Ciclo (2005) Sopheap Pich (camboyano) |
En la
narración “La bolsa repleta de cuentos” se habla de tres pruebas. En esta oportunidad el número señala con
sencillez la armonía que hay en las instancias que se presentan, pero no se
despliegan la inmensidad de su significados.
Es un
relato de la tradición de Camboya, una tierra lejana, y sin embargo compartimos
la mayoría de los símbolos que nos acercan a entender la vida del mundo y de
los hombres.
“Cuéntame otro cuento,
por favor”, suplicó Lom. “No ya es hora de dormir”, contestó su anciano criado.
Así que el pequeño se acurrucó en la cama y pensando en la historia que acaba
de escuchar.
Desde que Lom era muy
niño, el viejo criado le contaba cada noche historias maravillosas: cuentos
sobre enormes gigantes y poderosos magos, tigres feroces y sabios elefantes,
emperadores opulentos y hermosas princesas. Cada noche tocaba una historia
nueva, y a Lom le encantaba escucharlas. Sabía que el criado había oído los
cuentos de labios de su madre, su abuela, su bisabuela, y que eran historias
muy antiguas.
Lom solía alardear
delante de sus amigos de saberse muchos cuentos. “¿Por qué no nos cuenta uno?”,
le pedían una y otra vez. “No –gritaba Lom-, son míos, y no se los contaré a
nadie”.
Todo el mundo sabe que
los cuentos están para ser contados, pero como Lom no los compartía con nadie,
se iban quedando aprisionados en una vieja bolsa, colgada en su habitación.
Lom siguió creciendo,
acompañado por los cuentos que el viejo criado le contaba cada noche, y se
convirtió en un apuesto joven. Decidió casarse con una bonita joven de un
pueblo vecino. La noche antes de la boda, el viejo criado oyó unos extraños
murmullos en la habitación de Lom. ¿Qué será eso?”, refunfuño, y se puso a
escuchar atentamente.
Los murmullos venían
de la vieja bolsa. Eran los cuentos, que charlaban entre sí lamentándose:
“Mañana se casa y por su culpa nos quedamos aquí apretujados”. “Debió dejarnos salir”, se quejó otro cuento.
“Le haremos pagarlo caro”, gritó un tercero. “Tengo un plan”. Dijo el primer
cuento. “Cuando vaya mañana al pueblo para la boda le entrará sed. Me
convertiré en pozo y, cuando beba agua, le entrará un dolor de estómago
terrible”.
“Por si el plan no funciona, yo me convertiré
en sandía. Cuando se la coma, sufrirá un dolor de cabeza espantoso”, dijo el
segundo cuento.
“Yo me convertiré en serpiente y le morderé”,
dijo el tercero. “Sentirá un dolor insoportable en la pierna.” Y los cuentos
se rieron cruelmente tramando su venganza.
El viejo sirviente se
quedó horrorizado. “¿Qué hago?”, se preguntó. “Tengo que evitarlo”. El criado
pasó toda la noche entera pensando como salvar al joven.
Por la mañana, cuando
Lom se disponía a partir en su caballo al pueblo vecino, el criado salió
apresuradamente y agarró las bridas del animal. Guió al animal por las colinas
hasta llegar a un pozo.
“¡Alto! -gritó Lom-, tengo sed”, pero el
anciano hizo seguir al caballo sin detenerse en el pozo. Al poco llegaron a un sembrado repleto de sandias. “¡Para!, gritó
Lom.
“Estoy muerto de sed.
Quiero una sandía”. El criado no quiso detenerse y siguieron adelante.
Llegaron al pueblo y
durante la boda el criado se pasó todo el tiempo mirando por todas partes, pero
no vio ninguna serpiente.
Al anochecer, los
novios se dirigieron a su casa. Los vecinos habían cubierto todo el suelo de la
casa de alfombras.
De repente, el viejo
criado entró corriendo en los aposentos de los novios. “¿Cómo te atreves a
entrar aquí de ese modo?”
El viejo criado
levantó la alfombra y dejó al descubierto una serpiente venenosa. La tomó por
la cabeza y la tiró por la ventana. “¿Cómo sabías que estaba ahí?”, preguntó
Lom asustado.
El criado le habló de
los cuentos apretujados en la bolsa y de sus planes de venganza por haberlos
olvidado y no compartirlos con nadie.
Desde aquel día Lom
empezó a contarle los cuentos a su mujer. Uno por uno, fueron saliendo todos
los cuentos de la bolsa con gran alegría.
Años más tarde, Lom se
los contó a sus hijos, y a su vez, ellos se los contaron a los suyos.
Hoy en día se siguen
contando. Lo sé muy bien, porque yo también los he escuchado y porque yo soy uno de esos cuentos apretujados en la bolsa.
La fuerza de los
cuentos.
Los
cuentos, como los símbolos que usan, tienen siempre aspectos benéficos o
dañinos. Esta realidad es siempre así,
pues el cuento hace bien o mal según quien lo narre y lo escuche. Guardarlos sin transmitirlos a los demás es
también una forma de reforzar el costado negativo de los mismos.
Empecé a pintar en el depósito de un hotel. Ken Svay (camboyano, 1933-2008) |
En este
sentido, las narraciones de la tradición no son informaciones del pasado o
adornos del tiempo. Por el contrario,
tienen una tarea muy importante que desarrollar en las generaciones siguientes
a su formulación. Merecen atención pues
pueden hacer un bien o causar daños si no se los atiende como corresponde.
Los
elementos del cuento también tienen esta potencia doble. Por ejemplo, el pozo del que el viejo criado
tiene que proteger a Lom. El fondo del
mismo es el mundo de los muertos, caer en un pozo es quedar prisionero de las
fuerzas subterráneas, inferiores. Es
común sentir que los agujeros encierran al final potencias maléficas,
dañinas.
Pero el
pozo tiene otro sentido. Es como un eje,
una escalera, que me permite avanzar desde la oscuridad hacia la luz de su
boca. En este aspecto es salida,
solución. El fondo suele significar la
oscuridad, la falta de vitalidad, no saber qué hacer. Entonces, para esta mirada, el pozo significa
la salida por arriba, el camino hacia la luz.
De la misma
manera se podrían considerar los otros dos elementos de las pruebas. La sandía, y mucho más la serpiente,
encierran castigos o beneficios. Las
tres pruebas forman un todo armónico, en relación al matrimonio que Lom está
por comenzar. Indican la solución, la
fecundidad y la fuerza vital en primera instancia, para luego desplegar sus
potencias en muchos significados más.
La transmisión de
cuentos.
Escena de la vida idílica Vann Nath (camboyano, 1946-2011) |
La principal actitud frente a
las narraciones de la tradición humana es comunicarla a otros. Esto tiene varios caminos, que se pueden
recorrer uno detrás de otro.
El primer
camino es escucharlos, leerlos. Que no
queden encerrados en la bolsa, sino que estén vivos en los oídos y en el
corazón de los receptores. Son siempre
breves, por lo que resultan fáciles de recordar, y en la memoria volver a
encontrarse con ellos.
Recordar
los cuentos nos lleva a meditarlos, a pensarlos en sus elementos, a descubrir
lo que quieren decir, lo que quieren enseñar.
Es entender que en las narraciones la humanidad va legando a los
descendientes lo que ha atesorado con paciencia en su experiencia.
La figura
humana que más entusiasma del cuento camboyano es el anciano sirviente. Vive feliz su sabiduría contando las
historias a su discípulo, lo salva de su ignorancia y lo protege para que
alcance la
plenitud. Una
descripción del amor auténtico.
La pollera de la flor dorada Leang Seckon (camboyano, nacido en 1974) |