domingo, 1 de septiembre de 2013

EL CUARTO CONDENADO

Cuento.


Un religioso, que duerme solo en un viejo castillo, oye llamar a su puerta en medio de la noche. Entra un condenado, un muerto de gran tamaño, la nariz afilada, los ojos centelleando con una luz azulada, la lengua negra.

El castillo 
Georges Braque
(francés 1882-1963)
    -  ¿Quién eres y qué buscas? - dice con atrevimiento el monje, fortalecido por Dios.
    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el primer condenado.


Entra un segundo condenado:

    -  ¿Quién eres y qué buscas? - pregunta el monje.

    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el segundo condenado.


Entra un tercer condenado:

    -  ¿Quién eres y qué buscas? - dice el monje.

    -  El que viene detrás de mí te lo dirá – responde el tercer condenado.


¿Qué dijo el cuarto condenado? No apareció.




El castillo interior.


El religioso se encuentra en un lugar bastante extraño para su condición: un castillo. Se puede aceptar que habite un templo, un convento, pero hay que admitir que es muy raro que esté en un castillo y, además, solo. El cuento nos introduce a una realidad representada por el edificio.


Desde tiempos inmemoriales se encuentran lugares fortificados construidos por seres humanos. Parece que el apellido “Castro”, tan usado en castellano, tiene origen en el nombre que recibían en latín estos lugares defendidos por murallas y torres, de los cuales “castillo” es un diminutivo. Junto a la intención de protección, los castillos reflejaban la fuerza de sus pobladores y su dignidad o nobleza. Con el tiempo adquirieron también valores estéticos, de tal modo que encontramos castillos de una gran belleza en todas las civilizaciones.


Los condenados.
Detalle del Juicio Final.
Beato Angélico
(italiano, 1390-1455)
En los relatos tradicionales, los castillos misteriosos representan el interior del ser humano. Cuando pensamos en nosotros mismos, lejos de imaginarnos que habitamos en una bolsa de piel, o en una cueva de la tierra, se nos invita a mirarnos como un inmenso edificio, lleno de habitaciones, preparado contra las inclemencias del tiempo y de la civilización. Es un lugar en el que somos “señores”, dueños absolutos de sus posesiones.


Este es un símbolo del interior del ser humano, ese “lugar” en el que nos sentimos a solas con nosotros mismos. Allí nos damos cuenta que somos más que un engranaje mecánico en el mundo. Desde ese espacio sentimos que somos aceptados o rechazados por los demás. Es en el mundo interior donde vivimos las alegrías personales o compartidas, es donde reside la tristeza y en donde elaboramos nuestros deseos y ambiciones. En esta fortaleza interior podemos construir la compasión o aislarnos de lo exterior.


El protagonista del cuento es un religioso que representa a cualquier ser humano. No se habla de una concepción religiosa determinada, sino que se quiere representar al ser humano cuando está a solas consigo mismo. Por eso se dice que está durmiendo solo. Es un momento intenso, por eso se menciona su serena valentía ante las apariciones, fortalecido por Dios. Es en el castillo interior en donde nos enfrentamos ante las realidades trascendentes de la vida.


Según la tradición, los aparecidos significan nuestros miedos ante los mundos distintos al que vivimos. En el cuento, los que se manifiestan al hombre son condenados, porque ese es el principal temor de la persona religiosa: ser condenado. Es importante insistir que aquí no se habla de ninguna creencia determinada, sino de algo que es común a todos los seres humanos: la salvación. Lo que impulsa la vida humana, las grandes tareas y las rutinas pequeñas, es el instinto de salvación, la búsqueda de una plenitud que todavía nos es esquiva.




La inquietud del religioso.


La situación del protagonista del cuento es algo que afecta a cualquier ser humano: ¿alcanzaré la salvación? Los condenados van pasando uno tras otro, sin llegar a definir nada, multiplicando la incógnita que siente el religioso. Es el hombre que en la soledad de su interior se pregunta por su destino final.


Cuatro Árboles
Egon Schiele
(austríaco, 1890-1918)
Los condenados forman una serie con la misma respuesta, es decir, preguntarle al siguiente. Uno tras otro se van excusando de darse a conocer y transmitir el mensaje que supuestamente portan. Todo apunta al cuarto condenado, el que cierra el número perfecto. El cuatro es el símbolo de la tierra, por lo que el condenado que ocupará ese lugar tendrá a su cargo la sentencia definitiva, el sentido de la vida del religioso en la tierra. Como los puntos cardinales, los cuatro servirán de orientación al andar del protagonista en cualquier lugar del espacio terrestre.


Pero el cuarto no aparece. Se rompe la cadena de condenados, por lo que se deja bien en claro que no hay condenación posible. Lo que se imaginó el hombre en su castillo interior termina en nada. La pregunta sobre la propia salvación es equivocada, no tiene resolución.


El cuento nos dice que el hombre está salvado, que su vida ya tiene sentido y no debe buscar otro. Cada uno puede vivir en su castillo interior y desde allí relacionarse con sus semejantes con la serenidad de un “señor” que no tiene dudas sobre su destino de grandeza.


A veces podemos llegar a sentir dudas sobre nuestra salvación, pero es nada más que una sensación, sin ningún fundamento. Estas situaciones se nos producen cuando nos encerramos en nosotros mismos, y dejamos de estar relacionados, con compasión, con los demás. Es lo que le pasa al religioso del cuento, que se encuentra solo en su castillo interior.



El cuento fue tomado de una colección antigua llamada Tesoro de las Almas del Purgatorio, un texto originalmente en francés que muestra imaginarias situaciones de personas que sufren en la vida por algún motivo de confusión o egoísmo. Porque el auténtico dolor nace de olvidarnos de nuestro único destino de grandeza y dicha, y de dejar de ayudar a todos a alcanzar ese fin marcado en sus vidas.


Pintura
Pierre Soulages
(francés, n. en 1919)