sábado, 20 de octubre de 2012

LA SOPA DEL MONJE


La palabra “monje” viene del griego “monachós” que indica “único”, que proviene a su vez de “monos”, “uno”, que encontramos en palabras como monopatín, monopolio, y monotonía.  La palabra en cuestión es aplicada a personas que se apartan de su grupo social, por variados motivos, para vivir en soledad.


Dama Oferente
 del Cerro de los Santos

(Anónimo, España
Siglo IVa.C.)
            El siguiente cuento es de tradición europea, probablemente de la Península Ibérica.  Tiene paralelos en todo el mundo, aunque sin una fuente común conocida. El modo en que describe personas y acciones es común a los seres humanos de todo el mundo.


La sopa de piedras.

Un monje estaba haciendo la colecta por una región en la que las gentes tenían fama de ser muy tacañas. Llegó a casa de unos campesinos, pero allí no le quisieron dar nada. Así que como era la hora de comer y el monje estaba bastante hambriento dijo:

-Pues me voy a hacer una sopa de piedras riquísima.

Ni corto ni perezoso tomó una piedra del suelo, la limpió y la miró muy bien para comprobar que era la adecuada, la piedra idónea para hacer una sopa. Los campesinos comenzaron a reírse del monje. Decían que estaba loco, que vaya locura más grande.

Sin embargo, el monje les dijo:

-¡Cómo! ¿No me digan que no han comido nunca una sopa de piedra? ¡Pero si es un plato exquisito!

-¡Eso habría que verlo, viejo loco! –dijeron los campesinos.

Precisamente esto último es lo que esperaba oír el astuto monje. Enseguida lavó la piedra con mucho cuidado en la fuente que había delante de la casa y dijo:

-¿Me pueden prestar un caldero? Así podré demostrarles que la sopa de piedra es una comida exquisita.

Los campesinos se reían del fraile, pero le dieron el puchero para ver hasta dónde llegaba su locura. El monje llenó el caldero de agua y les preguntó:

-¿Les importaría dejarme entrar en su casa para poner la olla al fuego?

Los campesinos lo invitaron a entrar y le enseñaron dónde estaba la cocina.

-¡Ay, qué lástima! –dijo el fraile-. Si tuviera un poco de carne de vaca la sopa estaría todavía más rica.

La madre de la familia le dio un trozo de carne ante la rechifla de toda su familia. El viejo la echó en la olla y removió el agua con la carne y la piedra. Al cabo de un ratito probó el caldo:

-Está un poco sosa. Le hace falta sal.

Los campesinos le dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa y comentó:

-Desde luego, si tuviéramos un poco de berza los ángeles se chuparían los dedos con esta sopa.

El padre, burlándose del monje, le dijo que esperase un momento, que enseguidita le traía un repollo de la huerta y que para que los ángeles no protestaran por una sopa de piedra tan sosa le traería también una papa y un poco de apio.

-Desde luego que eso mejoraría mi sopa muchísimo -le contestó el monje.

Después de que el campesino le trajera las verduras, el viejo las lavó, troceó y echó dentro del caldero en el que el agua hervía ya a borbotones.

-Un poquito de chorizo y tendré una sopa de piedra digna de un rey.

-Pues toma ya el chorizo, mendigo loco.

Lo echó dentro de la olla y dejó hervir durante un ratito, al cabo del cual sacó de su zurrón un pedacillo de pan que le quedaba del desayuno, se sentó en la mesa de la cocina y se puso a comer la sopa. La familia de campesinos lo miraba, y el fraile comía la carne y las verduras, rebanaba, mojaba su pan en el caldo y al final se lo bebía. No dejó en la olla ni gota de sopa. Bueno. Dejó la piedra. O eso creían los campesinos, porque cuando terminó de comer agarró el pedrusco, lo limpió con agua, secó con un paño de la cocina y se lo guardó en la bolsa.

-Hermano, -le dijo la campesina- ¿para que te guardas la piedra?

-Pues por si tengo que volver a usarla otro día. ¡Dios los guarde, familia!


Un símbolo abarcador.

Diógenes
José de Ribera
(español, 1591-1652)
            En todas las tradiciones religiosas hay seres que viven como monjes.  Los encontramos en Occidente, en la tradición cristiana, pero también los hay en Oriente, por ejemplo en el hinduismo y en el budismo, con una notable presencia.

            La vida como monje no es solamente para ambientes religiosos.  Si observamos con atención, veremos que en nuestra vida cotidiana hay situaciones que se pueden asimilar a la vida monacal.

            La etimología de la palabra nos orienta a todas aquellas realidades que vivimos como únicas, y producen en nuestro interior un sentido de soledad.  Se puede ver “monjes” en muchos oficios, como es el vendedor de diarios, el taxista, el cajero de un banco, el médico en su consultorio.  También, en una situación vital en la que estamos solos en nuestra casa por circunstancias de la vida.  Recordemos a los migrantes dentro de un país, y mucho más a los que cambian de país o de continente, que han hecho de nuestro mundo un espacio intercultural.

            Toda persona, más allá de su oficio y condición, tiene tiempos en los que siente la soledad, como parte de su vida diaria.  Las tareas domésticas, el tiempo de aseo, los momentos antes de dormir, el viaje al trabajo y el regreso al hogar, son ocasiones monacales.  Esto se siente mucho cuando estamos enfermos y percibimos con fuerza nuestra individualidad.

            Dada esta variedad de experiencias, se suele decir que el “monje” es una especie de arquetipo, un modelo con características específicas que pueden aplicarse a la vida humana en sus distintas condiciones.  Las características principales son la ascesis y la generosidad.


Vivir como monjes.

            La palabra “ascesis” significa simplemente ejercitarse.  Tal como lo aplicó ya el poeta Homero (griego, siglo VIII a.C.), puede ser un trabajo artístico o técnico.  La expresión se usa en el ejercicio físico y también se atribuye al ejercicio de la inteligencia y la voluntad.  Ya desde esta perspectiva, si la ascesis es una característica del monje, entonces es un modelo para un amplio espectro de campos humanos.

Criatura Mítica I
Oswaldo Vigas
(venezolano, n. en 1926)
            Cada “monje”, según su entender y el propósito que busque, realiza su actividad.  En muchos aspectos es una repetición paciente de acciones físicas y de patrones de conducta, en los que se trasluce la inteligencia y la voluntad operando juntas.  En toda circunstancia, el fin que se busca es el mismo, y consiste en “soportar con dulzura las dificultades de cada día”, tal como lo expresó San Atanasio de Alejandría (296-373).

            La vida del monje busca la paz, que se expresa en la palabra “dulzura” que usa San Atanasio.  Lejos de tener tensiones constantes, la vida humana tiene el sentido de alcanzar, en la vida cotidiana, esa serenidad de espíritu que permite realizar adecuadamente las acciones más delicadas como las tareas más esforzadas, cualquiera sea la condición de cada uno, en contextos religiosos o seculares.  El resultado será indudablemente la alegría en el vivir.

            La ascesis es un ejercicio para el interior de cada uno, en un sentido muy personal, único.  Pero el arquetipo del monje también se refiere a la relación con lo exterior a cada uno, en relación con los seres humanos que nos rodean y con toda la naturaleza.  Aquí se aplica expresamente la generosidad.

            En el cuento presentado, el monje tiene que vérselas con un grupo de personas tacañas, opuesto a su estilo de vida.  En ese contexto encuentra la manera de despertar la generosidad en los demás, aplicando su ingenio en la manera de cocinar la sopa a partir de la simple piedra.

            El protagonista del cuento muestra cómo el sentido de la soledad se plenifica en la posibilidad de una relación renovada con otros seres humanos y con las cosas.  Su generosidad se muestra en el camino que va haciendo despertando la acción en común y el servicio al necesitado, aunque lo consideren loco o despreciable.

            El símbolo del monje nos ayuda a valorizar a las personas en sus oficios, en su vida cotidiana, y en el respeto que merecen por esa soledad personal que conforma cada personalidad.  Por otro lado, la generosidad que forma parte de la enseñanza monacal, es la herramienta necesaria para que esa soledad que todos tenemos en nuestras condiciones de vida, se pueda vivir con sentido y con una secreta felicidad.


Caras en bolsas de papel
Rafael Ferrer
(puertoriqueño, n. en 1933)