El despertar de la conciencia
William Holman Hunt
(inglés, 1827-1910)
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Había una vez un hombre muy pobre que paseaba por la
calle con un pedacito de pan en la mano. Era lo único que tenía, además del
hambre.
Al pasar por un restaurante vio unas deliciosas
albóndigas friéndose en una sartén.
-Mmhh…- suspiró.
-¡Qué delicia! ¡Si tan sólo pudiera comerme un bocado!
Y como no tenía
una sola moneda en ninguno de sus harapientos bolsillos, siguió mirando sin
dejar de suspirar. Con la esperanza de capturar aunque más no fuera un poco de
ese delicioso aroma, el hombre sostuvo un pedacito de pan por encima de la
sartén durante algunos segundos y después se lo comió como si se tratara de un
manjar.
El dueño del restaurante, que era un hombre grandote y
avaro, vio al mendigo cuando intentaba atrapar con su pancito el aroma de su
comida. Entonces salió del local, agarró al pobre por el cuello y lo llevó ante
el juez, que era una persona justa. Exigía que el mendigo le pagara por las
albóndigas.
El juez escuchó atentamente al hombre avaro, después
extrajo unas monedas de su bolsillo y le dijo:
-Párese junto a mí por un minuto.
El dueño del restaurante obedeció y el juez sacudió su
puño, haciendo sonar las monedas en el oído del demandante:
-¿Para qué hace esto?- le preguntó el dueño avaro.
El Juez respondió:
-Acabo de pagar por sus albóndigas. Con seguridad el
sonido de mi dinero es un justo pago por el aroma de su comida.
Hacer justicia con el pensamiento
Más de un filósofo griego estaría
encantado con este cuento. Con su
claridad, el relato nos habla de una cuestión importantísima para el
pensamiento de la humanidad. Han pasado
casi 25 siglos de aquellos pensadores que han puesto los pilares de nuestra
cultura, y a pesar de la inmensidad de tiempo, siguen teniendo razón.
Los tres filósofos
Giorgio
Barbarelli
da Castelfranco (Giorgione)
(italiano, 1478-1510) |
La cuestión central es muy simple: ¿qué
es lo importante de cada cosa? Cuando
nos referimos a “cosa”, estamos usando un término muy refinado, bien
filosófico. Puede ser una piedra, un
ratón, un árbol, un hombre, el planeta Mercurio o una galaxia. Todas son “cosas” distintas.
Lo importante de cada cosa es lo que la
hace ser tal cosa. Hay otras
características de las cosas, que son notables, pero que “no hacen a la
cosa”. Por ejemplo, un hombre
blanco. Hay características que hacen
que el hombre sea hombre. El ser “blanco”
no es esencial. A estas características
secundarias, la filosofía las llamaba “accidentes”. Recordemos el refrán: “Aunque la mona se
vista de seda, mona queda”.
En el cuento, el aroma de la comida no
es esencial, es un accidente. Y por eso el juez no paga con monedas, sino con
el “ruido” de las monedas, que es un accidente.
Otro ejemplo para entender. En los tiempos antiguos vivió Fidias, un
famoso escultor. Si observamos una
estatua de Fidias podremos apreciar que tiene ciertas características que
pueden variar sin que deje de ser una estatua.
Tiene un determinado peso, un tamaño, un color, un aspecto
definido. Estas características forman
parte de ella y no pueden existir por separado, es decir que no pueden ser en
sí, sino que tienen que ser en otro.
Los accidentes pueden cambiar, pero la
estatua seguirá siendo una estatua.
Podrá tener otro aspecto, otro tamaño, otro peso y otro color, pero su
esencia seguirá siendo la misma.
Miremos algo más abstracto: un
triángulo. Es esencialmente un polígono
de tres lados. Y se reviste de
accidentes: triángulo de tiza, de bronce, de flores, azul o verde, isósceles o
escaleno. Puede adoptar muchas
presencias accidentales, pero lo común, lo inseparable, lo que se predica de
todas es su esencia: un polígono de tres lados.
Percibimos las cosas por sus accidentes
y es preciso desnudarlas para conocerlas, para descubrir su meollo, aquello que
permanece bajo los cambios de apariencia.
Pero si me quedo en los accidentes, me puedo equivocar al generalizar, y
decir que un triángulo es un polígono verde.
Por eso los antiguos nos recomendaban
que tuviéramos tranquilidad de espíritu, para poder pensar con cuidado,
evitando así las equivocaciones y daños que podamos causar.
También el cuento nos puede ayudar a
comprender la siguiente enseñanza espiritual sobre lo que verdaderamente somos:
“No eres los pensamientos, eres el espacio desde el cual surgen los
pensamientos. ¿Y qué es ese espacio? Es la conciencia misma. La conciencia que
no tiene forma. Todo lo demás en la vida tiene forma. En esencia somos esa
conciencia sin forma que está detrás de los pensamientos.”