Conviene leer el cuento “El hombre de vida inexplicable” antes de este comentario.
La sabiduría envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad:
"El que sea incauto, que venga aquí".
Y al falto de entendimiento, le dice: "Vengan, coman de mi pan,
y beban del vino que yo mezclé.
Abandonen la ingenuidad, y vivirán,
y sigan derecho por el camino de la inteligencia".
Proverbios 9,3-6.
Lo que nos sorprende de Moyut.
Era un hombre instalado en su ámbito, con buenas perspectivas. Su final hubiese sido, nada menos, que el de inspector de pesas y medidas. Un puesto bien moderno, si cabe la comparación. Era el más alto logro de su especialización, la cumbre de nuestro tiempo, porque en nuestros días se consideran notables y grandes pensadores a los que saben clasificar, es decir, pesar y medir.
En el cuento, la fama de Moyut estaba dada por su codiciado puesto. No había nada de reconocimiento hacia su persona, o de valoración de las virtudes e idoneidad. Nada de eso. Solamente la resonancia del cargo y el peso de un buen ingreso estable. Renunciar a esto es volverse loco.
Lo que siguió tuvo la impronta de la primera experiencia del misterio: fue arrastrado por el río de la vida. Es la imagen de la pobreza, tal como decían sus paisanos: “Pobre Moyut”.
Pero la nueva condición encerraba un inmenso tesoro: la sabiduría. Ella no puede ser elegida, es otorgada. Tampoco conviene oponérsele. Queda sumergirse, desnudo, en ella.
En Moyut, la sabiduría provoca distintas acciones. Con el pescador aparece el instructor, el que enseña a leer y a escribir. Estos son los signos de la civilización. El paso de la prehistoria a la historia se suele marcar con el comienzo de la escritura.
Luego viene el tiempo del aprendizaje específico. Aprende del agricultor lo único que éste le puede enseñar, agricultura, y ninguna otra cosa. Algunos ven una referencia a la cultura, que nos abre el panorama pero que a la vez nos impide otras cosas. La cultura revela y oculta.
Después, el río arrastra a Moyut hasta el mundo del comercio. Se trata, en su caso, de comercio de alto valor como es el de las pieles. Comercio es intercambio, relación entre personas y pueblos. Cuando el comercio tiene escala humana, hace referencia a lo sagrado. Hay un sagrado comercio (sacrum commercium) en la vida. Fuera de esto y lejos de la escala humana están los desbordes de grandes capitales monetarios y las especulaciones desorbitadas de las bolsas.
Por eso, Moyut, luego de pasar por ser instructor, después de la etapa del aprendizaje y habiendo practicado el comercio, empieza a revelar signos de iluminación.
Son conmovedores los signos que describen esta situación de plenitud que empieza a manifestarse. En primer lugar, la curación de enfermos; luego, el servicio a los conciudadanos y, durante el tiempo libre, cuando hacía lo que quería, los misterios se iban profundizando en él.
Sorprende la respuesta de Moyut cuando le hablan de mortificación. No la tiene en cuenta. Sus decisiones no han sido las de alguien que se somete a ciertas privaciones por sistema, con el fin de alcanzar alguna meta específica: triunfar en algún deporte, purificar el cuerpo o la mente, bajar de peso. Nada de eso le interesa, sino solamente seguir el misterioso consejo y sumergirse en el río.
Una comparación.
Una forma de enseñanza que la tradición nos brinda es a través de comparaciones. Es el caso de las parábolas.
Comparar, poner de a pares, supone dos términos. En este caso, el de Moyut, su historia es uno de los términos. ¿Cuál es el otro? El único término posible para ocupar ese lugar es nuestra propia vida.
En el relato que estamos considerando, casi al final se pone una especie de juicio, realizado por hombres prejuiciosos, como los biógrafos. Y dice que no atienden a las realidades de la vida, que deberían ser sus propias vidas, sino que se dejan deslumbrar por los gustos de supuestos oyentes, que no son otros más que ellos.
Lejos de estos inventores de fábulas están los términos de comparación de esta parábola: Moyut y nuestra vida. De nuestro admirado Moyut no tenemos nada, no sabemos si vivió alguna vez y quizás ni haya existido. Porque su certeza no está en la historia, sino en el otro término de la comparación: nuestras propias vidas.
Moyut es cierto en nosotros. Constantemente nos sumergimos en el río de la vida y, nos guste o no, somos llevados corriente abajo.
Nunca sabemos adonde vamos. Si intentamos fijar una rutina, o tener un punto de vista definitivo, inamovible, entonces empezamos a sentir angustia y tristeza. Lo fijo nos duele, nos hace daño y deja marcas dolorosas en otros.
La parábola de Moyut es la voz íntima que nos dice que el cambio está en nuestras vidas. Miremos por un instante los verbos que utiliza Moyut para describir su itinerario: “salté”, “me convertí”, “me fui”, “me volví”, “cambié”, “fui”, “ahorré y dejé”, “vine”.
No tenemos la intención de ser biógrafos de nadie. Cada uno sabrá de los verbos que describen el propio itinerario.
La intención es compartir un puñado de certezas. Seguramente compartimos el mismo destino: no sabemos adonde vamos. También compartimos el hecho de que el relato de Moyut deja una señal en nuestras vidas. Y también tenemos en común que el miedo y el gozo son ineludibles en nuestro camino.
Para esto último alcanza con no sentir vergüenza cuando tenemos miedo o cuando estamos gozosos.
Reafirmamos el final de “El hombre de vida inexplicable”: nadie puede hablar del Jádir directamente.