domingo, 9 de diciembre de 2018

LA BALSA


 
El barquero
Ogata Korin
(japonés, 1657-1716)

Cuenta la historia que un viajero llegó a la orilla de un río muy grande. En el lado donde estaba la orilla era peligrosa, aterradora y estaba habitada por bestias salvajes. Al otro lado la orilla parecía segura y sin peligros. Pero no lograba ver ningún puente para cruzar el río, ninguna barca. Entonces decidió construir una balsa con ramas de árbol, hierbas y hojas. Y sirviéndose de las manos y los pies cruzó el río con la balsa. Llegó a la seguridad de la otra orilla que era tranquila y apacible.

Entonces se dijo “esta balsa me ha servido de gran ayuda. Me ha permitido pasar de una orilla a la otra. Estaría bien que la llevara conmigo a todas partes.” Y se alejó, con la balsa a cuestas.


Llegando a casa
Paisaje con balsas
Hans Feddersen
(danés, 1848-1941)

Cuando el viajero llegó a la orilla del gran río se sentó a pensar qué hacía. En su meditación se dio cuenta que si se dejaba arrastrar por la corriente llegaría al océano, a esa inmensidad, al abismo, para perderse. Luego se dio cuenta que si remontaba la corriente, llegaría al manantial, al principio de todas las cosas, a un misterio tan abrumador como el del océano.

Nuestro protagonista recordó que la vida es un río. El agua humedece el alma y le da un cuerpo, tal como pensaban los antiguos. El curso de agua puede representar toda la vida o alguna de sus etapas. La infancia es un tiempo de aguas rápidas burbujeantes, casi siempre alegre, que va saltando de piedra en piedra llevando la frescura a las orillas. La juventud ya es otro tipo de río, distinto del anterior y con características que no se repetirán ni en el río de la madurez ni en el de la ancianidad.

Meditando en la orilla, el viajero consideró que si él fuera chino necesitaría una pareja al lado. Porque en esa cultura de Oriente atravesar el río es una importante ceremonia de fecundidad que realizan las parejas jóvenes en el equinoccio de primavera, el cruce de las estaciones, considerado el comienzo del año. Con ese rito se equilibran las energías, se sumergen en la fecundidad e invocan la lluvia para que haga lo mismo con los campos.
Sobre el lago
Ian Fairweather
(escocés, 1891-1974)

En cambio si el peregrino en meditación fuera griego, lo primero que tendría que hacer es ofrecer sacrificios de animales, porque para esa cultura los cursos de agua están divinizados, como hijos de Océano y padre de las Ninfas. Es lo que enseñaba Hesíodo: No atraviesen nunca las aguas de los ríos de curso eterno, antes de haber pronunciado una oración, con los ojos fijos sobre sus magníficas corrientes, antes de haber mojado sus manos en la onda agradable y limpia.

Hechas todas las consideraciones posibles, el viajante construye una balsa. Es un trabajo arduo porque está todavía en una orilla muy peligrosa, dice el cuento. Lo que construye simboliza el seno materno, que nos hace atravesar las primeras aguas. También puede simbolizar el ataúd, a través del cual vamos a un nuevo nacimiento. Pero si se trata de atravesar las etapas de la vida, la balsa entonces significa aquellas acciones que nos permiten sortear los desafíos propios de cada época.

Llegar a la otra orilla significa alcanzar una mayor plenitud. Y allí el viajero se equivoca al cargar con una balsa que tendría que haber dejado. No solamente hay que meditar antes de cruzar, sino también después, como sucede en todos los ritos sagrados que comienzan con una invocación a la divinidad y culminan con un profundo agradecimiento a la compañía providencial que permitió el cruce.

Al arribar a la otra orilla después de atravesar cualquier río, el barquero que nos acompaña en la vida nos advierte antes de seguir que dejemos lo que hayamos utilizado para superar la etapa, aún las cosas buenas que nos hicieron flotar sobre las aguas pasadas. Ya todos los sueños y los deseos de la orilla anterior han desaparecido, has llegado a casa.

Cruce
Luis Cruz Azaceta
(cubano, n. en 1942)