Ilustración del Salterio Gorleston. F.162 (Inglaterra, 1310-1324) |
Cierto día un filósofo observaba
atentamente un caracol que se desplazaba muy despacio por la hierba a sus pies.
Un discípulo del filósofo, que
pasaba por allí, lo vio y le preguntó:
-
¿En qué estás pensando?
-
Pienso en este caracol –le dijo el filósofo- y
pienso que él no piensa en mí.
-
¿Y
eso es todo? –le preguntó el discípulo.
-
No,
no es todo.
-
¿Qué
más? ¿Por qué miras tanto ese animal?
-
Porque
–les respondió el filósofo- me parece que nos complementamos. Yo sé que no sé y
él no sabe que sabe.
Lo que sabe la creación
Los observadores del caracol destacan
varios aspectos sorprendentes de este animal.
Vemos que se mueve lentamente, alternando contracciones y elongaciones
de su cuerpo. Produce mucus para ayudarse
en la locomoción, al reducir la fricción.
La sustancia producida le trae otros beneficios, pues contribuye a su
regulación térmica, y reduce el riesgo del caracol ante las heridas y
agresiones externas de bacterias y hongos.
Con este mucus ahuyenta insectos peligrosos como las hormigas, y también
le permite trepar una pared bien empinada.
Tiene un caparazón en forma de
espiral. Cuando el animal se retrae
dentro, cubre la entrada con un tipo especial de mucosidad que se
solidifica. Esta “tapa” tiene un olor
agradable en algunos caracoles, y por eso se la quema como un constituyente del
incienso.
Estos son algunos aspectos de la
naturaleza del caracol. Pero el filósofo
también pudo haber estado meditando en algunas de las significaciones del
caracol. Este animal muestra y esconde
sus cuernos, así como la luna aparece y desaparece, como una muerte y
renacimiento posterior, que es el tema del eterno retorno. Así queda como un símbolo lunar.
En la tradición, la luna se la
relaciona con la fertilidad, y aquí esta significación se ve reforzada con el
desarrollo del cuerno y la espiral del caparazón, que es la evolución de la
vida. En África se adorna a los muertos
con el caracol, pues éste es el símbolo de la fecundidad que dan los
antepasados.
Colina roja y caparazón blanco Georgia O´Keeffe (norteamericana, 1887-1986) |
Pero el filósofo avanza más en la
explicación de su observación. Habla de
lo que él no sabe, y lo que el caracol sabe, aunque no sabe que lo sabe. Toda la naturaleza es así. Podemos estudiar las cosas de nuestro mundo y
de nuestro entorno, y eso lo llamamos “ecología”. Pero hay un conocimiento superior, no
contradictorio sino superador del anterior.
Lo llamamos “ecosofía”, es decir, la sabiduría de la naturaleza.
Estamos sumergidos en la naturaleza, y
somos parte indisoluble de ella. Por
eso, lo mismo que el caracol, sabemos muchas cosas, aunque no sabemos que las
sabemos, no siempre somos conscientes de nuestra gran sabiduría. Por ejemplo, no le enseñamos a nuestro
corazón a latir, y sin embargo lo hace constantemente para sostenernos en la
vida. No le enseñamos a nuestra nariz a
oler, y sin embargo lo hacemos siempre.
Nadie dio lecciones a sus ojos, y éstos funcionan con una precisión
asombrosa, descubriendo colores, formas, figuras contrastadas con fondos.
Mirar la naturaleza, contemplarla, es
descubrir una inmensa sabiduría que nos abarca, y que nunca podremos
aprehenderla del todo, siempre será más grande que la inteligencia y la
conciencia más despiertas.
Figura en la noche guiada por las pistas fosforescentes de caracoles Joan Miró (español, 1893-1983) |