El hombre corriendo
Kazimir Malevich
(ucraniano, 1879-1935) |
Un hombre que huía perseguido por
otros hombres poseídos por la violencia, pasó junto al profeta Mahoma y le
pidió ayuda.
-Estos hombres quieren mi sangre.
¡Protégeme!
El profeta permaneció tranquilo y
le dijo:
-Sigue huyendo en línea recta. Yo
me ocuparé de tus perseguidores.
En cuanto el hombre se hubo
alejado, el profeta se levantó y cambió de sitio. Se sentó en la dirección de
otro punto cardinal. Los hombres violentos llegaron y, sabiendo que Mahoma sólo
podía decir la verdad, le describieron al hombre que perseguían y le
preguntaron si le había visto pasar.
El profeta se concentró un instante
y respondió:
-Hablo en el nombre de Aquel que
tiene en la palma de Su mano mi alma carnal: desde que estoy aquí sentado no he
visto pasar a nadie.
Los perseguidores se fueron
corriendo por otro camino, y el fugitivo salvó su vida.
Huir de los violentos
Este
cuento nos aconseja que escapemos de los poseídos por la violencia. “¡Quieren mi sangre!”, grita el fugitivo,
dando entender que los violentos intentan quitarnos la vida. La sangre es el vehículo del alma.
Pintura
Joan Miró
(catalán, 1893-1983)
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Los
daños de los violentos atacan al alma.
Los instrumentos que utilizan son variados, que van desde elementos
punzantes y llegan hasta las palabras hirientes. Por eso, lo mejor es huir lo más rápido y
lejos posible. En las variadas
tradiciones humanas, este es un reiterado consejo.
Como
fugitivos, necesitamos protección. El
del cuento se encuentra con el Profeta Mahoma.
Se prefiere que se escriba Muhammad.
Nació en la Meca, en el año 570 y muere en Medina en 632. Apenas nacido queda huérfano de padre y madre
y es criado por un tío que pertenecía a una respetada tribu.
Así es
presentado por los que lo conocieron: “El Profeta Muhammad fue el ejemplo perfecto de un ser humano
honesto, justo, misericordioso, compasivo, veraz, confiable y valiente. Estaba
muy lejos de cualquier característica maligna y luchó solamente por la causa de
Dios y Su recompensa en la Otra Vida. Más aún, era en todas sus acciones y
tratos muy consciente y temeroso de Dios”.
El Arcángel Gabriel transporta
al
Profeta Muhammad sobre las montañas
Ahmad Musa
(azerbaiyano, fallece c.1320)
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Para
proteger la huida del hombre, Muhammad recurre a una herramienta muy valiosa
para la convivencia: la restricción mental. Allá en la mente restringimos el
significado natural de las palabras. Si yo, por ejemplo, respondo a una
pregunta de modo que por la costumbre social, o por otros indicios, mis
palabras son susceptibles de doble sentido, no hago más que usar una
restricción mental amplia que siempre es lícita. Pero si respondo de modo que
mi interlocutor no puede ver indicio alguno de que estoy usando de una
restricción mental, entonces la restricción mental no es más que una mentira
redonda.
Los moralistas justifican la restricción
diciendo: “de que nunca sea lícito mentir, no se sigue que haya siempre
obligación de decir la verdad”. Ocultar la verdad es a veces no sólo
conveniente, sino incluso obligatorio, por ejemplo, cuando se debe guardar un
secreto.
La
restricción mental no es un ejercicio para nuestra vanidad de pícaros o para
ocultar nuestras acciones espurias, sino algo muy útil para la convivencia
entre las personas. Como el amor al
prójimo del Profeta, que protege al que está en peligro de caer en manos de los
poseídos por la violencia.
Construcción
Vasile Dobrian
(rumano, 1912-1999)
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