La palabra “monje” viene del griego “monachós” que indica “único”, que proviene a su vez de “monos”, “uno”, que encontramos en
palabras como monopatín, monopolio, y monotonía. La palabra en cuestión es aplicada a personas
que se apartan de su grupo social, por variados motivos, para vivir en soledad.
Dama Oferente del Cerro de los Santos (Anónimo, España Siglo IVa.C.) |
El
siguiente cuento es de tradición europea, probablemente de la Península Ibérica. Tiene paralelos en todo el
mundo, aunque sin una fuente común conocida. El modo en que describe personas y
acciones es común a los seres humanos de todo el mundo.
La sopa de piedras.
Un monje estaba
haciendo la colecta por una región en la que las gentes tenían fama de ser muy
tacañas. Llegó a casa de unos campesinos, pero allí no le quisieron dar nada.
Así que como era la hora de comer y el monje estaba bastante hambriento dijo:
-Pues me voy a hacer
una sopa de piedras riquísima.
Ni corto ni perezoso
tomó una piedra del suelo, la limpió y la miró muy bien para comprobar que era
la adecuada, la piedra idónea para hacer una sopa. Los campesinos comenzaron a
reírse del monje. Decían que estaba loco, que vaya locura más grande.
Sin embargo, el monje
les dijo:
-¡Cómo! ¿No me digan
que no han comido nunca una sopa de piedra? ¡Pero si es un plato exquisito!
-¡Eso habría que
verlo, viejo loco! –dijeron los campesinos.
Precisamente esto
último es lo que esperaba oír el astuto monje. Enseguida lavó la piedra con
mucho cuidado en la fuente que había delante de la casa y dijo:
-¿Me pueden prestar un
caldero? Así podré demostrarles que la sopa de piedra es una comida exquisita.
Los campesinos se
reían del fraile, pero le dieron el puchero para ver hasta dónde llegaba su
locura. El monje llenó el caldero de agua y les preguntó:
-¿Les importaría
dejarme entrar en su casa para poner la olla al fuego?
Los campesinos lo
invitaron a entrar y le enseñaron dónde estaba la cocina.
-¡Ay, qué lástima!
–dijo el fraile-. Si tuviera un poco de carne de vaca la sopa estaría todavía
más rica.
La madre de la familia
le dio un trozo de carne ante la rechifla de toda su familia. El viejo la echó
en la olla y removió el agua con la carne y la piedra. Al cabo de un
ratito probó el caldo:
-Está un poco sosa. Le
hace falta sal.
Los campesinos le
dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa y comentó:
-Desde luego, si
tuviéramos un poco de berza los ángeles se chuparían los dedos con esta sopa.
El padre, burlándose
del monje, le dijo que esperase un momento, que enseguidita le traía un repollo
de la huerta y que para que los ángeles no protestaran por una sopa de piedra
tan sosa le traería también una papa y un poco de apio.
-Desde luego que eso
mejoraría mi sopa muchísimo -le contestó el monje.
Después de que el
campesino le trajera las verduras, el viejo las lavó, troceó y echó dentro del
caldero en el que el agua hervía ya a borbotones.
-Un poquito de chorizo
y tendré una sopa de piedra digna de un rey.
-Pues toma ya el
chorizo, mendigo loco.
Lo echó dentro de la
olla y dejó hervir durante un ratito, al cabo del cual sacó de su zurrón un
pedacillo de pan que le quedaba del desayuno, se sentó en la mesa de la cocina
y se puso a comer la sopa. La
familia de campesinos lo miraba, y el fraile comía la carne y las verduras,
rebanaba, mojaba su pan en el caldo y al final se lo bebía. No dejó en la olla
ni gota de sopa. Bueno. Dejó la
piedra. O eso creían los campesinos, porque cuando terminó de
comer agarró el pedrusco, lo limpió con agua, secó con un paño de la cocina y
se lo guardó en la bolsa.
-Hermano, -le dijo la
campesina- ¿para que te guardas la piedra?
-Pues por si tengo que
volver a usarla otro día. ¡Dios los guarde, familia!
Un símbolo abarcador.
Diógenes José de Ribera (español, 1591-1652) |
En todas
las tradiciones religiosas hay seres que viven como monjes. Los encontramos en Occidente, en la tradición
cristiana, pero también los hay en Oriente, por ejemplo en el hinduismo y en el
budismo, con una notable presencia.
La vida
como monje no es solamente para ambientes religiosos. Si observamos con atención, veremos que en
nuestra vida cotidiana hay situaciones que se pueden asimilar a la vida
monacal.
La
etimología de la palabra nos orienta a todas aquellas realidades que vivimos
como únicas, y producen en nuestro interior un sentido de soledad. Se puede ver “monjes” en muchos oficios, como
es el vendedor de diarios, el taxista, el cajero de un banco, el médico en su
consultorio. También, en una situación
vital en la que estamos solos en nuestra casa por circunstancias de la vida. Recordemos a los migrantes
dentro de un país, y mucho más a los que cambian de país o de continente, que
han hecho de nuestro mundo un espacio intercultural.
Toda
persona, más allá de su oficio y condición, tiene tiempos en los que siente la
soledad, como parte de su vida diaria.
Las tareas domésticas, el tiempo de aseo, los momentos antes de dormir,
el viaje al trabajo y el regreso al hogar, son ocasiones monacales. Esto se siente mucho cuando estamos enfermos
y percibimos con fuerza nuestra individualidad.
Dada esta
variedad de experiencias, se suele decir que el “monje” es una especie de
arquetipo, un modelo con características específicas que pueden aplicarse a la
vida humana en sus distintas condiciones.
Las características principales son la ascesis y la generosidad.
Vivir como monjes.
La palabra “ascesis” significa
simplemente ejercitarse. Tal como lo
aplicó ya el poeta Homero (griego, siglo VIII a.C.), puede ser un trabajo
artístico o técnico. La expresión se usa
en el ejercicio físico y también se atribuye al ejercicio de la inteligencia y la voluntad. Ya desde esta perspectiva,
si la ascesis es una característica del monje, entonces es un modelo para un
amplio espectro de campos humanos.
Criatura Mítica I Oswaldo Vigas (venezolano, n. en 1926) |
Cada
“monje”, según su entender y el propósito que busque, realiza su
actividad. En muchos aspectos es una
repetición paciente de acciones físicas y de patrones de conducta, en los que
se trasluce la inteligencia y la voluntad operando juntas. En toda circunstancia, el fin que se busca es
el mismo, y consiste en “soportar con dulzura las dificultades de cada día”,
tal como lo expresó San Atanasio de Alejandría (296-373).
La vida del
monje busca la paz, que se expresa en la palabra “dulzura” que usa San
Atanasio. Lejos de tener tensiones
constantes, la vida humana tiene el sentido de alcanzar, en la vida cotidiana,
esa serenidad de espíritu que permite realizar adecuadamente las acciones más
delicadas como las tareas más esforzadas, cualquiera sea la condición de cada
uno, en contextos religiosos o seculares.
El resultado será indudablemente la alegría en el vivir.
La ascesis
es un ejercicio para el interior de cada uno, en un sentido muy personal,
único. Pero el arquetipo del monje
también se refiere a la relación con lo exterior a cada uno, en relación con
los seres humanos que nos rodean y con toda la naturaleza. Aquí se aplica expresamente
la generosidad.
En el
cuento presentado, el monje tiene que vérselas con un grupo de personas
tacañas, opuesto a su estilo de vida. En
ese contexto encuentra la manera de despertar la generosidad en los demás,
aplicando su ingenio en la manera de cocinar la sopa a partir de la simple
piedra.
El
protagonista del cuento muestra cómo el sentido de la soledad se plenifica en
la posibilidad de una relación renovada con otros seres humanos y con las
cosas. Su generosidad se muestra en el
camino que va haciendo despertando la acción en común y el servicio al
necesitado, aunque lo consideren loco o despreciable.
El símbolo
del monje nos ayuda a valorizar a las personas en sus oficios, en su vida
cotidiana, y en el respeto que merecen por esa soledad personal que conforma
cada personalidad. Por otro lado, la
generosidad que forma parte de la enseñanza monacal, es la herramienta
necesaria para que esa soledad que todos tenemos en nuestras condiciones de
vida, se pueda vivir con sentido y con una secreta felicidad.
Caras en bolsas de papel Rafael Ferrer (puertoriqueño, n. en 1933) |