sábado, 18 de junio de 2011

BIEN FÁCIL

No hace falta nada para meditar en la vida presente.  No es una obligación, ni una necesidad.  Forma parte de nuestro ser, como respirar.

Por eso meditar no tiene nada de aburrido, ni de pesado.  Por el contrario, como respirar, es algo placentero, ajustado, adecuado a nuestro caminar,  a nuestro estar en el mundo.

Se puede hacer en cualquier momento, en cualquier situación.  No hace falta una determinada edad, ni ningún conocimiento especial.

¿Alguien me puede enseñar a meditar? No hace falta, como no hace falta enseñar al corazón a latir.  En esto no hay maestros, ni escuelas, ni fórmulas.  Si alguno reclama para sí mismo esta docencia, se coloca en el lugar de un maestro de nada.

¿Se puede evitar la meditación?  Si lo comparamos con respirar, sería como retener la respiración.  Lo podemos hacer, por muy poco tiempo.  Si lo hacemos, volvemos enseguida a meditar.

Lo que sí podemos hacer siempre es estimular la meditación, ayudarla para una mayor plenitud, o simplemente, para sentir más de cerca la emoción de la belleza, o la conmoción de lo profundo. 

Siendo tan fácil, la meditación nos lleva a estar atentos a la vida.  Nos hace muy sensibles al gozo y al dolor, a la juventud y a la vejez, a la luz y a la oscuridad, a la salud y a la enfermedad.  Es una actividad sencilla pero profunda.  Es una aventura, novedosa y peligrosa, nunca sabemos adónde nos lleva.

Por esto a veces le tenemos miedo, pero todos la ejercemos.

Ahora queda a consideración de cada uno, un poema de Antonio Colinas, escritor y poeta español, nacido en La Bañeza (León) en 1946.  Una poesía, una música, una frase, un consejo, una imagen, una obra de arte, un amigo, o miles de cosas o personas son signos que nos alientan en nuestra meditación.

En este caso, conviene leer la poesía lentamente, a media voz o en voz alta.  Luego de varias lecturas aparecerán las palabras que nos importan o las imágenes que nos mueven.  Cuando se lee poesía, poco a poco, el pronunciar se transforma en una música personal, que suele dejarnos quietos, al menos por unos instantes.  Y después, la aventura de vivir.



Me he sentado en el centro del bosque a respirar...

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira el labio en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la sabia de los troncos talados,
y, como roca voy respirando el silencio
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento contenido en mi pecho
que inspira la luz y espira la sombra,
que recibe el día y desprende la noche,
que inspira la vida y espira la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión 
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado,
en un mundo visible, por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: «Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido».

Antonio Colinas ofreciendo unos objetos.