domingo, 21 de junio de 2015

EL PAVOR DEL MAESTRO


Edad
Manabu Mabe
(japonés, 1924-1997)




El verdadero maestro no es insensible, ni mucho menos. Pero, cuando es preciso, sabe diferir sus sensaciones.

Sin título
Yosa Buson
(japonés, 1716-1784)
En un monasterio japonés, al final de la Edad Media, vivía un viejo monje que inspiraba en los jóvenes monjes una especie de respetuoso temor, porque nada parecía poder perturbar su serenidad. A pesar de que se pasaba el tiempo repitiendo que nada malo había en una emoción, fuera la que fuese, a condición de no dejarse llevar por ésta, permanecía tranquilo e imperturbable. No se le podía irritar, ni asustar, ni inquietar.

Una mañana de invierno, cuando la noche todavía oscurecía los pasillos del monasterio, los jóvenes monjes se reunieron en silencio en las sombras. Aquella mañana el viejo monje tenía que llevar la taza de té ritual hasta el altar. A su paso, todos ellos saltaron de repente de la oscuridad, como fantasmas, aullantes.

El viejo continuó andando tranquilamente, sin dar un paso en falso, sin tambalearse. Un poco más lejos, en el pasillo, había una mesa que él conocía. Con delicadeza, dejó allí la taza de té, la cubrió con un trozo de seda para mantenerla a salvo del polvo.

Después se apoyó contra la pared y lanzó un grito de espanto.


Dominio de sí mismo

         Parece que los hombres sumergidos en las religiones son los capaces de controlarse a sí mismo, pero el cuento que hemos leído nos da una pista para acercar esta virtud a la vida cotidiana de cualquier persona.

Bebiendo té
Huang Yongyu
(chino, n. en 1924)
         El viejo monje está cumpliendo un paso de la ceremonia del té, en el Japón medieval.

         Miremos de cerca el sentido del ritual.  El árbol del té creció silvestre durante mucho tiempo en Oriente, medía entre uno y dos metros, aunque podía alcanzar mayor altura.  El primer uso del té fue medicinal.  En China se conocía desde el 2500 a.C. y en este mismo país, en el siglo VII d.C., se convirtió en la bebida de las personas refinadas y de buen gusto.  El té llega a Japón en el siglo IX d.C. de la mano de un patriarca de la secta budista de Shingon.  Los monjes lo bebían para mantenerse despiertos durante la meditación.

         Dentro de la práctica del té se despertó el concepto de que el té iba más allá de un simple entretenimiento, del valor medicinal o de la ceremonia de los templos. La preparación y el tomar el té podría ser una expresión de las creencias Zen, donde cada acto de la vida cotidiana puede ser potencialmente un acto que genera la iluminación. Esta creencia manifestó por sí misma el desarrollo de una nueva y ascética forma de práctica, la cual buscaba la belleza de lo imperfecto en los objetos simples de la cotidianidad.


         La ceremonia del té asumió cuatro valores.  El primero es la armonía, para aplicar a las relaciones entre las personas y con la naturaleza;  y también a los utensilios y la manera cómo son usados.  El segundo es el respeto, orientado hacia todas las cosas y al sincero agradecimiento por su existencia.  El tercero es la pureza, la que rige en el interior, y también en el exterior referido a la pulcritud y limpieza en las cosas que nos rodean.  Finalmente, tranquilidad y paz de la mente, una vez seguidos los principios anteriores. 

Llama sagrada
Kazuo Shiraga
(japonés, 1924-2008)
         Como síntesis, un sabio japonés decía: “El arte del Camino del Té consiste simplemente en hervir agua, preparar el té y beberlo”.  (Sen Rikyū, 1522-1591).  Por lo tanto, tenemos en este rito algo equivalente a innumerables rituales de la vida cotidiana.  Las comidas, la higiene, el trabajo ordenado, el deporte, el estudio y tantas cosas que se realizan constantemente exigen las mismas virtudes, especialmente la del dominio de sí mismo.

         La palabra “pavor”, que es lo que sufre el viejo monje por el sorpresivo asalto de los jóvenes monjes,  es un cultismo que viene del latín “pavor, pavoris”, que significa: terror, espanto, también emoción y agitación, pasmo ante algo.  El pavor es la sensación que sufre una persona cuando está aterrorizada. El término se emplea como sinónimo de miedo o temor, por lo general si el individuo en cuestión está espantado o alterado con una situación.

A partir del pavor, la persona sufre un cambio en su estado anímico. Dicha alteración se produce por la percepción de un potencial peligro o daño, que puede ser real o estar en la imaginación del sujeto. Lo que hace el pavor es situar a la persona en un estado de alerta, que puede servir como mecanismo de defensa.

Monjes (par)
Kasumi Bunsho
(japonés, 1905-1998)
         El dominio de sí no es aislarse de la realidad, sino atravesarla con todas las potencias de nuestro interior, manejando nuestras emociones para que, cuando se manifiesten, expresen nuestro estado interior pero no alteren el ritmo de la vida que hemos elegido.

         Nuestra civilización, tal como el grupo de monjes jóvenes, suele poner trampas sorpresivas en nuestro caminar cotidiano, que  nos sacan de la tranquilidad que necesitamos.  Entre esas alteraciones están las noticias, los estímulos de venta, los embotellamientos, las urgencias de todo tipo, las nuevas exigencias sin previo aviso.  Al ver su abundancia tenemos que reconocer que las poblaciones son mucho más virtuosas de lo que se suele creer.  Con su ejercicio, muchos seres humanos hacen que este mundo funcione, dejando para la intimidad los gritos de espanto que el mundo provoca con frecuencia.

El miedo (homenaje a Francisco Goya)
Corneliu Baba
(rumano, 1906-1997)