Edad
Manabu Mabe
(japonés, 1924-1997) |
El verdadero maestro no es insensible, ni mucho menos.
Pero, cuando es preciso, sabe diferir sus sensaciones.
Sin título
Yosa Buson
(japonés,
1716-1784)
|
En un monasterio japonés, al final de la Edad Media,
vivía un viejo monje que inspiraba en los jóvenes monjes una especie de
respetuoso temor, porque nada parecía poder perturbar su serenidad. A pesar de
que se pasaba el tiempo repitiendo que nada malo había en una emoción, fuera la
que fuese, a condición de no dejarse llevar por ésta, permanecía tranquilo e
imperturbable. No se le podía irritar, ni asustar, ni inquietar.
Una mañana de invierno, cuando la noche todavía
oscurecía los pasillos del monasterio, los jóvenes monjes se reunieron en
silencio en las sombras. Aquella mañana el viejo monje tenía que llevar la taza
de té ritual hasta el altar. A su paso, todos ellos saltaron de repente de la
oscuridad, como fantasmas, aullantes.
El viejo continuó andando tranquilamente, sin dar un
paso en falso, sin tambalearse. Un poco más lejos, en el pasillo, había una
mesa que él conocía. Con delicadeza, dejó allí la taza de té, la cubrió con un
trozo de seda para mantenerla a salvo del polvo.
Después se apoyó contra la pared y lanzó un grito de
espanto.
Dominio de sí mismo
Parece que los hombres sumergidos en
las religiones son los capaces de controlarse a sí mismo, pero el cuento que
hemos leído nos da una pista para acercar esta virtud a la vida cotidiana de
cualquier persona.
Bebiendo té
Huang Yongyu
(chino, n. en 1924)
|
El viejo monje está cumpliendo un paso
de la ceremonia del té, en el Japón medieval.
Miremos de cerca el sentido del ritual. El árbol del té creció silvestre durante
mucho tiempo en Oriente, medía entre uno y dos metros, aunque podía alcanzar
mayor altura. El primer uso del té fue
medicinal. En China se conocía desde el
2500 a.C. y en este mismo país, en el siglo VII d.C., se convirtió en la bebida
de las personas refinadas y de buen gusto.
El té llega a Japón en el siglo IX d.C. de la mano de un patriarca de la
secta budista de Shingon. Los monjes lo
bebían para mantenerse despiertos durante la meditación.
Dentro de la práctica del té se
despertó el concepto de que el té iba más allá de un simple entretenimiento, del
valor medicinal o de la ceremonia de los templos. La preparación y el tomar el
té podría ser una expresión de las creencias Zen, donde cada acto de la vida
cotidiana puede ser potencialmente un acto que genera la iluminación. Esta
creencia manifestó por sí misma el desarrollo de una nueva y ascética forma de
práctica, la cual buscaba la belleza de lo imperfecto en los objetos simples de
la cotidianidad.
La ceremonia del té asumió cuatro
valores. El primero es la armonía, para
aplicar a las relaciones entre las personas y con la naturaleza; y también a los utensilios y la manera cómo
son usados. El segundo es el respeto, orientado
hacia todas las cosas y al sincero agradecimiento por su existencia. El tercero es la pureza, la que rige en el interior,
y también en el exterior referido a la pulcritud y limpieza en las cosas que
nos rodean. Finalmente, tranquilidad y
paz de la mente, una vez seguidos los principios anteriores.
Llama
sagrada
Kazuo
Shiraga
(japonés, 1924-2008) |
Como síntesis, un sabio japonés decía:
“El arte del Camino del Té consiste simplemente en hervir agua, preparar el té
y beberlo”. (Sen Rikyū, 1522-1591). Por lo tanto, tenemos en este rito algo equivalente
a innumerables rituales de la vida cotidiana.
Las comidas, la higiene, el trabajo ordenado, el deporte, el estudio y
tantas cosas que se realizan constantemente exigen las mismas virtudes,
especialmente la del dominio de sí mismo.
La palabra “pavor”, que es lo que sufre
el viejo monje por el sorpresivo asalto de los jóvenes monjes, es un cultismo que viene del latín “pavor, pavoris”, que significa: terror,
espanto, también emoción y agitación, pasmo ante algo. El pavor es la sensación que sufre una
persona cuando está aterrorizada. El término se emplea como sinónimo de miedo o
temor, por lo general si el individuo en cuestión está espantado o alterado con
una situación.
A partir del
pavor, la persona sufre un cambio en su estado anímico. Dicha alteración se
produce por la percepción de un potencial peligro o daño, que puede ser real o
estar en la imaginación del sujeto. Lo que hace el pavor es situar a la persona
en un estado de alerta, que puede servir como mecanismo de defensa.
Monjes (par)
Kasumi Bunsho
(japonés, 1905-1998)
|
El dominio de sí no es aislarse de la
realidad, sino atravesarla con todas las potencias de nuestro interior,
manejando nuestras emociones para que, cuando se manifiesten, expresen nuestro
estado interior pero no alteren el ritmo de la vida que hemos elegido.
Nuestra civilización, tal como el grupo
de monjes jóvenes, suele poner trampas sorpresivas en nuestro caminar
cotidiano, que nos sacan de la
tranquilidad que necesitamos. Entre esas
alteraciones están las noticias, los estímulos de venta, los embotellamientos,
las urgencias de todo tipo, las nuevas exigencias sin previo aviso. Al ver su abundancia tenemos que reconocer
que las poblaciones son mucho más virtuosas de lo que se suele creer. Con su ejercicio, muchos seres humanos hacen
que este mundo funcione, dejando para la intimidad los gritos de espanto que el
mundo provoca con frecuencia.
El miedo
(homenaje a Francisco Goya)
Corneliu Baba
(rumano, 1906-1997) |