Bahía
Margit Selska
(ucraniana, 1900-1980)
En
las montañas del norte de la India, vivía un hombre que -como la mayoría de las
personas de la región- nunca había tenido la posibilidad de ver el mar.
En
un momento de su vida, una idea fue abriéndose paso en su cabeza: «Deseo ver el
mar antes de morir».
Tras
fijarse esta meta, el hombre comenzó a ahorrar dinero y a sacrificar su tiempo,
consiguiendo trabajos extras que le permitieran desplazarse al lejano mar.
Después
de un par de años de esfuerzo, reunió el dinero necesario para pagar el tren
hasta la costa del sur. Durante el viaje, se sentía entusiasmado porque estaba
a punto de cumplir su sueño.
Cuando
llegó a su destino, en Varkala, inmediatamente caminó hasta la playa y se puso
a observar con detenimiento el magnífico espectáculo: la belleza de las olas,
la espuma, el viento fresco, las palmeras…
Finalmente
hizo lo que siempre había esperado hacer: meterse en el mar. Después de
penetrar unos pasos, tomó con sus palmas un poco de agua y la llevó a su boca
para probarla. ¡Puaj! Aquello no era lo que esperaba y la escupió al momento.
En
ese momento, desencantado, el hombre dijo: «¡Qué lástima que el mar tenga un
gusto tan feo siendo tan hermoso! Realmente esto no es lo que esperaba».
El
rumbo del deseo
El mar
Georges Papazoff
(búlgaro, 1894-1972)
La
palabra deseo tiene un doble origen. El antecedente directo, desidium, significa ociosidad, pereza, inspirada en un verbo que significa permanecer sentado o detenerse. El otro origen es indirecto,
por analogía. Se basa en un término astrológico que es desiderare, que significa la
privación de un astro o el declinar
de un astro por el horizonte. De esta consideración nace echar de menos, echar en falta que
parece estar en la base del significado clásico del verbo desear.
En
el pensamiento humano, el deseo es el que lleva a la desilusión. El ejemplo
está en el cuento. El mar es un símbolo inmenso y conmovedor. Como tal es la
fuente de la vida y es el abismo en el cual no podemos vivir. Encierra en sí
mismo misterios que no sabemos si alguna vez se lograrán desentrañar. Su
contemplación, sin acompañamiento adecuado, puede enloquecer nuestra mente. Y
si nos dejamos arrastrar por el deseo bastará un poco de su agua en la boca
para que la desilusión arrase con el misterio.
Sin título
Maqbool Fida Husain
(indio, 1915-2011)
El
deseo de vivir lleva siempre un mensaje de muerte. El deseo es control y
dominio, es posesión. Es cierto que nos lleva a descubrir el misterio, pero no
es el misterio. Al poseer surge la desilusión de algún aspecto, de alguna
cualidad y nos quedamos estancados en lo efímero añorando la inmensidad.
Para
evitar los daños del deseo no tenemos que enfrentarlo, sino reconvertir sus
fuerzas. Más que posesión es dejarme poseer, y que el misterio me controle y me
domine. Un ejemplo muy valioso es el del pueblo de Dios en el desierto.
Llegando a la Tierra Prometida, el Misterio les enseña a vivir en plenitud. En
el Libro del Deuteronomio (capítulo 8,12-17) está consignado:
Y cuando comas hasta saciarte,
cuando construyas casas confortables y vivas en ellas, cuando se multipliquen
tus vacas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se
acrecienten todas tus riquezas, no te vuelvas arrogante, ni olvides al Señor,
tu Dios, que te hizo salir de Egipto, de un lugar de esclavitud, y te condujo
por ese inmenso y temible desierto, entre serpientes abrasadoras y escorpiones.
No olvides al Señor, tu Dios, que en esa tierra sedienta y sin agua, hizo
brotar para ti agua de la roca, y en el desierto te alimentó con el maná, un
alimento que no conocieron tus padres. Así te afligió y te puso a prueba, para
que tuvieras un futuro dichoso. No pienses entonces: "Mi propia fuerza y
el poder de mi brazo me han alcanzado esta prosperidad".