Sospecha
Elisha Ongere
(keniano, contemporáneo).
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Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Espió la manera de caminar del muchacho, exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven, como la de un ladrón. Tuvo en cuenta su forma de hablar, igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un valle. Y después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho parecían muy diferentes de los de un ladrón.
Recelo
del lenguaje
El ladrón
Jean Dubuffet
(francés, 1901-1985)
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La palabra “sospecha”
nos sorprende desde su misma etimología.
Viene de una expresión que significa “mirar algo o alguien desde
abajo”. ¿Debajo de qué? Ya de entrada nos habla de una situación de
complejo con respecto a un algo que está más alto. Abajo puede ser, como en el
cuento, la desconfianza que tiene el que se ve privado de algo, y mira con
recelo a cualquiera, aún al hijo del vecino, a alguien conocido. Quizás se haga referencia a ese sentimiento
de humillación que significa ser despojado de un bien, que nos hace sentir más
abajo, más cerca del suelo.
Sin
embargo, en el verbo “sospechar” hay una primera acepción bastante
positiva. Dice que es “creer, suponer o
imaginar una cosa por conjeturas fundadas en apariencias e indicios”. Muchos hombres de ciencia han hecho progresos
gracias a su capacidad de sospechar. De
mismo modo, esta actividad ha sido la virtud de muchos detectives famosos en
las novelas policiales. Por ejemplo, el
personaje C. Auguste Dupin que creó Edgar Allan Poe (norteamericano, 1809-1849)
para algunos de sus cuentos.
Duda
George
Stefanescu-Ramnic
(rumano, 1914-2007) |
La
segunda acepción del verbo es, en contraste, muy negativa. Es “desconfiar, dudar, pensar que alguien ha
hecho algo malo”. Aquí la actitud
desconfiada tiene justificación, pues hay algo malo posible en el observado. Por eso se vigila al sospechoso, una acción
propia de los “agentes del orden”.
La
sospecha es un momento transitorio, dure poco o mucho tiempo. Lo que se demora es alcanzar la verdad. El sospechoso queda en una sombra de duda, no
sabemos a ciencia cierta, hay algo que no está resuelto.
La
“sospecha” es una palabra inquietante.
Si la aplicamos al lenguaje, nos vamos en encontrar con dos sospechas. Ante
todo la sospecha de que el lenguaje no dice exactamente lo que dice. El sentido
que se atrapa y que es inmediatamente manifiesto no es, quizás, en realidad,
sino un sentido menor, que protege, encierra y, a pesar de todo, transmite otro
sentido. Surge en la pregunta: “¿qué me
quiere decir?”. Barruntamos que hay algo
más en lo que nos dicen, sobre todo referido a una cosa o persona que no
conocemos bien.
Por
otra parte el lenguaje hace nacer esta otra sospecha: que el lenguaje desborda,
de alguna manera, su forma propiamente verbal, y que hay muchas otras cosas en
el mundo que hablan. Por ejemplo se podría decir que la naturaleza, el mar, el murmullo de los
árboles, los animales, los rostros, las máscaras, los cuchillos en cruz,
hablan; probablemente hay lenguajes que se articulan de una manera no verbal.
En el
amplio campo de la filosofía, se designó a algunos pensadores como “maestros de
la sospecha”. Pero en el campo de la
vida, podemos decir que hay multitud de maestros que nos han llevado desde el
cómodo estar en el encierro a sospechar que hay mucho más que lo que vemos y
tocamos. Nos enseñan a desconfiar de lo
ya aprendido, para abrirnos a la verdad que nunca alcanzaremos plenamente.
Golpe de duda
Victor Brauner
(rumano, 1903-1966)
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