lunes, 8 de octubre de 2012

PIEDRAS EN EL CAMINO


 
Figura
Fu Baoshi
(chino, 1904-1965)
            En la antigua China, como en todo el mundo, los cuentos han desempeñado una tarea educativa y de comunicación que no se puede comparar con nada. 

            Al no tener autores conocidos, se presentan como una sabiduría común a todas las personas que los entienden y los transmiten.  No son parte de ninguna ideología reconocible, ni siquiera de una sola forma de concebir el mundo y las cosas.

            “El picapedrero”, es un relato situado en la construcción de la Gran Muralla China,  una fortificación de más de 6.700 kilómetros de largo.  Recientes estudios han probado que los sectores más antiguos tienen más de 2.500 años de realizados.  Las etapas más recientes de esta impresionante obra datan de los siglos XV y XVI d.C.


Durante la época en que se construía la Gran Muralla, vivió un pobre diablo que trabajaba como picapedrero. Chen Ting-Hua, éste era su nombre, pasaba los días renegando de su existencia, con enormes pesares y amarguras. No había noche que antes de dormirse no pidiese a los dioses el poder cambiar su suerte.

Cierta noche, cuando apenas se había quedado dormido, una gran luz inundó la estancia y una imagen gigantesca se le apareció.

— ¿Eres tú Chen Ting-Hua? –preguntó la aparición.

— Yo soy, humilde siervo y picapedrero –respondió Chen.

— He oído tus pensamientos –dijo la imagen-, ¿de qué te quejas?

— Señor… ¡de mi adversa suerte! –contestó-. No soy feliz, con mi pobre sueldo apenas puedo tener una choza donde malvivir y apenas puedo permitirme el lujo de tomar una taza de té. Mientras que otros…

— ¿Y qué deseas ser… dime? –dijo la aparición.
Barcos entre rocas
Li Keran
(1907-1989)

— Un gran Mandarín –contestó Chen-, ellos viven bien y tienen cuanto desean… Pero, perdonad mi osadía gran señor… ¿quién sois vos y cómo podéis ayudarme?

— Soy el dios de la ambición –respondió-, y he venido hasta aquí para resolver tus problemas. Quedarás pues convertido en un gran Mandarín.

Al instante, Chen se vio rodeado y atendido por gráciles y bellas doncellas y fornidos eunucos. Vestía hermosos ropajes de seda y poseía un gran palacio.

Al día siguiente, Chen salió a dar un paseo por los jardines de su fastuoso palacio. La mañana era maravillosa y el sol lucía en todo su esplendor. Al ver el Sol, Chen pensó: ¡Cómo molesta el Sol!, ¡me abrasa y nada puedo hacer!, ¡quién fuese como él! De pronto se oyó una voz que dijo:

— Ya que ese es tu deseo… ¡conviértete en Sol!

Y así, Chen se convirtió en el Astro Rey del día. Vagaba por el cielo dominándolo con su luz radiante, esplendoroso… Pero una tarde, una densa y plomiza nube se interpuso en su camino, impidiendo que los rayos del sol pasasen a través de ella. Esto irritó enormemente al antiguo picapedrero que pensó: ¿Cómo una indigna nubecilla osa ponerse en mi camino? ¡Quién fuera nube! Y en menos tiempo del que se tarda en decirlo, Chen se transformó en una enorme y negra nube, la cual con un tremendo trueno se descargó en forma de lluvia torrencial cayendo con enorme violencia sobre la tierra y estrellándose contra las rocas. Chen se asustó tanto al chocar que deseó ser como las rocas. Y al instante se convirtió en una de ellas.

Aquello era otra cosa –pensó- ahora se sentía duro y fuerte, podía resistir, la lluvia, el viento, la fuerza de los elementos… Mas de pronto, sintió unos terribles golpes y vio a un hombre que con un pico estaba picando piedras. Un grito surgió de su garganta:

— ¡¡Quiero ser picapedrero!! –y al abrir los ojos vio que todo había sido un sueño.

Desde aquel día Chen Ting-Hua no volvió jamás a quejarse de su suerte, ni a desear ser como los otros.


La transformación del picapedrero

            Podemos representar la vida humana en este mundo como un camino de transformación desde la simple existencia hasta alcanzar a conocer el sentido de la propia vida.  Esto no implica una modificación externa, sino un apasionante cambio de actitud interior. 
Círculo de piedra
Anónimo
Neolítico - III milenio A.C.

            El cuento presenta, en una forma sencilla, lo que sucede realmente en la vida de Chen Ting-hua, el picapedrero desconforme.  Por obra del sueño va a pasar por símbolos llamativos hasta llegar finalmente a la piedra, el eje central de su oficio.  Luego de ser mandarín, sol, nube, lluvia tormentosa y piedra, vuelve a su oficio original, pero ya no es el mismo. 

            De forma parecida, las tradiciones humanas han elaborado ritos que acompañan a los jóvenes en su paso a la vida adulta.  Los hacen pasar por distintas experiencias, dependiendo del entorno en el cual vive cada sociedad, y de las enseñanzas que se quieran transmitir.  Se los denomina “ritos de iniciación”, y están presentes en la historia humana, aún en las civilizaciones más contemporáneas y tecnocráticas.  La ausencia de este tipo de ritos produce en el individuo la impresión de ser despreciado, lo que se convierte en rencor e inadaptabilidad.

            En nuestro cuento, el sentido del oficio del protagonista va a estar puesto en el símbolo de la piedra.  Veamos algunos de sus significados.  A partir de aquí entendamos que cuando se menciona que la piedra tiene “poderes especiales” lo que se quiere decir es que son instrumentos de una fuerza de otro orden, un poder que no reside en ellas.  Las piedras nos indican hacia donde prestar atención.


La vitalidad de las piedras
Piedra viviente (fotografía)
Khaled Hasan
(bangladés, n. en 1981)
            Según explican algunos estudiosos modernos, el planeta tierra que habitamos fue, en su origen, una masa de fuego, venida de otro lado, que se fue enfriando y endureciendo.  Esta manera moderna de entender el planeta, coincide con la forma en que piensa la tradición.  Las piedras son el testimonio, endurecido y permanente, de la masa, originalmente encendida en fuego, que vino del cielo. 

            Perseverando en esta idea, la tradición atiende a las piedras caídas del cielo, como los meteoritos, porque son las mensajeras del origen del mundo.  Todo lo que vino con la masa ígnea original viene en cada piedra que cae del cielo.  Por este motivo, en muchas religiones del mundo, los altares son de piedra o, al menos, tienen una piedra en la base. 

            En otros tiempos, se ponía una piedra para fundar un lugar.  En un relato bíblico, se habla del patriarca Jacob, que apoyó su cabeza sobre una piedra para dormir.  Por el sueño que tuvo, se dio cuenta que esa piedra era el centro de un lugar sagrado, “Beith-el”, la Casa de Dios. 

            En otros casos, como en los Andes peruanos, se hacen amontonamientos con piedras aportadas por cada persona que pasa por ese lugar.  Es un mojón que indica el camino seguro, o el lugar en donde encontrar lo necesario para el viaje.  Allí, como en muchos pueblos africanos, cada piedra representa un alma, y juntas están velando para que los otros puedan hacer su camino en paz.

            Lo que se llaman “piedras preciosas”, añaden, a su origen celestial, la idea de permitir la luz, al ser translúcidas y no opacas.  La tradición considera que estas piedras son símbolos de la transmutación, del cambio profundo.  Por eso se ponían en las coronas de los reyes, como también en muchos pueblos se regalan joyas con piedras preciosas engarzadas, para que protejan a quien las recibe. 

            Es inabarcable la significación de las piedras. En bruto o talladas, naturales o transmutadas, seguirán llenando de enseñanzas la vida del hombre.

            El picapedrero, al comienzo del cuento, estaba triste con su oficio.  Era como una piedra tallada por los hombres, hecho a la medida para construir la Muralla china.  Tenía razón en su queja.  Pero, en el sueño, fue tallado por la divinidad, que lo llevó a conocer el sentido de su vida.  Y termina como una piedra preciosa, una prenda de sabiduría y de paz. 

La Gran Muralla
Wu Guanzhong
(chino, 1919-2010)