El carro
fantasma
Salvador Dali (español, 1904-1989) |
Venía
un hombre caminado por un estrecho y poco transitado camino, al girar en una
curva, pocos metros más adelante, se encuentra frente a un pesado carro que
había volcado y le impedía el paso.
El
campesino que conducía el carro, que había estado en vano intentando ponerlo
nuevamente en pie, le pidió al viajero que le ayudase a levantarlo.
¿Cómo
podrían solo dos hombres levantar una carga tan grande? se preguntó el hombre.
Y
contestó:
-Es
inútil. No puedo. Es imposible.
Entonces,
el campesino con enojo y en tono de reproche, le increpó:
-¡Claro
que puedes, pero no quieres! ¡Esa es la verdad! ¡No quieres, en realidad no
quieres!
Composición
Gosta
Adrian-Nilsson
(sueco, 1884-1965) |
El
viajero, al percibir la vehemencia del campesino, puso manos a la obra. Buscó
en la cercanía y encontró unos maderos y ayudó con esfuerzo a deslizarlos bajo
las ruedas. Con otro madero a modo palanca, ambos hombres, hicieron fuerza y
contrapeso con todas sus fuerzas.
El
carro osciló, parecía enderezarse pero costaba, se movió un poco, tomaron
aliento y con un nuevo esfuerzo, consiguieron enderezarlo.
El
campesino acarició el lomo de sus bueyes, que jadeaban y volvió a colocar la
carga en su sitio.
Unos
pocos momentos más tarde el carro, tirado por los bueyes, se puso en marcha.
El
viajero le dijo al campesino:
-Permíteme
que te acompañe durante este tramo del camino.
-Con
gusto, será un placer. ¡Acompáñame!
Se
pusieron a andar uno al lado del otro. Tras unos momentos de silencio, el
viajero le preguntó al campesino:
-¿Cómo
es que has podido pensar que yo no quería?
- Precisamente lo he pensado porque tú has
dicho que no podías. Nadie sabe que no puede hacer algo antes de haberlo
intentado verdaderamente…
-Pero
¿Cómo has podido pensar que podría hacerlo?
-Era
solo una idea. Eso es todo.
-¿Qué
quieres decir con eso de una idea, eso es todo?
-¡Pero,
que insistencia! ¿En verdad quieres saberlo?
Pues bien, se me ha ocurrido al ver que te habían enviado a mi
encuentro.
-¿Cómo
es eso?, pregunto el viajero.
¿Entonces
crees que tu carro se ha volcado, sólo para que yo pudiese ayudarte?
-Por
cierto -¿Y qué otra razón podría haber, hermano? -dijo el campesino.
¿Quién
es mi prójimo?
El carro llegó a Europa
y Asia occidental en el cuarto milenio antes de Cristo, y al Valle del Indo
hacia el tercer milenio antes de Cristo. Surgió en la zona de Oriente Medio,
cuando se comenzaron los cultivos y la domesticación de los animales.
El carro
roto
Kitagawa
Utamaro
(japonés, 1753-1806) |
Los
carros han sido mencionados en la literatura ya en el segundo milenio antes de
Cristo. Un libro sagrado de la India afirma que los hombres y las mujeres son
tan iguales como dos ruedas de una carreta.
En realidad, el carro es uno de los símbolos más antiguos de la
humanidad. En algunos casos representa
al sol, en otros es el transporte del héroe mítico, o el vehículo de los
dioses.
En lo
que respecta a la vida humana, representa el conjunto de fuerzas cósmicas y
psíquicas que hay que conducir; el conductor es el espíritu que las
dirige. Es que nosotros, como aurigas de
nuestro propio ser, durante nuestro camino en la vida debemos realizar un trabajo
de construcción en los tres mundos: natural, humano y divino. De aquí que en muchas enseñanzas antiguas, el
carro simboliza la conciencia. Es el
vehículo del alma, que muestra el aspecto dinámico de la vida. Como el carro que somos puede tomar variados
caminos, también simboliza aspectos de conflicto.
Flor verde del alma
Janos Mattis-Teutsch
(rumano, 1184-1960) |
El
campesino con el carro volcado del cuento citado, es alguien que está en
conflicto, está atascado en su vida y por sí mismo no puede salir. Tal es su necesidad, que provoca al caminante
para que supere el miedo ante la inmensa tarea y se las ingenie para ver cómo
lo ayuda. Y el exigente pedido es respondido utilizando maderos cruzados bajo
las ruedas. De este modo, con gran
esfuerzo, el campesino puede retomar su camino.
Al
final del cuento hay una gran lección.
Los conflictos de nuestra conciencia, los atascaderos en los que se
encuentra nuestra alma muchas veces, pueden ser resueltos por nuestro
prójimo. Pero tenemos que estar atentos,
pues hay pocos viajantes por nuestro derrotero.
Y tenemos que saber pedir, con argumentos fuertes y claros, para recibir
la ayuda que necesitamos.
Ante
la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”, el relato nos dice que es aquel que va
por el mismo camino en la vida, y que responde a nuestro pedido. Es a quién no tememos desafiar o
importunar. Y con el caminante
aprendemos que las dificultades que pasan los demás son para que podamos ejercer
nuestra fraternidad. Así trata el
campesino a su circunstancial compañero: “¿Y qué otra razón podría haber,
hermano?”
La carroza
de fuego
George
Stefanescu-Ramnic
(rumano, 1914-2007) |