jueves, 30 de junio de 2011

EL HOMBRE DEL CUATRO.

¿Qué es el hombre
 para que pienses en él,
 el ser humano
 para que lo cuides?
(Salmo 8,5)

“Después a los cuatro vientos
Los cuatro se dirigieron;
Una promesa se hicieron
Que todos debían cumplir;
Mas no la puedo decir
Pues secreto prometieron.”
(José Hernández, “Martín Fierro”, Canto XXXIII)


Queremos introducirnos en el conocimiento de nosotros mismos, de una manera práctica.  Antes de hacer esto, veamos la herramienta que utilizaremos, el pensamiento, y el símbolo que nos guiará en este camino, el número cuatro.

El riesgo de pensar.

El pensamiento es una herramienta valiosa con la que siempre contamos.  Es muy buena compañía si no estamos demasiado apretados por las necesidades básicas.   Mediante el lenguaje intentamos expresar a ese pensamiento, ordenarlo y usarlo de la mejor manera posible.  Por eso la educación se dirige especialmente a él.

La propuesta es usar esta poderosa herramienta para mirarnos a nosotros mismos.  Cada uno de nosotros es “el hombre del cuatro”.  Alimentaremos el pensar con algunas señales y veremos si nos lleva adonde queremos ir.

Uno de los más grandes asombros surge cuando empezamos a vislumbrar una sencilla respuesta a la pregunta: ¿qué es el hombre? Más profunda todavía: ¿quién soy yo?  Es un tema grande y conmovedor.  No depende de la edad que tengamos, si somos mujeres o varones, si vivimos en una ciudad o estamos en un pequeño poblado. Es una pregunta potente que puede despertar pensamientos que resultarán riesgosos.

Antes de abrir la puerta a esta perspectiva, tenemos que advertir sobre un riesgo que se corre.  La amenaza no viene de ninguna enfermedad posible.  A nadie le da fiebre por pensar, nadie se ha muerto de pensamiento.  Por este lado podemos estar tranquilos.

El peligro viene de algunas formas organizadas a las que no les gusta que se piensen ciertas cosas.  No son enemigos del pensamiento en general, sino de algunos temas en particular.  Años atrás, al que se quedaba asombrado ante algún pensamiento se lo solía llamar “abriboca”.  No era un elogio por la capacidad de asombro, sino una burla ante una súbita quietud.

No tengamos ningún temor. Los que busquen respuestas a estas preguntas no encontrarán otra cosa más que una sencilla alegría que da el ejercicio de la libertad.




  
¿Qué es el cuatro?

Todo el día estamos con los números.  La fecha, la temperatura, una llamada telefónica, nuestro código de identificación, las monedas, la hora de los encuentros de trabajo, el año en que vivimos, nuestra edad, el canal de la televisión, y así de manera constante.

El cuatro es un número.  Forma parte del conjunto de símbolos que usamos para contar cosas.  Y contar es un aspecto importante de la forma que le damos a la realidad.

Los números permiten también jugar.  Es la manera como marcamos quiénes ganan y quiénes pierden.  A veces los juegos son de combinaciones sencillas y otras veces alcanzan formulaciones maravillosas.  Hace miles de años una escuela de filosofía se fundamentó en los números y, entre otras cosas, tenía como importante la tetraktys.  Llamaban así a la suma de los primero cuatro números naturales (1+2+3+4) que resulta diez. 

Con el cuatro podemos estar todo el día.  No nos hace falta papel y lápiz para pensar en él.  Una forma es relacionarlo con figuras geométricas y buscarlas en lo que nos rodea.  ¡Cuántas cosas cuadradas y rectangulares hay! El cuadrado tiene cuatro lados iguales y cuatro ángulos rectos.  Si no encontramos un cuadrado perfecto, entonces están los cuadriláteros y los rectángulos.  Por ejemplo, los campos para la práctica de varios deportes se hacen en rectángulos combinados.

Si trazamos las diagonales de nuestro cuadrado nos encontramos con la figura de una cruz, reiterando el cuatro en sus brazos.  La cruz nos permite descubrir el centro del cuadrado, el punto de la encrucijada.  Sin la cruz, ese centro permanece invisible, aunque existe siempre.  Tan potente es el centro, que si desde allí hacemos girar el cuadrado a mucha velocidad, éste se transforma en un círculo.  Y en la tradición el círculo es el símbolo y el modelo de la actividad creativa.

Volviendo al cuatro, lo vemos en la orientación para movernos en la tierra.  Es el número de los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste.  Y visto desde cada persona, hay cuatro direcciones básicas del movimiento en el plano: adelante, atrás, izquierda y derecha. 

El maravilloso cuatro nos lleva a la forma tradicional de dividir el día: mañana, mediodía, tarde y noche.  Y nos sigue sorprendiendo con las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. 

Aprovechemos la oportunidad para ver algunas versiones del cuatro en la tradición bíblica.  Allí se presentan cuatro animales simbólicos: el toro, el león, el hombre y el águila. Se ha relacionado a estos animales con los cuatro Evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.  Un libro lleno del número cuatro es el Apocalipsis. Por ejemplo, en él se habla de los cuatro jinetes montados en caballos de cuatro colores distintos.

Las tantas referencias al número cuatro que encontramos en la vida, nos garantizan que esto no es una casualidad, ni un acuerdo entre sabios y poderosos.  El cuatro atraviesa toda la realidad y contiene una verdad equivalente para las distintas culturas humanas.




El cuatro habla sobre nosotros. 

Ahora veamos qué nos muestra el cuatro sobre nosotros.  Más adelante, pensaremos más a fondo sobre cada orientación que surja de esta introducción.  Nuestra búsqueda será saber algo más sobre nosotros mismos, con la pretensión de colaborar con la libertad de pensamiento. 

Cuando llegue el momento, nos vamos a referir a algunos cuaternarios (conjunto de cuatro cosas) que mencionamos aquí.  El más elemental de ellos, que está en la base de la mayoría de las culturas, es el siguiente: tierra, agua, fuego y aire.  De estos cuatro elementos se dice que están hechas todas las cosas.  No solamente en el aspecto material, sino también en el aspecto simbólico.

En otra civilización, cuando se habla del ser humano, se le aplica este cuaternario: cuerpo, alma, ciudad y cosmos.  No son partes, sino aspectos de la única realidad humana.  Es lo que somos siempre y simultáneamente.

También nos será de utilidad otro cuaternario que ha sido mencionado con frecuencia en la civilización occidental, pero que tiene resonancias bien claras en otras partes.  Es el conformado por bien, verdad, ser y nada.

Hay muchos otros.  Con el pensamiento como herramienta, y el cuatro como orientación simbólica, podemos descubrir cosas sobre nosotros mismos.  Tengamos la confianza de hacerlo en cualquier lado: viajando en colectivo o en auto, en el hogar o en el trabajo, caminando o acostados.

De esta manera, a lo mejor conquistamos un poco más de libertad o, al menos, algunos momentos de alegría.  Tomados de la mano del cuatro, vayamos al encuentro de nosotros mismos.



sábado, 18 de junio de 2011

BIEN FÁCIL

No hace falta nada para meditar en la vida presente.  No es una obligación, ni una necesidad.  Forma parte de nuestro ser, como respirar.

Por eso meditar no tiene nada de aburrido, ni de pesado.  Por el contrario, como respirar, es algo placentero, ajustado, adecuado a nuestro caminar,  a nuestro estar en el mundo.

Se puede hacer en cualquier momento, en cualquier situación.  No hace falta una determinada edad, ni ningún conocimiento especial.

¿Alguien me puede enseñar a meditar? No hace falta, como no hace falta enseñar al corazón a latir.  En esto no hay maestros, ni escuelas, ni fórmulas.  Si alguno reclama para sí mismo esta docencia, se coloca en el lugar de un maestro de nada.

¿Se puede evitar la meditación?  Si lo comparamos con respirar, sería como retener la respiración.  Lo podemos hacer, por muy poco tiempo.  Si lo hacemos, volvemos enseguida a meditar.

Lo que sí podemos hacer siempre es estimular la meditación, ayudarla para una mayor plenitud, o simplemente, para sentir más de cerca la emoción de la belleza, o la conmoción de lo profundo. 

Siendo tan fácil, la meditación nos lleva a estar atentos a la vida.  Nos hace muy sensibles al gozo y al dolor, a la juventud y a la vejez, a la luz y a la oscuridad, a la salud y a la enfermedad.  Es una actividad sencilla pero profunda.  Es una aventura, novedosa y peligrosa, nunca sabemos adónde nos lleva.

Por esto a veces le tenemos miedo, pero todos la ejercemos.

Ahora queda a consideración de cada uno, un poema de Antonio Colinas, escritor y poeta español, nacido en La Bañeza (León) en 1946.  Una poesía, una música, una frase, un consejo, una imagen, una obra de arte, un amigo, o miles de cosas o personas son signos que nos alientan en nuestra meditación.

En este caso, conviene leer la poesía lentamente, a media voz o en voz alta.  Luego de varias lecturas aparecerán las palabras que nos importan o las imágenes que nos mueven.  Cuando se lee poesía, poco a poco, el pronunciar se transforma en una música personal, que suele dejarnos quietos, al menos por unos instantes.  Y después, la aventura de vivir.



Me he sentado en el centro del bosque a respirar...

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión 
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado,
en un mundo visible, por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Antonio Colinas ofreciendo unos objetos.

sábado, 11 de junio de 2011

OJALÁ SEA UNA PARÁBOLA


Conviene leer el cuento “El hombre de vida inexplicable” antes de este comentario.



La sabiduría envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad:
"El que sea incauto, que venga aquí".
Y al falto de entendimiento, le dice: "Vengan, coman de mi pan,
 y beban del vino que yo mezclé.  
Abandonen la ingenuidad, y vivirán,
y sigan derecho por el camino de la inteligencia".

Proverbios 9,3-6.

Lo que nos sorprende de Moyut.

Era un hombre instalado en su ámbito, con buenas perspectivas.  Su final hubiese sido, nada menos, que el de inspector de pesas y medidas.  Un puesto bien moderno, si cabe la comparación. Era el más alto logro de su especialización, la cumbre de nuestro tiempo,  porque en nuestros días se consideran notables y grandes pensadores a los que saben clasificar, es decir, pesar y medir.

En el cuento, la fama de Moyut estaba dada por su codiciado puesto.  No había nada de reconocimiento hacia su persona, o de valoración de las virtudes e idoneidad.  Nada de eso.  Solamente la resonancia del cargo y el peso de un buen ingreso estable.  Renunciar a esto es volverse loco.

Lo que siguió tuvo la impronta de la primera experiencia del misterio: fue arrastrado por el río de la vida.  Es la imagen de la pobreza, tal como decían sus paisanos: “Pobre Moyut”.

Pero la nueva condición encerraba un inmenso tesoro: la sabiduría.  Ella no puede ser elegida, es otorgada.  Tampoco conviene oponérsele.  Queda sumergirse, desnudo, en ella.

En Moyut, la sabiduría provoca distintas acciones.  Con el pescador aparece el instructor, el que enseña a leer y a escribir.  Estos son los signos de la civilización.  El paso de la prehistoria a la historia se suele marcar con el comienzo de la escritura.

Luego viene el tiempo del aprendizaje específico.  Aprende del agricultor lo único que éste le puede enseñar, agricultura, y ninguna otra cosa.  Algunos ven una referencia a la cultura, que nos abre el panorama pero que a la vez nos impide otras cosas.  La cultura revela y oculta.

Después, el río arrastra a Moyut hasta el mundo del comercio.  Se trata, en su caso, de comercio de alto valor como es el de las pieles.  Comercio es intercambio, relación entre personas y pueblos.  Cuando el comercio tiene escala humana, hace referencia a lo sagrado.  Hay un sagrado comercio (sacrum commercium) en la vida.  Fuera de esto y lejos de la escala humana están los desbordes de grandes capitales monetarios y las especulaciones desorbitadas de las bolsas.

Por eso, Moyut, luego de pasar por ser instructor, después de la etapa del aprendizaje y habiendo practicado el comercio, empieza a revelar signos de iluminación. 

Son conmovedores los signos que describen esta situación de plenitud que empieza a manifestarse.  En primer lugar, la curación de enfermos; luego, el servicio a los conciudadanos y, durante el tiempo libre, cuando hacía lo que quería, los misterios se iban profundizando en él.

Sorprende la respuesta de Moyut cuando le hablan de mortificación.  No la tiene en cuenta.  Sus decisiones no han sido las de alguien que se somete a ciertas privaciones por sistema, con el fin de alcanzar alguna meta específica: triunfar en algún deporte, purificar el cuerpo o la mente, bajar de peso.    Nada de eso le interesa, sino solamente seguir el misterioso consejo y sumergirse en el río.

Una comparación.

Una forma de enseñanza que la tradición nos brinda es a través de comparaciones.  Es el caso de las parábolas.

Comparar, poner de a pares, supone dos términos.  En este caso, el de Moyut, su historia es uno de los términos.  ¿Cuál es el otro? El único término posible para ocupar ese lugar es nuestra propia vida. 

En el relato que estamos considerando, casi al final se pone una especie de juicio, realizado por hombres prejuiciosos, como los biógrafos.  Y dice que no atienden a las realidades de la vida, que deberían ser sus propias vidas, sino que se dejan deslumbrar por los gustos de supuestos oyentes, que no son otros más que ellos.

Lejos de estos inventores de fábulas están los términos de comparación de esta parábola: Moyut y nuestra vida.  De nuestro admirado Moyut no tenemos nada, no sabemos si vivió alguna vez y quizás ni haya existido.  Porque su certeza no está en la historia, sino en el otro término de la comparación: nuestras propias vidas. 

Moyut es cierto en nosotros.  Constantemente nos sumergimos en el río de la vida y, nos guste o no, somos llevados corriente abajo.

Nunca sabemos adonde vamos.  Si intentamos fijar una rutina, o tener un punto de vista definitivo, inamovible, entonces empezamos a sentir angustia y tristeza.  Lo fijo nos duele, nos hace daño y deja marcas dolorosas en otros.

La parábola de Moyut es la voz íntima que nos dice que el cambio está en nuestras vidas.  Miremos por un instante los verbos que utiliza Moyut para describir su itinerario: “salté”, “me convertí”, “me fui”, “me volví”, “cambié”, “fui”, “ahorré y dejé”, “vine”.

No tenemos la intención de ser biógrafos de nadie.  Cada uno sabrá de los verbos que describen el propio itinerario.

La intención es compartir un puñado de certezas.  Seguramente compartimos el mismo destino: no sabemos adonde vamos.  También compartimos el hecho de que el relato de Moyut deja una señal en nuestras vidas.  Y también tenemos en común que el miedo y el gozo son ineludibles en nuestro camino.

Para esto último alcanza con no sentir vergüenza cuando tenemos miedo o cuando estamos gozosos.

Reafirmamos el final de “El hombre de vida inexplicable”: nadie puede hablar del Jádir directamente.