jueves, 7 de abril de 2022

EL NARANJO

 

Madonna de las naranjas
Ismail Shammout
(palestino, 1930-2006)

En un camino cercano al pueblo, había un naranjo que daba jugosas naranjas. Algunos transeúntes, al apreciar las tentadoras frutas, detenían su marcha y se trepaban al árbol para arrancar algunos de sus frutos.

 

Un día, frente al árbol un mercader colocó un cajón y empezó a vender un jugo de naranja exquisito. La mayoría de los caminantes supuso que el comerciante había comprado el árbol mientras que otros se alegraron de que no tuvieran que treparse más para alcanzar las naranjas. Lo cierto es que el negocio prosperó, ya que el árbol era enorme y parecía dar fruto todo el año.

 

Después de algunos años, el mercader murió y frente al árbol aparecieron varios comerciantes que vendían jugo, cada uno de ellos prometiendo «el mejor jugo».

 

Las personas habían olvidado el árbol original, pero un buen día un joven caminante se detuvo frente a los puestos de venta, caminó hacia el naranjo, se trepó por sus ramas ante la mirada atónita de los clientes y los comerciantes, arrancó una de sus frutas, la peló y se sentó en el suelo a comerla.

 

A partir de ese día, los caminantes se dieron cuenta que el naranjo -contrariamente a lo que siempre habían supuesto- no era propiedad de nadie y descubrieron además que tenían la opción de comprar el jugo a los intermediarios o arrancar por sí mismos las naranjas.

 

La fuente

Aquí, allá
Odili Donald Odita
(nigeriano, n. en 1966)


La mitología griega nos habla de un jardín muy hermoso que se hallaba en las montañas de Atlas vigilado por tres ninfas, las Hespérides. Ese jardín estaba repleto de árboles con manzanas de oro, que habían sido regalo de bodas a la diosa Hera, cuando se casó con Zeus, por parte de Gea, es decir, la Tierra. Esas manzanas de oro, según algunas versiones, serían en realidad naranjas, frutos dorados que proporcionaban la inmortalidad a los que se alimentaban de ellos.

 

El naranjo es muy valorado pues posee una historia de más de 20 millones de años, con sus orígenes anclados en el sudeste asiático. Pertenece a un grupo de plantas que comprende también al limonero, al mandarino y al pomelo. El árbol del naranjo amargo llegó a occidente a través de la Ruta de la seda, después de haberse extendido a Japón y la India. Los árabes lo introdujeron en el sur de España y después a toda Europa, utilizándolo con fines sobre todo decorativos por lo llamativo de los frutos y las flores. Recién hacia 1520, el portugués Vasco da Gama introduce las nuevas variedades de naranjas de China que resultaban más dulces y de mejor calidad.

 

Las naranjas fueron muy estimadas por los piratas, pues eran un remedio eficaz para curar la enfermedad del escorbuto, muy común entre los navegantes que pasaban mucho tiempo embarcados. Si relacionamos esta propiedad sanadora con la idea china que consideraba a esta misma fruta como signo de fecundidad, y también con el sentido de los mitos griegos, podemos concluir que las naranjas son símbolos de salud, fecundidad y sabiduría.

 

Naranja y amarillo
Mark Rothko
(letón, 1903-1970)
En el relato podemos considerar al naranjo como una fuente de los tres bienes mencionados. El mercader es como un maestro que ayuda a las personas a relacionarse con los bienes que la planta entrega generosamente. Su tarea es exprimir los frutos y así facilitar a las personas el acceso a los dones. Muerto el mercader aparecen otros comerciantes que aparentemente hacen lo mismo, pero en realidad ocultan, a sabiendas o no, que hay acceso directo a la fuente. Dejan de ser un puente hacia los bienes para convertirse en una barrera, simulando propiedad sobre los mismos, e imponiendo el juego ilusorio del mejor jugo.

 

Llega finalmente el joven caminante, símbolo de tantos maestros amorosos que acompañan a la humanidad en su derrotero, que muestra el acceso directo a la fuente de salud, de fecundidad y de sabiduría. Sin levantar la voz, sin ejercer violencia, dando el ejemplo, se alimenta de este fruto dorado del sol.

 

El camino del conocimiento nos lleva siempre hasta el árbol. A veces nos viene bien que nos den el jugo exprimido. Pero hay un principio que es fundamental para alcanzar la plenitud: "Quien tiene acceso a la fuente, no bebe del jarro".


Sol ardiente de junio
Frederic Leighton
(inglés, 1830-1896)