domingo, 8 de diciembre de 2013

CAMELLOS DEL DESIERTO

El Camello
Sergey Tyukanov (ruso, nacido en 1955)


Cuento: El camello atado.


Una caravana que iba por el desierto se detuvo cuando empezaba a caer la noche.


Un muchacho, encargado de atar a los camellos, se dirigió al guía y le dijo:


-Señor, tenemos un problema. Hay que atar a veinte camellos y sólo tengo diecinueve cuerdas. ¿Qué hago?


-Bueno -dijo el guía-, en realidad los camellos no son muy lúcidos. Ve donde está el camello sin cuerda y haz como que lo atas. El se va a creer que lo estás atando y se va a quedar quieto.


El muchacho así lo hizo. A la mañana siguiente, cuando la caravana se puso en marcha, todos los camellos avanzaron en fila. Todos menos uno.


-Señor, hay un camello que no sigue a la caravana.


-¿Es el que no ataste ayer porque no tenías soga?


-Sí ¿cómo lo sabe?


-No importa. Ve y haz como que lo desatas, si no va a creer que sigue atado. Y si lo sigue creyendo no caminará.


Este cuento ilustra de que forma los límites no los impone la realidad, sino nuestras propias creencias. Somos como el camello, atados sin cuerda a nuestra mente.




Los límites.


El muchacho del cuento aprende de un camello la manera de cómo estamos atados a nuestra mente a través de las creencias. Éstas son de diverso orden: religiosas, científicas, sociales, culturales. Son vínculos invisibles, pero de una gran potencia para determinar acciones en nuestras respectivas vidas.
San Juan Bautista en el desierto
Doménico Veneziano
(italiano, 1400-1461)


La diferencia entre el camello y el ser humano, es que al animal le basta un sólo vínculo para cumplir su destino. En cambio, cada uno de nosotros tiene múltiples ataduras, y a veces nos movemos en una maraña de nudos y vínculos, que tironean nuestro ser en distintas direcciones.


Nuestra mente es un nudo de relaciones. Este reconocimiento es importante para el planteo de la vida personal. Es lo que somos y jamás podremos separarnos del universo, de los demás hombres y de Dios.


Lo que está en nuestras manos es librarnos de aquellos vínculos que contradicen nuestro destino y la felicidad que buscamos. Porque hay ataduras que son necesarias y valiosas, pero otras son prescindibles y dañinas. Lo mejor es meditar para discernir, y luego atarnos o desatarnos según nuestro destino.


Las enseñanzas del camello.


La palabra “camello” viene de un verbo hebreo, gamal, cuyo significado es “devolver, compensar”, ya que este animal hace generalmente lo que su dueño le solicita. Es un sentido más simbólico, es “el que respeta las ataduras”.


El camello tiene almohadas plantares, lo que le permite caminar por el ardiente desierto. En este sentido representa al ser humano caminando con decisión su propio camino.
San Jerónimo en el desierto
Andrea Mantegna
 (italiano, 1431-1506)


Tiene pestañas muy largas y tupidas, que protegen su visión durante las tormentas de arena en el desierto. Así representa al hombre acostumbrado a discernir los rumbos, aún en medio de las dificultades.


Cuando hay tormentas en el desierto la arena entra en las fosas nasales de los animales y les produce graves problemas respiratorios. El camello tiene la particularidad que puede cerrar los orificios nasales a voluntad. Camina por el desierto, pero éste no se le mete adentro para hacerle daño.


Tiene la capacidad de almacenar grasa y tejido fibroso en sus jorobas, que son una importante reserva alimentaria para el animal en época de escasez. Además, es un animal perfectamente adaptado a su hábitat y puede sobrevivir sin beber agua durante varios días. Debemos tener un depósito de fuerzas espirituales para los tiempos de dificultad, porque de esas fuerzas se alimentará nuestra alma para soportar la prueba.


El camello tiene los labios partidos y protegidos contra las espinas. Lo que a otros mata al camello lo alimenta. Cuando nuestro camino se vuelve espinoso, tenemos la oportunidad de transformarnos en camellos para devorar los espinos y así romper con lo infructuoso.



Muchas otras enseñanzas encierra este animal que, si miramos con atención, sacaremos provecho.


Jeroglíficos
Antoní Tapies
(español, 1923-2012)

domingo, 15 de septiembre de 2013

LA MIRADA DE MAJNUN

El poema generador.



Azerbaiyán es el país más grande en la región del Cáucaso, localizado entre Asia occidental y Europa oriental. Limita al este con el mar Caspio, al norte con Rusia, al noroeste con Georgia, al oeste con Armenia y al sur con Irán. El nombre, en persa, significa “el protector del fuego sagrado” o también “la tierra del fuego sagrado”.



Nezami Ganyavi
(tapiz; sin datos).
En esta tierra vivió Nezami Ganyavi (ca. 1141 - 1209), considerado el más grande poeta épico romántico de la literatura persa. Es admirado por su originalidad y claridad de estilo, aunque presenta dificultades de interpretación por su devoción al lenguaje por el lenguaje mismo y su formación filosófica y científica, incluyendo astronomía, geometría y medicina. Escribió en idioma azerí, también llamado turco azerbaiyano.


Se nutrió en fuentes literarias árabes, persas y griegas. La recopilación de sus cinco poemas épicos se llama Khamsa. Uno de esos poemas es el romance de Leyla y Majnun, una historia de origen árabe. El poema consta de 4600 dísticos.


El poema cuenta que el poeta Qays se enamora de Leyla, pero el padre de ella impide que se casen. Debido a la prohibición de todo contacto con la joven, el poeta se obsesiona y comienza a proclamar su amor por Leyla en público. La obsesión se vuelve tan severa que ve todo a través de la imagen de la amada, de ahí su apodo Majnun, que significa “el poseso” o “el loco”. Al darse cuenta de que no pueden obtener la unión, incluso cuando otras personas interceden por él, abandona la sociedad y vaga desnudo por el desierto entre las bestias. Su única actividad es componer poesía nacida de la nostalgia por Leyla.


Mientras tanto Leyla está casada contra su voluntad, pero guarda su virginidad al resistir los avances de su marido. Organizan una reunión secreta con Majnun, se encuentran, pero no tienen contacto físico. En su lugar, recitan poesía el uno al otro a la distancia.


El esposo de Leyla muere finalmente, lo que elimina los obstáculos legales para una unión lícita. Sin embargo Majnun está tan arrebatado por la imagen ideal de Leyla que deambula enloquecido por el desierto. Leyla se muere de pena y es enterrada con su vestido de novia. Al oír esta noticia, Majnun corre a la tumba donde muere al instante. Se los entierra uno al lado del otro, y su tumba se convierte en un lugar de peregrinación.


Se dice que este poema inspiró la tragedia de William Shakespeare titulada “Romeo y Julieta”, una de las obras más populares de este autor.


A continuación leemos un cuento antiguo, también basado en la historia persa de los amantes.




El cuento.


Por todo Oriente se contaba de boca en boca la apasionada historia de amor de Leyla y Majnun. Los recitadores de cuentos la transmitían de ciudad en ciudad y todos insistían, utilizando numerosas metáforas, en la belleza ya legendaria de la joven, cuya pérdida había conducido a Majnun a la locura y a la vida errante.
Leyla y Majnun
Autor desconcido
(persa, siglo XVI)


Al escuchar tantas alabanzas, el califa quiso conocer a Leyla, que era una persona viva, de verdad. La llamó a Bagdad y la joven acudió. El califa la hizo sentarse ante él.


Durante una hora, sin moverse, la estuvo mirando.


A continuación, tomó una taza de té, cambió de postura y la miró durante una hora más.


Transcurrido ese tiempo, se levantó, dio algunos pasos y volvió a sentarse enfrente de Leyla, que no decía ni palabra.


Al cabo de esa tercera hora, el califa le dijo:


-Pero ¿cómo es posible que se cuenten sobre ti todas esas maravillas? Te miro, te veo y no entiendo lo que dicen de ti.


-Me miras -le dijo Leyla-, pero no tienes los ojos de Majnun.




Ver y Mirar.


Los sentidos nos sirven para relacionarnos con nuestro entorno. Tradicionalmente son: vista, olfato, gusto, tacto, oído. Se dice que nada hay en el pensamiento que no haya pasado antes por los sentidos.


Leyla y Majnun
Muzaffar Ali
(persa, 1540-1576)
En la lengua castellana, la acción de algunos sentidos se nombra con palabras distintas, mostrando matices en la percepción. Por ejemplo, en el sentido de la vista se usan el verbo ver y el verbo mirar; como también, en el sentido del oído, hay diferencias entre oír y escuchar.


Para entender mejor la diferencia entre los verbos que se aplican a la percepción visual se puede recurrir a la etimología de las palabras usadas. El caso del verbo ver se origina en la expresión latina videre y conserva su significado. En cambio mirar, viene de la raíz mir-, de donde surgieron las expresiones miror, miraris,miratus sum, que significan maravillarse, asombrarse, mirar con admiración. Son verbos cuya acción cae más en el sujeto que en el objeto. La admiración está más determinada por el sujeto que mira, que por el objeto admirado. Esto es lo que le contesta Leyla al califa, al final del cuento.


Aprovechemos la oportunidad para ver que la raíz mir- está en la palabra latina miraculum, que en castellano es “milagro”. En inglés, la palabra mirror, como en catalán mirall, que significan “espejo” nos ponen en la pista de que estos objetos se inventaron para admirarse. Los antiguos inventaron el espejo para ayudarnos a querernos, a admirarnos a nosotros mismos.


Es evidente que ver y mirar, según estas explicaciones, no son sinónimos. En pocas palabras, puede decirse que ver alude más a una determinada capacidad, y mirar a cierto acto consciente y deliberado. Vemos todo lo que miramos pero no miramos todo lo que vemos. En el cuento, el califa de Bagdad ve a Leyla, pero en realidad no la mira. La diferencia está en el amor.




Ver más allá.


Cuando leemos el cuento, vemos que se trata de un relato de amor. Cuando vemos el poema de dónde surgió el cuento, así como la época de su autor y la interpretación de algunos lectores, entonces alcanzamos una nueva mirada. El poema es de amor, y también abarca una dimensión trascendente, es decir, la relación con la Vida, la Belleza, la Justicia, y todo lo que intentamos simbolizar con la palabra Dios.


Retrato de Mujer sentada
Mirza Gadim Iravani
(Azerbaiyan, 1825-1875)
Leyla es bellísima a los ojos de Majnun. La tradición llama Dios a la belleza suprema sin comparación. Leyla está viva, dice el cuento: “era una persona viva, de verdad”. En todas las culturas se atribuye al Ser Supremo la vida eterna, una vida plena siempre presente. Esta mirada en profundidad, en cualquier lugar del mundo y en las distintas tradiciones, aún las seculares, se la llama mística.


Recordemos que Majnun es un sobrenombre, es el “poseído” por el amor a Leyla, que deja todo para escribir poemas a su amada. Así pasa con aquellos que son poseídos por la Belleza, entonces se convierten en artistas entregados a su quehacer y búsqueda. Del mismo modo podemos pensar en los arrebatados por la Justicia, que se transforman en constructores de la sociedad y del bien común.


Los seres humanos estamos poseídos por la Vida y por eso buscamos generar convivencia, sea con nuestra familia, con nuestros amigos, o con los que casualmente se cruzan en nuestra vida, mediante el intercambio, la conversación y el afecto.


Pensando en los arrebatos místicos que llenan de sentido a la humanidad, recordamos un poema de Rumi (persa, 1207-1273), en el Masnavi:


Una doncella dijo a su amante:
Tú que has visitado muchas ciudades;
¿Cuál de esas ciudades te parece más encantadora?”
Él respondió, “La ciudad en la que mora mi amor.
Mi reina ilumina cualquier rincón,
aunque fuera el ojo de una aguja, en una ancha llanura;
donde su cara brilla como una luna,
aunque fuera el fondo de un pozo, es el Paraíso.
Contigo, amor mío, el mismo infierno sería el cielo,
contigo una prisión sería un jardín de rosas.
Contigo el infierno sería una mansión de deleite,
¡sin tí los lirios y las rosas serían como llamas de fuego!”.


Improvisación sobre miniatura
Javad Mirjavadov
(Azerbaiyán, 1923-1992)





domingo, 1 de septiembre de 2013

EL CUARTO CONDENADO

Cuento.


Un religioso, que duerme solo en un viejo castillo, oye llamar a su puerta en medio de la noche. Entra un condenado, un muerto de gran tamaño, la nariz afilada, los ojos centelleando con una luz azulada, la lengua negra.

El castillo 
Georges Braque
(francés 1882-1963)
    -  ¿Quién eres y qué buscas? - dice con atrevimiento el monje, fortalecido por Dios.
    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el primer condenado.


Entra un segundo condenado:

    -  ¿Quién eres y qué buscas? - pregunta el monje.

    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el segundo condenado.


Entra un tercer condenado:

    -  ¿Quién eres y qué buscas? - dice el monje.

    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el tercer condenado.


¿Qué dijo el cuarto condenado? No apareció.




El castillo interior.


El religioso se encuentra en un lugar bastante extraño para su condición: un castillo. Se puede aceptar que habite un templo, un convento, pero hay que admitir que es muy raro que esté en un castillo y, además, solo. El cuento nos introduce a una realidad representada por el edificio.


Desde tiempos inmemoriales se encuentran lugares fortificados construidos por seres humanos. Parece que el apellido “Castro”, tan usado en castellano, tiene origen en el nombre que recibían en latín estos lugares defendidos por murallas y torres, de los cuales “castillo” es un diminutivo. Junto a la intención de protección, los castillos reflejaban la fuerza de sus pobladores y su dignidad o nobleza. Con el tiempo adquirieron también valores estéticos, de tal modo que encontramos castillos de una gran belleza en todas las civilizaciones.


Los condenados.
Detalle del Juicio Final.
Beato Angélico
(italiano, 1390-1455)
En los relatos tradicionales, los castillos misteriosos representan el interior del ser humano. Cuando pensamos en nosotros mismos, lejos de imaginarnos que habitamos en una bolsa de piel, o en una cueva de la tierra, se nos invita a mirarnos como un inmenso edificio, lleno de habitaciones, preparado contra las inclemencias del tiempo y de la civilización. Es un lugar en el que somos “señores”, dueños absolutos de sus posesiones.


Este es un símbolo del interior del ser humano, ese “lugar” en el que nos sentimos a solas con nosotros mismos. Allí nos damos cuenta que somos más que un engranaje mecánico en el mundo. Desde ese espacio sentimos que somos aceptados o rechazados por los demás. Es en el mundo interior donde vivimos las alegrías personales o compartidas, es donde reside la tristeza y en donde elaboramos nuestros deseos y ambiciones. En esta fortaleza interior podemos construir la compasión o aislarnos de lo exterior.


El protagonista del cuento es un religioso que representa a cualquier ser humano. No se habla de una concepción religiosa determinada, sino que se quiere representar al ser humano cuando está a solas consigo mismo. Por eso se dice que está durmiendo solo. Es un momento intenso, por eso se menciona su serena valentía ante las apariciones, fortalecido por Dios. Es en el castillo interior en donde nos enfrentamos ante las realidades trascendentes de la vida.


Según la tradición, los aparecidos significan nuestros miedos ante los mundos distintos al que vivimos. En el cuento, los que se manifiestan al hombre son condenados, porque ese es el principal temor de la persona religiosa: ser condenado. Es importante insistir que aquí no se habla de ninguna creencia determinada, sino de algo que es común a todos los seres humanos: la salvación. Lo que impulsa la vida humana, las grandes tareas y las rutinas pequeñas, es el instinto de salvación, la búsqueda de una plenitud que todavía nos es esquiva.




La inquietud del religioso.


La situación del protagonista del cuento es algo que afecta a cualquier ser humano: ¿alcanzaré la salvación? Los condenados van pasando uno tras otro, sin llegar a definir nada, multiplicando la incógnita que siente el religioso. Es el hombre que en la soledad de su interior se pregunta por su destino final.


Cuatro Árboles
Egon Schiele
(austríaco, 1890-1918)
Los condenados forman una serie con la misma respuesta, es decir, preguntarle al siguiente. Uno tras otro se van excusando de darse a conocer y transmitir el mensaje que supuestamente portan. Todo apunta al cuarto condenado, el que cierra el número perfecto. El cuatro es el símbolo de la tierra, por lo que el condenado que ocupará ese lugar tendrá a su cargo la sentencia definitiva, el sentido de la vida del religioso en la tierra. Como los puntos cardinales, los cuatro servirán de orientación al andar del protagonista en cualquier lugar del espacio terrestre.


Pero el cuarto no aparece. Se rompe la cadena de condenados, por lo que se deja bien en claro que no hay condenación posible. Lo que se imaginó el hombre en su castillo interior termina en nada. La pregunta sobre la propia salvación es equivocada, no tiene resolución.


El cuento nos dice que el hombre está salvado, que su vida ya tiene sentido y no debe buscar otro. Cada uno puede vivir en su castillo interior y desde allí relacionarse con sus semejantes con la serenidad de un “señor” que no tiene dudas sobre su destino de grandeza.


A veces podemos llegar a sentir dudas sobre nuestra salvación, pero es nada más que una sensación, sin ningún fundamento. Estas situaciones se nos producen cuando nos encerramos en nosotros mismos, y dejamos de estar relacionados, con compasión, con los demás. Es lo que le pasa al religioso del cuento, que se encuentra solo en su castillo interior.



El cuento fue tomado de una colección antigua llamada Tesoro de las Almas del Purgatorio, un texto originalmente en francés que muestra imaginarias situaciones de personas que sufren en la vida por algún motivo de confusión o egoísmo. Porque el auténtico dolor nace de olvidarnos de nuestro único destino de grandeza y dicha, y de dejar de ayudar a todos a alcanzar ese fin marcado en sus vidas.


Pintura
Pierre Soulages
(francés, n. en 1919)

sábado, 17 de agosto de 2013

EL PRÍNCIPE SOÑADO

El cuento.


Una joven, todavía virgen, sueña que un príncipe maravilloso acaba de llegar a su ciudad y que solo ha ido allí por ella. Por la mañana, se levanta precipitadamente y se pone a buscar al príncipe.


Pero nadie ha oído hablar de él.


Sennefer y su esposa.
Anónimo.
(Egipto, ca. 1450 a.C)
Un anciano, sentado al borde de un camino a la salida del pueblo, cerca de un manantial que brota entre unas rocas, le dice a la muchacha, cuando ésta pasa a su lado:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.
 
Sin prestar atención a lo que le dice el hombre, sale de la ciudad, corre por los campos, pregunta a los campesinos. Nadie ha oído hablar del príncipe.


Regresa, muy cansada, y pasa junto al viejo que le dice una vez más:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


La joven vuelve a su casa. Parece abatida. Sus padres tratan de consolarla, de hacerla entrar en razón, de demostrarle que no se trataba más que de un sueño.


Trabajo perdido. El sueño era muy fuerte.


Al día siguiente, vuelve a salir en busca del príncipe, al que ha visto de nuevo en sueños y que, esta vez, le ha tendido los brazos.


Pasa junto al mismo anciano, sentado al lado del mismo manantial, que le dice las mismas palabras:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


No le escucha y se va de nuevo por los campos. Busca en todas partes, desollándose los pies y las piernas con las zarzas y las piedras de los caminos. Le pregunta hasta a los animales. Sin respuesta.


A su vuelta, cuando pasa una vez más junto al anciano, este insiste:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


La noche siguiente, el príncipe reaparece en sus sueños y le abre los brazos. La joven se arroja en ellos y él la abraza.


Loca de esperanza, a pesar de los esfuerzos de sus padres y de sus vecinos, se marcha al amanecer. Pasa una vez más junto al viejo, que le dirige unas palabras que ella ni siquiera oye:
     -  Pierdes el tiempo, pierdes el tiempo.


Descendimiento de la cruz (detalle)
Rogier van der Weiden
(Flamenco, 1400-1464)
Después de varios días de carreras y búsquedas inútiles, regresa una noche a la ciudad. Está exhausta y desesperada. Su ropa aparece hecha jirones, tiene el pelo lleno de tierra y le sangran las piernas.


Como no puede más, se sienta sobre una piedra junto al anciano, que esta vez no le dice nada. Pasados unos minutos, el hombre se levanta, recoge entre las manos agua del cercano manantial y se la ofrece a la muchacha.


La joven inclina la cara hacia las manos que le tienden el agua. De repente se da cuenta de que esas manos no son las de un viejo. Son jóvenes y fuertes. Un anillo de oro con un diamante engastado brilla en su dedo.


Asombrada, la joven levanta los ojos y ve que, bajo la capucha que le cubre parte de la cara, se esconde un hombre joven de mirada luminosa y labios sonrientes.


Es el mismo que ella había visto en su sueño y que la había tomado en sus brazos.


Le pregunta:
     -  ¿Cómo? ¿Eras tú? ¿Estabas ahí?


El hombre la mira sin responder. Ella añade:
     -  Pero ¿por qué no me has dicho nada antes?


Él le contesta, con el agua fresca aún entre sus manos:
     -  ¿Y cómo podía saber yo que era a mí a quien buscabas?




El más importante.


La palabra “príncipe”, como también el sustantivo femenino “princesa”, indica que es alguien que está puesto primero por dignidad, el que va delante, el que está primero. A veces se habla de la “edición príncipe”, que es la primera edición de un libro.


San Jorge y la princesa
Anónimo.
(Aragón, 1460)
En la antigua Roma, el emperador Octavio, hijo adoptivo de Julio César, por razones de estrategia política, devuelve al senado de la ciudad todos los poderes que ostentaba. El grupo de senadores acepta esta renuncia pero, para evitar consecuencias no deseadas, le otorga el título de “princeps senatus” que significa “líder del senado”. Diecisiete años más tarde, Octavio se hizo con la suma del poder, y fue conocido como César Augusto. De este hecho histórico surgió el término “príncipe” en clave política, significando el heredero del rey.


El símbolo del príncipe refiere a la juventud, cuando la persona no ha alcanzado todavía el despliegue de las virtudes reales. El ser humano maduro es representado como un rey o reina, alguien que alcanza el dominio de su propio ser y de su entorno. Este uso del término en cuestión explica la sorprendente fascinación que la figura del príncipe o la princesa ejercen sobre los niños de nuestros tiempos, aún cuando hay muy pocos sistemas políticos basados en una dinastía real.


El símbolo es un componente básico de la imaginación humana. La princesa y el príncipe son la idealización de la mujer y el varón, en lo que atañe a la belleza, al amor, a la juventud y al heroísmo.


El cuento lleva esta idealización del ser humano a la experiencia común de la humanidad. Aquí están representadas las infinitas búsquedas que el ser humano hace en su vida, sean aquellas referidas a la formación de pareja y de familia, de la inserción social, como también las búsquedas del conocimiento, de la sabiduría y del arte. En todas hay componentes de belleza y de amor, que nos llevan a vivir con entrega heroica nuestras búsquedas, perpetuando la juventud del corazón.




Un detalle importante.


El príncipe del cuento está sentado al borde del manantial que brota de las rocas. Cuando la joven se acerca a beber el agua que le ofrecen, se da cuenta de que el anciano es joven.


María Magdalena
Caravaggio
(Italiano, 1571-1610)
En la tradición de los cuentos los manantiales simbolizan, no la inmortalidad, sino un perpetuo rejuvenecimiento. Tomar de esa agua nos da longevidad mediante una juventud siempre renovada. Nos brinda una larga vida, con las características atribuídas a la juventud: la belleza, el amor y el heroísmo. Tomando de esa agua alcanzamos estos atributos en cada etapa de la vida.


La joven busca al príncipe de su sueño. Para lograr su cometido no se detiene ante ningún esfuerzo. Pero en un momento, agotada, descansa al lado del anciano. Así se nos advierte que en los momentos tristes o angustiantes, no debemos olvidar nuestra auténtica condición principesca en camino a nuestra madurez de reinas o reyes. Evitemos caer en la desesperación, porque cerca, en la ayuda que el prójimo nos ofrece, está nuestro rejuvenecimiento.



El cuento citado se originó en una tradición religiosa de Medio Oriente sumergida en relatos, en la imaginación. La palabra “religión” está relacionada con religar, volver a unir. En un sentido, la auténtica práctica religiosa es la que une los maravillosos ideales de los relatos, las inmensas fantasías de los hombres con las acciones y pensamientos de la vida cotidiana, rejuveneciendo a los seres humanos, y sumergiéndolos en la belleza y el amor.  


Cantar de los Cantares
Marc Chagall
(Bielorruso-francés, 1887-1985)

miércoles, 31 de julio de 2013

EL ORIGEN DE UN CUADRO

Una anécdota.

El Puente Flotante
 de los Sueños

Tosa Mitsunobu
(Japón, 1434-1525)
Las anécdotas son cuentos cortos que narran ciertos incidentes interesantes o entretenidos, unas narraciones breves de sucesos curiosos, cosas que se suponen que le han pasado a algunos. No son para exclusivo entretenimiento, por eso no son chistes propiamente, aunque hay anécdotas muy graciosas.

La palabra “anécdota” es de origen griego, se usaba para los relatos que eran inéditos, los que pertenecían al ámbito privado. Son cuentos que definen los rasgos de un personaje, o describen una característica determinada de alguna costumbre. Las anécdotas forman parte de la tradición oral, es decir, se las recuerda gracias a la transmisión de boca en boca, pero cada narrador le suele agregar su pequeña cuota de imaginación.

El siguiente cuento narra un suceso de la vida del pintor japonés Tosa Mitsunobu (1434-1525). Como toda anécdota, se ha ido puliendo con el tiempo, sin perder su esencia, que es transmitir algunas enseñanzas encarnadas en sucesos y personajes.


El Origen De Un Cuadro

Hacía tiempo que Tosa Mitsunobu deseaba retratar el Hyakki Yakō (la fantasmal procesión, o desfile de los cien espíritus), cuando oyó hablar de un monje peregrino que se había encontrado con esta espectral comitiva mientras pernoctaba en las ruinas del viejo templo llamado Shozenji, antiguamente situado en las afuera de Fushimi, cerca de Kioto.

De este templo se decía que estaba deshabitado desde el trágico día en el que una banda de ladrones mató a todos sus habitantes. Aunque otros monjes intentaron sustituirlos, desistieron al poco tiempo, debido a los fantasmas que, según decían, lo habitaban. Pero esto había sucedido muchos años atrás.

El peregrino, que procedía de una ciudad lejana, no estaba al tanto de la siniestra leyenda del lugar, y como ya se había hecho de noche y una tormenta amenazaba con desatar su furia sobre él, decidió refugiarse en el templo abandonado. Buscó una habitación pequeña y en buen estado, en la cual, tras cenar un cuenco de arroz, se echó a dormir.

Del rollo de Hyakki Yako
Tosa Mitsunobu
(Japón, 1434-1525)
A las dos de la noche, lo despertó una gran algarabía de ruidos. Al acercarse al edificio principal, descubrió que en su interior se habían reunido decenas de espectros y duendes, de las formas más diversas, que reían, jugaban y danzaban.

Se trataba del Hyakki Yakō, y el peregrino, aunque asustado, no pudo evitar quedarse un rato observándolos, hasta que aparecieron otros espíritus de aspecto más grotesco y horrible, momento en el cual echó a correr de vuelta a su habitación, en donde se encerró hasta que los sonidos extraños cesaron y se hizo de día.

Esta era más o menos la historia que el peregrino, aún temblando, le relató aquella misma mañana a un comerciante de Fuchimi, y que este a su vez le contó al afamado pintor Tosa Mitsunobu unas semanas después, mientras este se hallaba de paso en la ciudad.

Esperando encontrar inspiración para su ansiado cuadro, Mitsunobu tomó sus cuadernos y sus pinturas y se dirigió hacia el templo Shozenji, dispuesto a pasar la noche en él.

Cuando llegó, el sol acababa de ponerse. Entró en la sala principal y montó guardia durante horas, sin percibir ningún ruido o visión que se saliera de lo normal, hasta que a eso de la medianoche su atención se vio atraída por una extraña luminiscencia que parecía provenir de las paredes.

Comprobó con sorpresa que allí aparecían dibujados duendes y espectros; era el Hyakki Yakō, reflexionó el pintor, que se manifestaba para él brillando tenebrosamente en las paredes.

A la luz de la luna, Mitsunobu se apresuró a copiar en su cuaderno las más de doscientas figuras, cada una diferente y más grotesca que la anterior. En ello empleó toda la noche, terminando justo cuando la primera luz de la mañana irrumpió en la sala y los espectrales dibujos desaparecieron.
Antes de partir, examinó por última vez las paredes. Estaban recubiertas de grietas y musgos de diferentes colores, que daban lugar a formas caprichosas, las cuales de pronto le resultaron muy familiares. Tosa Mitsunobu emitió una sonora carcajada al comprender que aquellos eran los fantasmas que había visto durante la noche. Apenas grietas y revoque saltado en la pared convertidos en terribles espectros gracias al azar y a su excitada imaginación, sugestionada por la historia del peregrino, quien probablemente fuese víctima de una ilusión similar a la que él acababa de sufrir.

Pero, después de todo, ¿qué importancia tenía eso?… ¿Acaso no había logrado al fin pintar el Hyakki Yakō?


El doble sentido de la ilusión.

Un sentido de la palabra “ilusión” está referido a “burlarse” y “engañar”. La palabra originalmente estaba vinculada al verbo “ludo”, que significa “yo juego”, pero fue evolucionando con el sentido de “causar una impresión engañosa” o “suscitar la esperanza de algo deseable”.

Del rollo de Hyakki Yako
Tosa Mitsunobu
(Japón, 1434-1525)
De este primer sentido de la palabra surge la enseñanza religiosa que dice: “Entonces no dejes que la vida actual te engañe, y no permitas que el embaucador te engañe apartándote de Dios”. Según esta mirada, ilusión es creer que una cosa es diferente de lo que realmente es, y la aceptación del alma de cualquier cosa imaginaria y oscura que esté de acuerdo con sus antojos. Es por lo tanto una forma de ignorancia. El monje peregrino presentado en primer lugar en el cuento es un representante de este tipo de error.

El segundo sentido, que se ha desarrollado especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y es el más vigente, popular y arraigado actualmente, es el de “viva esperanza, expectativas favorables depositadas en personas o cosas”. Hay una expresión, “hacerse ilusiones”, que especialmente habla de esta expectativa valiosa, tanto que se la suele poner como motor del alma.

Esto es lo que dice un sabio reconocido: “El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene”. Queda acentuado, en este segundo sentido, los aspectos de juego, de imaginación, necesarios para la vida. De aquí nace la figura del pintor del cuento, aquel ser capaz de encontrar un sentido a la ilusión óptica que se produce en el templo abandonado. No es un engañado, sino alguien que recibe una revelación.


El doble sentido de la realidad.

A todos nos pasa lo mismo que al monje peregrino y al pintor. Estamos ante las cosas que causan impresión en nuestra mente, y en otros momentos, encontramos en la realidad cosas que otros no ven. Algunos dicen que la realidad nos llena de ilusiones, en el primer sentido del término, es decir, nos engaña, nos confunde, o nos causa distintos sentimientos. Otros nos dicen que la ilusión es indispensable para vivir, como lo expresaba Homero Manzi : “Como cien estrellas que jamás se apagan, brillan tus recuerdos en mi corazón. Ellos me regalan la ilusión del alba en la noche triste de mi cerrazón”.

Del rollo de Hyakki Yako
Tosa Mitsunobu
(Japón, 1434-1525)
La realidad nunca nos llega en partes aisladas, sino toda junta. Como vemos en el cuento, las paredes ajadas y con grietas están en un templo, en el cual se había dado una masacre muchos años antes, por el cual pasó un peregrino. El pintor quería hacer un cuadro de una fantasmal procesión que él había escuchado, pero nunca había podido ver. El monje busca refugiarse en algún lado, porque se le ha venido la noche encima. Todo está junto, la realidad es una y desbordante, en todo sentido inabarcable. Para el monje, la realidad lo engaña; para el pintor, la realidad le regala la fantasmal procesión.

En la tradición humana hay una enseñanza de alcance universal: se nos recomienda meditar en la realidad que se nos presenta y de la cual formamos parte siempre. Algunos plantearon esta actitud contemplativa como una pérdida de tiempo, o como algo aburrido. Lejos de esto, el cuento nos habla de un juego maravilloso, que se da en todo momento de la vida, en el cual se participa con nuestra atención a la realidad, con nuestra actitud meditativa sin solemnidad.

En la meditación descubrimos que la realidad nos entrega ilusión, no para someternos a su dominio, sino como alimento indispensable para nuestro condición humana. Para darnos cuenta de esta afirmación, pensemos en los siguientes antónimos de “ilusión”: agobio, angustia, desilusión, desesperanza, desinterés, melancolía, pesimismo.


Un autor de teatro, para explicar su oficio, decía algo que podríamos aplicar en distintos aspectos de nuestra vida: “Tengo trucos en el bolsillo —y cosas bajo la manga- pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes una linda ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión” (Tennessee Williams, 1911-1983).

Viento
Taro Okamoto
(japonés, 1911-1996)

domingo, 14 de julio de 2013

FRANCISCA Y LA MUERTE

La mirada ingenua

En algún momento reciente de la historia la palabra “ingenuo” pasó a designar a alguien fácil de engañar, cándido. Pero en sí misma significa “de buen linaje”, “puro”. En la Roma antigua se aplicaba a los ciudadanos plenos, a los que nacen libres.

Sin título
Carlos del Toro Orihuela
(Cubano, nacido en 1954)
En este sentido, los cuentos populares tienen una mirada ingenua sobre toda la realidad, lo que les permite asumir aspectos que se suelen esquivar por ser atemorizantes o porque desbordan la capacidad de entendimiento. Uno de estos temas difíciles es la muerte, una de las protagonistas del cuento que presentamos en esta ocasión.

Los seres humanos intentamos comprender la realidad a través de símbolos, que son los elementos que usan los cuentos. La Muerte es un aspecto de la realidad, y como símbolo contiene varios significados. En primer lugar, representa el aspecto perecedero y destructor de la existencia. Es el final sin retorno de personas y cosas positivas y vivas, lo cual nos produce temor.

A la vez, este símbolo nos introduce a infiernos y paraísos, nos conduce a condiciones hasta ese momento desconocidas. En este sentido, el temor que sentimos en la humanidad ante la muerte es ante el cambio, es la resistencia a una forma de existencia desconocida. Lejos de una reabsorción en la nada, es el miedo a lo nuevo, a una situación libre de fuerzas negativas y regresivas.

Sin título
Antonio Vidal Fernández
(Cubano, nacido en 1928)
La Muerte es un paso muy inquietante para cualquier persona sin distinción. Para eso la humanidad ha ido descubriendo caminos de preparación para este tránsito. Las tradiciones se han dado cuenta de que muchos procesos de la vida son verdaderos pasajes en los que se produce “una muerte” a una condición para entrar en otra totalmente nueva. El paso de la niñez a la vida adulta es el caso humano más típico, para lo que se han elaborado muchos ritos de iniciación.


Tesoros del pueblo.

En una mitología antigua, se dice que la Muerte es hija de la Noche y tiene como hermano al Sueño. Así se rescata el valor regenerativo de la Muerte, como el de su madre y su hermano. Porque la humanidad sabe lo valioso de un buen sueño reparador y el descanso que significa la noche en un refugio cálido para el hombre. Son los grupos humanos los que van dando nombre a las distintas experiencias de la vida y a la vez descubren intuitivamente las relaciones simbólicas de esas experiencias.

El siguiente relato fue atesorado por el pueblo cubano. Como es una tradición oral, se hace muy difícil saber acerca de su origen, pero su permanencia es debida a que tiene fuerte resonancia en el corazón de los cubanos. Con serenidad se ha ido pasando de boca en boca, de generación en generación.

La versión del cuento anónimo es de Onelio Jorge Cardoso (cubano, 1914-1986). Fue un importante narrador, conocido en su tierra como el “Cuentero mayor”. Decía: “Al hombre no le basta con el pan sino que también necesita soñar”.



Francisca y La Muerte.

-Santos y buenos días -dijo la muerte, y ninguno de los presentes la pudo reconocer. ¡Claro!, venía la parca con su trenza retorcida bajo el sombrero y su mano amarilla al bolsillo.
-Si no molesto -dijo-, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
-Pues mire -le respondieron, y asomándose a la puerta, señaló un hombre con su dedo rudo de labrador:
-Allá por las cañas bravas que bate el viento, ¿ve? Hay un camino que sube la colina. Arriba hallará la casa.
«Cumplida está», pensó la muerte y dando las gracias echó a andar por el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y todo el azul resplandecía de luz.

Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la mañana. Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida ya la señora Francisca.
«Menos mal, poco trabajo; un solo caso», se dijo satisfecha de no fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino apretado de romerillo y rocío.

Mujer
Fidelio Ponce de León
(Cubano, 1845-1949)
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayaba soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.

Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera mirara tanta rama llena de nido, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué hacerse?; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.
Así, pues, echó y echó la muerte por los caminos hasta llegar a casa de Francisca:
-Por favor, con Panchita -dijo adulona la muerte.
-Abuela salió temprano -contestó una nieta de oro, un poco temerosa aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
-¿Y a qué hora regresa? -preguntó.
-¡Quién lo sabe! -dijo la madre de la niña-, Depende de los quehaceres. Por el campo anda, trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda por tanto mundo bonito y ajeno.
-Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
-Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta el anochecer o la noche misma.
«¡Contra!», pensó la muerte, «se me irá el tren de las cinco. No; mejor voy a buscarla». Y levantando su voz, dijo la muerte:
-¿Dónde, al fijo, pudiera encontrarla ahora?
-De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz, sembrando.
-¿Y dónde está el maizal? -preguntó la muerte.
-Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
-Gracias -dijo seca la muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Sólo garzas. Soltóse la trenza la muerte y rabió:
«¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!». Escupió y continuó su sendero sin tino.

Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y la nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un caminante:
-Señor, ¿pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos campos?
-Tiene suerte -dijo el caminante- , media hora lleva en casa de los Noriegas. Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
-Gracias -dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Sin título
Humberto Hernández Martínez
"El Negro"
(Cubano, nacido en 1958)

Duro y fatigoso era el camino. Además ahora tenía que hacerlo sobre un nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde la mitad del esfuerzo. Así por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a casa de los Noriegas:
-Con Francisca, a ver si me hace el favor.
-Ya se marchó.
-¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
-¿Por qué tan de pronto? -le respondieron-. Sólo vino a ayudarnos con el niño y ya lo hizo. ¿A qué viene extrañarse?
-Bueno... verá - dijo la muerte turbada-, es que siempre una hace su sobremesa en todo, digo yo.
-Entonces usted no conoce a Francisca.
-Tengo sus señas -dijo burocrática la Impía.
-A ver; dígalas -esperó la madre. Y la muerte dijo:
-Pues..., con arrugas; desde luego ya son sesenta años...
-¿Y qué más?
-Verá..., el pelo blanco..., casi ningún diente propio..., la nariz, digamos...
-¿Digamos qué?
-Filosa.
-¿Eso es todo?
-Bueno..., por demás nombre y dos apellidos.
-Pero usted no ha hablado de sus ojos.
-Bien; nublados..., sí, nublados han de ser..., ahumados por los años.
-No, no la conoce -dijo la mujer-. Todo lo dicho está bien, pero no los ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Ésa, quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada, sin preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del sombrero.

Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo de allí, cortando pangola para la vaca de los nietos. Mas, sólo vio la muerte la pangola recién cortada y nada de Francisca, ni siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó la hora:
-¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!
Y echó la muerte de regreso, maldiciendo.
Mientras, a dos kilómetros de allí, escardaba de malas hierbas Francisca el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le tiró a su manera el saludo cariñoso:
-Francisca, ¿cuándo te vas a morir?
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:
-Nunca -dijo-, siempre hay algo que hacer.


Sin título
Amelia Peláez
(Cubana, 1896-1968)


domingo, 30 de junio de 2013

EL NIÑO QUE NO HABLABA

La comunicación.

El arte de la conversación
René Magritte
(belga, 1898-1967)
Las personas somos sociales por naturaleza, necesitamos comunicarnos con los demás. La mejor circunstancia para el intercambio es lo que denominamos el “cara a cara”, sea de dos o más personas. Nada puede sustituir este tipo de encuentro aunque han crecido ampliamente las herramientas para comunicarnos.

La comunicación humana abarca la dimensión verbal y la no verbal. La primera se basa en el lenguaje, el uso de la palabra, oral y escrita.

La comunicación no verbal incluye los gestos, el rostro, la mirada. También el modo de vestir, de habitar en un lugar, y las conductas inconscientes.

El siguiente cuento nos muestra un aspecto de la maravillosa comunicación humana.


El niño que no hablaba
Era un niño que no hablaba. Todos los exámenes médicos llevaban a la misma conclusión: gozaba de una salud excelente, sus cuerdas vocales estaban perfectas, la razón de su mutismo era desconocida.
El niño creció bien formado y vigoroso, pero seguía sin hablar. Cursó sus estudios como pudo, aprobando los examenes escritos y suspendiendo los orales, y con motivo. Se le encontró un buen trabajo en el que no necesitaba hablar.

Un día, con veintiséis años, estaba tomando té en casa de una amiga de su madre, cuando de repente dijo:

-  ¿Me puedes dar un poco más de azúcar?

La sorpresa se apoderó de los allí presentes. La madre gritó.

-  ¿Hablas?

El joven se limitó a asentir con la cabeza.

-  Pero ¿por qué no has hablado nunca? - dijo la madre - ¿por qué te has pasado todos estos años en el más absoluto de los silencios? ¿por qué no has pronunciado una sóla palabra?

El joven contestó:

-  Porque, hasta hoy, todo iba bien.


El lenguaje del hombre.

Comprender y expresar son condiciones básicas de nuestra vida en sociedad. Comprender es apropiarse de la realidad, clasificarla según un esquema accesible a los miembros de esa comunidad. Expresar es hacer eficaz nuestra voluntad, es dejar constancia de nuestra presencia actuando sobre los demás. En este proceso, el lenguaje actúa como cauce y como medio. En este sentido todos los grupos humanos, por primitivos que sean, tienen un lenguaje.

El almuerzo en el jardín de Monet
Claude Monet
(francés, 1840-1926)
El lenguaje es una actividad que nace con el hombre, que sólo a él pertenece y que le permite relacionarse. Aunque el vocablo “lenguaje” se aplica también a otros ámbitos, como el lenguaje de las flores o el de las señales de tránsito, éstas son formas metafóricas de hablar.

La gestación del lenguaje es el hecho social por excelencia. Muchas generaciones intervienen en su realización. Cada palabra es una admirable obra de entendimiento y consenso. El lenguaje le permite al ser humano tanto relacionarse con su presente, como conocer aspectos de su pasado y proyectar parte de su porvenir.

Imaginemos la compleja experiencia del hombre primitivo que, sin contar con un conjunto de signos que todos pudieran reconocer, intentaba explicar a sus congéneres dónde se encontraba el alimento necesario y que necesitaba de la ayuda de otros para traerlo adonde estaban. Los idiomas que hoy hablamos se originaron en aquella experiencia prehistórica realizada con torpes gestos y sonidos groseros.

A pesar de lo imprescindible de la comunicación verbal, muchos idiomas han desaparecido. Hoy en el mundo se hablan 6.000 lenguas distintas, algunas muy cercanas a su extinción.


El lenguaje en nuestro tiempo.

El joven del cuento muestra que necesitamos hablar cuando hay problemas, cuando no todo va bien. La narración expone, de manera graciosa, la postura de la teoría evolutiva del hombre con respecto al lenguaje. Según Charles Darwin (inglés, 1809-1882), el habla surge para ejercer la atracción sexual, y también para marcar territorio, es decir, expulsar a cualquier tipo de invasor.

La conversación
Henri Matisse
(francés, 1869-1954)
Actualmente más que nunca se impone el dominio de la palabra, favorecido por el desarrollo científico y tecnológico, los movimientos migratorios, las relaciones entre los pueblos y la inmensidad de organizaciones económicas, culturales y educativas.

Ante todo, hablar es una forma de compasión humana. Nos imaginamos la cara de sorpresa de la madre del joven al escuchar hablar por primera vez a su hijo. Es el consuelo que buscaba la madre al esfuerzo realizado para que su hijo pudiera tener las herramientas indispensables para vivir. Nos hace pensar en otras situaciones en las cuales se priva a personas de la misericordia que implica hablarles, a veces por capricho o resentimiento, otras veces para castigar, como sucede con los presos de mala conducta.

Otras veces el problema es el exceso en el habla. Por eso, un reconocido conocedor de la naturaleza humana, Sigmund Freud (austríaco, 1856-1939), planteaba: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”. Es impresionante la cantidad de conversaciones y de comunicaciones que existen en nuestra vida, y la necesidad creciente de algo de silencio, que pasen cosas que no requieran de la palabra explicativa. Del cuento leído entendemos que el habla es para solucionar, pero que también hay cosas que están bien y no necesitan palabras.


Por la complejidad de la comunicación humana se vuelve difícil encontrar criterios adecuados para las variadas situaciones. Para nuestra reflexión personal, tenemos el cuento y el siguiente proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas”.

El arte de la conversación
Eugenio Fernández Granell
(gallego, 1912-2001)



domingo, 16 de junio de 2013

EL SANTO DE REPENTE SORDO

El ambiente del relato.

El desierto significa una inmensa extensión superficial, estéril, que oculta la realidad. Por eso, en la tradición, hay muchas personas que se van a vivir allí para buscar lo más esencial de la vida. Esto puede suceder con un hombre religioso que se recluye en un monasterio, pero también se da en un científico que en un laboratorio investiga sobre cuestiones desconocidas, como también en un empleado con un trabajo rutinario durante muchos años.

Transmutación III
Basil Alkazzi (Kwaiti, n. en 1938)
Para algunos el desierto representa al ser superficial que recorre la vida a ciegas, sin percibir su profundidad. Puede ser alguien al que sólo le preocupa la opinión de los demás, que está pendiente de cuestiones externas y se desvive por aparentar, como por ejemplo aquellos que se preocupan por la edad, negando el paso de los años. También es superficial aquel que se aferra a lo literal, a los mandatos sociales, convirtiéndose en alguien rígido y estéril.

Para otros representantes de la tradición el desierto, al ser un lugar despojado de todo, es el espacio donde se puede encontrar con el único importante. Allí se hace visible el Ser o la fuerza que sostiene la realidad, el principio de todo lo que existe. Recordemos, en este sentido, que los relatos evangélicos sitúan a Jesús en el desierto cuando tiene que tomar decisiones importantes. Así sucede antes de salir a predicar o antes de elegir a sus discípulos.

El desierto puede ser un espacio estéril, superficial; o ser el ámbito del encuentro con Dios o con lo más esencial de la vida. En el segundo caso, el desierto se vuelve fecundo, por la presencia de Dios o a la fuerza de la vida.

En el caso del cuento de hoy, la anciana va al desierto a buscar sabiduría. Nos parecemos a ella cuando, en las acciones de nuestra propia vida, en el entorno que nos haya tocado, buscamos consejo para nuestras decisiones o para entender el sentido de lo que nos toca atravesar.


El ermitaño del desierto.

El símbolo del ermitaño está en todas las culturas, sea como un sabio que se ha alejado del mundo, o como un brujo que vive apartado de la tribu. Es el que se va al desierto por decisión propia, para llegar de ese modo a lo más hondo de la realidad y desde allí estar al servicio de los otros. Por eso, si bien está alejado del espacio de la comunidad, no se desvincula, sino que con su ejemplo, palabras y actitud colabora con sus semejantes para superar lo superficial de la vida. Así, está físicamente lejos, pero de corazón en el centro de
la realidad.
Derviche
Miniatura Persa, 1615

El ermitaño ayuda a quienes se han perdido. Se sumerge en la sabiduría, y también es signo de prudencia y cautela. Estas son las virtudes de la vida en el desierto, que irá transmitiendo a los que se acerquen a él.

Encontramos un cierto aislamiento en el ermitaño. Sabemos que los que buscan la verdad suelen sentir que su tarea tiene como destino esa soledad. Así sucede con muchos investigadores y estudiosos. También se da en el hombre de campo, aún en nuestro tiempo, cuando sentado en el más moderno de los tractores recorre su terreno en soledad arando la tierra.

En nuestro tiempo es un símbolo muy popular. Especialmente los adolescentes y jóvenes respetan la figura del ermitaño, no para imitarlo, sino para tenerlo como protector y consejero. Películas como “El Señor de los Anillos” o “La guerra de las galaxias” apelan a esta imagen, atribuyéndole el consejo y la sabiduría.

En otros contextos, el ermitaño significa la paciencia, el tiempo que todo lo cura, el espíritu de sacrificio que lo resuelve todo, además de la lentitud en el estudio, del recogimiento, de la oración. Indica que hay que caminar despacio por la vida, mirando bien dónde se ponen los pies, sea en el plano de los negocios o de los asuntos personales. Invita a relajar los nervios, calmar las tensiones y dominar las inquietudes por medio del auto control y del relajamiento.

Para el cuento que ahora presentamos, tengamos en cuenta el doble movimiento que se produce en él. Son los movimientos de la anciana hacia el ermitaño, indicando el amor a la sabiduría, y el del ermitaño hacia la anciana, mostrando la sabiduría del amor, es decir, la santidad. Esta doble acción es posible en cada uno de nuestros corazones.


El santo de repente sordo.

El comportamiento de los verdaderos maestros puede parecer a veces sorprendente, incluso increíble, como en esta historia árabe.

Anciana
Suad al-Attar
(iraquí, n. en 1942)
Una anciana caminaba desde hacía años para encontrarse cara a cara, pero sólo durante unos instantes, con un santo ermitaño de prodigiosa reputación que vivía en un desierto. Dicho desierto estaba atestado de peregrinos que acudían de todos los lugares del mundo para recbir sus admirables palabras, tocar la tierra que se encontraba ante él, enfrentarse a su mirada (la gente decía que aquella mirada había visto a Dios) y luego partir.

Esos peregrinos vivían en tiendas o dormían al raso. Hábiles comerciantes vendían en el desierto todo lo necesario para vivir e incluso baratijas. Hombres y mujeres esperaban, formando una larga fila que serpenteaba por entre las rocas y avanzaba muy lentamente hacia la entrada de la cueva donde estaba el ermitaño, acompañado por dos sirvientes.

La anciana que había consagrado todas las fuerzas que le quedaban para hacer ese viaje, esperó como el resto. Aquella espera duró varias semanas. La anciana avanzaba al lento ritmo de la fila, gastando sus últimas monedas en comprarles un poco de comida a los vendedores ambulantes, que no dejaban de pasear por allí anunciando a grito pelado sus productos.

Cuando vio que su turno de ver al santo se acercaba, su corazón se aceleró. Se sentía presa de la emoción. No podía creer que un encuentro tan largo tiempo deseado fuera a producirse aquel mismo día. No se atrevía ni a levantar la mirada hacia el rostro del ermitaño, que estaba sentado a la entrada de su cueva.

Cuando el peregrino que la precedía se retiró, uno de los sirvientes fue a tomarla por el brazo para ayudarla a recorrer los pocos metros que la separaban del santo.

Tras lo cual ella se sentó. Pero, al hacerlo, perdió el dominio de su cuerpo y se tiró un pedo. Un pedo muy sonoro.

Terriblemente confusa, se encontraba frente al ermitaño sin saber qué decir ni qué hacer, pensando en levantarse y huir. Pero el ermitaño se inclinó hacia ella y le preguntó, con la mano colocada como una concha marina alrededor de su oreja:
-¿Qué dices?

La anciana levantó la mirada y lo miró. Se encontró con los ojos inocentes y afables del ermitaño, que seguía inclinado hacia ella. Y el ermitaño le volvió a decir:
-He perdido mucho el oído. Habla un poco más alto, te lo ruego. ¿Qué me has dicho?

La felicidad invadió a la mujer en cuerpo y alma como el agua cálida y perfumada. Sonrió y le dijo al ermitaño lo que había ido a decirle. El ermitaño, con la mano todavía colocada alrededor de su oreja, la escuchó muy atentamente, asintiendo con la cabeza para demostrarle que la comprendía, que hablaba lo suficientemente alto. Luego contestó con calma e inteligencia, y fue la vieja quien tuvo que escuchar asintiendo con la cabeza. Después besó el suelo a los pies del santo y se retiró muy feliz.

Cuando el siguiente visitante se presentó ante el ermitaño, éste mantuvo la mano alrededor de la oreja. Quería que todo el mundo lo tomase por sordo, para que nadie pudiese informar a la anciana del subterfugio.

Hizo otro tanto con los restantes visitantes, pidiéndoles que hablasen más alto cuando se dirigían a él. Todos le obedecieron.

Se comportó así durante meses, durante años, con los peregrinos, con sus sirvientes. Sólo escuchaba acercándose la mano a una de sus orejas. Y todo el mundo decía de él que era sordo.


Un día, diecisiete años más tarde, supo de la muerte de la anciana. Entonces bajó la mano, sonrió, llamó a cuantos lo rodeaban y anunció que el Señor, mediante un inexplicable milagro, acababa de devolverle el oído.


Sin título
Rachid Koraïchi
(argelino, n. en 1947)