De El libro de la caza
Gaston III de Foix
(francés, 1331-1391)
Convencido
por su veterinario de las bondades del aceite de bacalao para las mascotas, un
hombre decidió administrárselo a Dino, su pastor alemán. Para lograrlo, lo
sujetaba con fuerza entre las rodillas, le abría la boca y con un embudo le
obligaba a beberse el aceite.
El
perro se resistía y hasta gruñía, pero el dueño no se daba por vencido pues
sabía que ese líquido era realmente beneficioso para la salud del animal.
Todos
los días se repetía la misma escena: el perro se escondía, el dueño lo sacaba
con la correa, lo agarraba con fuerza y vertía el aceite en su boca.
Un
buen día, Dino pudo escaparse de su dueño y, en el forcejeo, el aceite se cayó
al piso.
Y
en ese momento, el dueño contempló como el perro se acercaba al charco de
aceite y lo lamía sin problemas. En ese momento, el hombre se dio cuenta que
Dino no rechazaba el medicamento sino la forma de administrarlo.
La
tradición
Composición
Mario Sironi
(italiano, 1885-1961)
La
primera correspondencia que surge de este cuento se relaciona con las
enseñanzas de la espiritualidad, un beneficio indudable para la vida humana.
Acercarse a los bienes del espíritu como son la música, la prosa y la poesía,
las artes visuales y otras expresiones, es sumergirse en cosas que darán
felicidad. Son tesoros que nos llevan a la meditación y a la contemplación de
lo sublime, a una actitud de plenitud.
El
problema se presenta cuando los métodos no son los adecuados para acceder a los
bienes del espíritu. Así como el dueño del perro somete con violencia a su
mascota para darle el aceite de bacalao, que sin duda es algo beneficioso, se
suelen imponer disciplinas y normas coercitivas que supuestamente nos llevan a
los tesoros del espíritu. Estos no son los caminos hacia la plenitud porque en
el mundo de la espiritualidad no hay caminos preexistentes sino que se hacen al
andar.
Composición II
Filipo De Pisis
(italiano,
1896- 1956)
Si
realmente se quiere transmitir bienes lo único que cabe es la simple invitación
a "vengan y vean", sin imposiciones y sin ningún condicionamiento. Es
cómo se expresa el Salmista, en las Sagradas Escrituras (Salmo 34,9):
"¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!". Es notable que saber, de donde deriva sabiduría, y gustar tienen la misma etimología,
vienen del latín sapere. Junto a la
invitación cabe solamente el testimonio, la luz de libertad que irradia el
invitante.
Otra
pista que nos da el cuento es el aceite de bacalao. Tiene una amplia variedad
de beneficios. Contiene una vitamina que ayuda a fortalecer el tejido de los
huesos y de las uñas. Alivia el dolor en las articulaciones para las personas
que padecen de artritis. Aporta otra vitamina que fortalece el sistema
inmunológico. Sus ácidos grasos protegen y previenen contra las múltiples
enfermedades oculares, y ayudan a reducir los síntomas de ansiedad y depresión.
Y tiene otras propiedades referidas al sistema digestivo.
¿Cómo
se llegó a saber de tantos beneficios en el aceite de bacalao? Se fue
transmitiendo de generación en generación, de pueblo a pueblo, de una
civilización a otra. Recurramos de nuevo a la etimología. Transmitir viene del latín tradere,
que también dio origen al término tradición.
Los grandes beneficios de la naturaleza y de la cultura dependen
fundamentalmente de la tradición, es decir, de la reunión de invitaciones que
nos hacen desde siempre a "gustar y ver", y que forman el tesoro de
libertad, de humanidad y plenitud que se nos ofrece a manos llenas.
Una primavera Gino Severini (italiano, 1883- 1966) |