domingo, 19 de junio de 2016

EL PROFETA Y EL FUGITIVO




El hombre corriendo
Kazimir Malevich
(ucraniano, 1879-1935)


 Un hombre que huía perseguido por otros hombres poseídos por la violencia, pasó junto al profeta Mahoma y le pidió ayuda.

-Estos hombres quieren mi sangre. ¡Protégeme!

El profeta permaneció tranquilo y le dijo:

-Sigue huyendo en línea recta. Yo me ocuparé de tus perseguidores.

En cuanto el hombre se hubo alejado, el profeta se levantó y cambió de sitio. Se sentó en la dirección de otro punto cardinal. Los hombres violentos llegaron y, sabiendo que Mahoma sólo podía decir la verdad, le describieron al hombre que perseguían y le preguntaron si le había visto pasar.

El profeta se concentró un instante y respondió:

-Hablo en el nombre de Aquel que tiene en la palma de Su mano mi alma carnal: desde que estoy aquí sentado no he visto pasar a nadie.

Los perseguidores se fueron corriendo por otro camino, y el fugitivo salvó su vida.


Huir de los violentos

         Este cuento nos aconseja que escapemos de los poseídos por la violencia.  “¡Quieren mi sangre!”, grita el fugitivo, dando entender que los violentos intentan quitarnos la vida.  La sangre es el vehículo del alma.

Pintura
Joan Miró
(catalán, 1893-1983)

         Los daños de los violentos atacan al alma.  Los instrumentos que utilizan son variados, que van desde elementos punzantes y llegan hasta las palabras hirientes.  Por eso, lo mejor es huir lo más rápido y lejos posible.  En las variadas tradiciones humanas, este es un reiterado consejo.

         Como fugitivos, necesitamos protección.  El del cuento se encuentra con el Profeta Mahoma.  Se prefiere que se escriba Muhammad.  Nació en la Meca, en el año 570 y muere en Medina en 632.  Apenas nacido queda huérfano de padre y madre y es criado por un tío que pertenecía a una respetada tribu.

         Así es presentado por los que lo conocieron: “El Profeta Muhammad  fue el ejemplo perfecto de un ser humano honesto, justo, misericordioso, compasivo, veraz, confiable y valiente. Estaba muy lejos de cualquier característica maligna y luchó solamente por la causa de Dios y Su recompensa en la Otra Vida. Más aún, era en todas sus acciones y tratos muy consciente y temeroso de Dios”.
 

El Arcángel Gabriel transporta

 al Profeta Muhammad sobre las montañas

Ahmad Musa

(azerbaiyano, fallece c.1320)
         Para proteger la huida del hombre, Muhammad recurre a una herramienta muy valiosa para la convivencia: la restricción mental. Allá en la mente restringimos el significado natural de las palabras. Si yo, por ejemplo, respondo a una pregunta de modo que por la costumbre social, o por otros indicios, mis palabras son susceptibles de doble sentido, no hago más que usar una restricción mental amplia que siempre es lícita. Pero si respondo de modo que mi interlocutor no puede ver indicio alguno de que estoy usando de una restricción mental, entonces la restricción mental no es más que una mentira redonda.

          Los moralistas justifican la restricción diciendo: “de que nunca sea lícito mentir, no se sigue que haya siempre obligación de decir la verdad”. Ocultar la verdad es a veces no sólo conveniente, sino incluso obligatorio, por ejemplo, cuando se debe guardar un secreto.

         La restricción mental no es un ejercicio para nuestra vanidad de pícaros o para ocultar nuestras acciones espurias, sino algo muy útil para la convivencia entre las personas.  Como el amor al prójimo del Profeta, que protege al que está en peligro de caer en manos de los poseídos por la violencia. 



Construcción
Vasile Dobrian
(rumano, 1912-1999)