Payaso cansado
Yasuo
Kuniyoshi
(japonés,
1889-1953)
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Un
joven chino, al regresar de un partido de polo, se dejó caer en un banco, en
presencia de su entrenador, y emitió un profundo suspiro.
-¿Estás
cansado?- le preguntó el entrenador.
-Sí,
estoy cansado.
-¿Están
cansados los caballos?
-Sí. Están cansados.
-¿Están
cansados los postes de la portería?
Hasta
bien entrada la noche, el joven no entendió el sentido de aquella
pregunta.
Entonces se precipitó hacia su
entrenador, lo despertó y le dijo:
-Lo
he comprendido.
El
entrenador se mostró satisfecho y se volvió a dormir.
Formas
del cansancio
Los navegantes griegos
fueron muy conocidos en el Mediterráneo antiguo. Entre los viajes legendarios se cuenta el de
los navegantes del Argos, en busca de una piel de oveja de oro maravillosa.
Aquel derrotero será uno de los hitos más llamativos de la Grecia clásica.
La
navegación de aquellos tiempos se hacía siempre cercana a la orilla del mar,
siguiendo su contorno, aunque fuese muy sinuoso. Esto los obligaba a modificar el rumbo constantemente,
lo que llevó a los griegos a usar un verbo exclusivo para estas maniobras de
doblar o desviarse para ajustarse a la costa: “campsare”. Con el tiempo, el
verbo pasó al lenguaje de los viajeros o caminantes terrestres. En textos que describían viajes, el verbo se
usaba con el sentido de desviarse del camino para hacer un descanso en un lugar
cuando se estaba agotado.
Los
participios del verbo designan a quienes están cansados y están reposando en
una posada o desvío de parada, y así queda fijado en el latín de la Edad
Media. Por ejemplo, la expresión “campsare de via”, que al principio
significaba “desviarse del camino”, pasa a significar “estar cansado del
viaje”. De aquí viene la palabra
“cansancio”.
La llamativa
pregunta del entrenador en el cuento citado: “¿Están cansados los postes?” deja
pensando al joven polista. Lo que no
sabremos nunca es qué fue lo que entendió.
Las interpretaciones válidas pueden ser muchas. Intentaremos una, que no
sea obstáculo para otras miradas, que cada uno irá descubriendo desde el
contexto propio.
Nos referimos a una forma de cansancio
que muchas veces se apodera de la vida de los seres humanos. Es la que le adviene a las personas
sensibles. La injusticia, el maltrato a
los débiles, el hambre provocado por la codicia, la violencia, son miserias de
los hombres que cansan. Lo mismo sucede
con las
mediocridades: la falta de solidaridad, la mentira, el aplauso a la vulgaridad,
la impunidad.
El poeta Pablo Neruda (chileno, 1904-1973)
dice en un fragmento de su poema “Walking
around”:
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Este tipo de cansancio corroe el núcleo
de buena voluntad, deja un sabor amargo y nos lleva a una visión selectiva de
la realidad: remarcamos todo aquello que indique que el mundo se ha vuelto
inhabitable y que nada vale la pena. Se va muriendo la capacidad de alegría,
hasta secar el alma. Algunos lo llaman
“cansancio moral”.
Mantengamos la mirada en aquellos que
no se cansan, en los que tienen una vida simbolizada en los postes del
cuento. En el partido de polo no son
protagonistas, en la sociedad nadie les presta atención. Pero, por su función, indican cuándo un
equipo logra un triunfo y cuándo erra el objetivo. No enjuician a nadie, simplemente están allí
para acompañar y enmarcar los logros. Si
no estuviesen allí, incansables, entonces nunca sabríamos si nuestro viaje
vital tiene rumbo y sentido.
Postes azules
Jackson Pollock
(norteamericano, 1912-1956)
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