una carta, un texto de redención, que lleva un águila, el niño recuerda su misión y la cumple. Esa carta es conocimiento de salvación, indica cómo somos rescatados de la vanidad y la suficiencia, es otro de los significados de la perla.

La tradición cristiana nos cuenta que existe una concha en el mar llamada concha purpúrea, que asciende desde las profundidades, abre la boca y bebe el rocío del cielo y los rayos del sol, de la luna y de las estrellas, y forma así su perla por obra y gracia de las luces superiores. Las dos valvas de la concha equivalen al Antiguo y Nuevo Testamento y la perla misma es Jesucristo.

El rey miraba la perla azul. Antes de su fin se dio cuenta que su estúpida burla se había convertido en un gesto de misericordia del Todopoderoso que no abandona ni siquiera a los más tontos. La perla significa la vida regenerada de aquel que ha muerto antes de morir; mediante esta muerte se renace como perla.

La Trinidad
Visión del libro Scivias II,2

Santa Hildegarda de Bingen O.S.B.
(alemana, 1098-1179)