Las lavanderas del Rímac Carlos Quizpez Asín (peruano, 1900-1983) |
Un
extranjero ofreció cien onzas de plata a un lavandero de Sung por la fórmula de
una crema para curar manos agrietadas. El lavandero había heredado esa fórmula
de sus antepasados, también lavanderos, y pertenecía a toda su familia, así es
que llamó a sus parientes y les dijo: “Nunca hemos acumulado mucho dinero con nuestro
oficio, pero si vendemos la fórmula ganaremos cien onzas de plata en un
instante”. Todos aceptaron venderla. Más tarde, el extranjero regaló la fórmula
al príncipe de Wu y éste lo recompensó con grandes tierras de cultivo. La misma
crema sirvió a unos para seguir lavando ropa; y al otro, para recibir una gran
fortuna.
Sentido
de existencia
Estudio de manos
Egon Schiele
(austríaco, 1890-1918)
Bendita
sea la mano. Es pasiva en lo que contiene; activa en lo que tiene. Por eso es
una síntesis, exclusivamente humana, de lo masculino y lo femenino, sirve de
arma y utensilio. La mano se prolonga a través de sus instrumentos: se
transforma en dientes de metal para serruchar la madera, en fuerza giratoria en
la llave que ajusta la tuerca, en porción adecuada a la boca cuando utiliza la
cuchara.
Benditos
sean los lavanderos que inventaron la crema para manos agrietadas, para poder
seguir ejerciendo el oficio y también realizando otras funciones de las manos.
Así podrán seguir acariciando y consolando al afligido, cocinando para
restituir fuerzas y compartir la mesa, escribiendo para guardar memoria o
enviar noticias.
Llegó
un extranjero, que simboliza a un mensajero enigmático, de más allá, que puede
traer beneficios o ser nefasto. El enigma es a quién ama: a su padre, a su
madre, a su hermano, a su hermana, a sus amigos, a su patria, a la belleza, al
oro. Puede estar enamorado de otras sutilezas, como decía un extranjero
extraordinario: Yo amo las nubes... las
nubes que pasan... a lo lejos... las maravillosas nubes.
Santa Práxedes
Johannes Vermeer
(holandés,1632-1675)
El
extranjero compró la crema y se la regaló al príncipe, que aparentemente no
entiende nada de su posición y de su poder. Premia al extraño con la posesión
de tierras que sólo pertenecen a Dios, quien reparte para compartir y no para
crear fortunas transitorias. Triste papel el de las autoridades que pierden el
sentido de justicia y deliberadamente ignoran la obligación que tienen de
atender y reconocer a los miembros de su pueblo.
Benditos
sean los lavanderos. Sabemos que no tienen estatus en la civilización
tecnocrática en la que vivimos. La máxima valoración es llamarlos gente de oficio, con una intención
clasificatoria para que nadie quede afuera del control, pero sin ningún
reconocimiento a su profunda dignidad. Pero es en lo concreto en dónde se
encuentra el tesoro de la vida, y en la unión de lo práctico con lo teórico
donde se halla el sentido de la existencia.
Figura de cuento Richard Mortensen (danés, 1910-1993) |