El
joven hijo de Nasrudin obtuvo un día una calificación muy buena de sus
maestros. Su padre se puso contento y le dijo:
—Pídeme
lo que quieras y te lo daré.
El
niño, muy emocionado pues conocía la pobreza de su padre, le dijo:
—Te
lo agradezco de todo corazón. ¿Puedes darme tiempo hasta mañana? Tengo que
pensar.
—Muy
bien —dijo Nasrudin—. Hasta mañana.
Al
día siguiente, el hijo fue a ver a su padre y le pidió un burrito.
—Ah
no —le contestó Nasrudin—. No tendrás el burrito.
—¡Pero
me habías prometido darme lo que quisiese!
—¿Y
no he mantenido mi palabra? ¡Me pediste tiempo y te lo he dado!
La
mejor promesa.
Nasrudin
otorga a su hijo algo muy preciado: tiempo.
Su hijo no se da cuenta, y por eso parece que se queja. Piensa que un burrito es más valioso que lo
que su padre le ha dado.
La
palabra “tiempo” es de origen latino, y tiene varios sentidos: tiempo, momento,
ocasión propicia, estado temporal en un momento determinado. Implica una noción instantánea o de fracción,
considerada en la línea temporal, frente a los vocablos latinos como “aevus” o
“aetas” que remiten al tiempo en su extensión durativa, “era” o “edad”. Puede
tener el valor de estación del año, momento, época, y su noción acaba
relacionándose incluso con el estado atmosférico de un momento en un
determinado lugar.
El
“tiempo” que el protagonista del cuento le da a su hijo, es que pueda vivir con
intensidad el presente, que pueda ingresar a fondo en la acción concreta, que
“piense”. Eso es lo que el hijo había
pedido, y fue atentamente concedido por su progenitor. El pasado, las calificaciones, ya está fuera
del presente, del regalo que hace Nasrudin.
Y el futuro no importa, pues más trascendental de lo que pueda pedir en
segunda instancia, es tener tiempo para el ejercicio, concreto y único, del
pensamiento.
Esta
manera de valorar el presente es conocido como “secular”, es decir, propio del
tiempo o del siglo. Es vivir concentrados en el presente, en la acción
concreta. Es una actitud valiente y
audaz. No hay especulación para más
adelante, sino que el momento se vive con intensidad.
Tiempo
salvando la Verdad
de la Falsedad y la Envidia
François Lemoyne
(francés, 1688-1737)
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Algunas
veces en la historia se puso en oposición lo secular y lo sagrado, ignorando
que vivir con intensidad el presente tiene dimensiones de trascendencia. Esa manera de ver los dos aspectos como
contradictorios es desafortunada. La
realidad es como un árbol que da un fruto misterioso, que por fuera es tiempo y
por dentro, su pulpa, es eternidad. La
concentración en el presente, en la acción concreta, es morder lo trascendente,
es alimentarse de eternidad. Por eso la
humanidad quiere mucho a sus héroes, porque en sus acciones alcanzan para sí y
para otros la trascendencia, lo celestial.
La
vida humana tiene momentos de felicidad, que son la fuente de las celebraciones
y las fiestas. Pero la felicidad del
momento se percibe después, en contraste con tiempos posteriores más
apacibles. Por eso el pasado sirve para
aprender algunas cosas, pero también puede ser un atractivo que me distraiga
del presente. Para vivir con intensidad
los momentos tengo que desprenderme del pasado, evitar la nostalgia.
Y para
alimentarme de la realidad, para morder el fruto de la eternidad envuelto en la
piel del tiempo, tengo que estar libre de las ansiedades, de lo que pueda
suceder en el futuro, que es un tiempo irreal.
Dar
tiempo es una obra de misericordia.
Darse tiempo es una actitud de madurez.
No significa solamente la soledad, la introspección. Darse tiempo es morder la pulpa de la
eternidad, en el encuentro, en la celebración, en las acciones bellas, es
decir, con todo aquello que tiene armonía con la marcha del universo en el
tiempo.