domingo, 8 de noviembre de 2015

EL FINAL DEL DESEO


La isla del deseo perdido
Friedensreich Hundertwasser
(austríaco, 1928-2000)

Si el deseo es tenaz, también es frágil y a menudo arbitrario.  Una breve historia china nos ha dejado esta huella de una fugacidad que nos puede parecer extraña.

Flujo
Romul Nutiu
(rumano, 1932-2012)
Alguien llamado Wang Huizhi, al despertarse una noche, vio todo el campo cubierto de nieve.  Bebió un vaso de vino para festejar aquella belleza, recitó un poema y de repente se acordó mucho de un amigo que vivía bastante lejos de allí.  El deseo de ver a aquel amigo se apoderó de él.  Se embarcó antes del final de la noche.

Viajó mucho tiempo.

Cuando llegó a la puerta de la casa de su amigo, se detuvo, dio media vuelta y regresó a su casa.

Alguien le preguntó la razón de aquel repentino regreso.

-Me fui para ver a mi amigo –contestó Wang Huizhi-, porque un deseo muy fuerte me empujaba a hacerlo.  Al llegar a su puerta, aquel deseo había desaparecido.  ¿Por qué, entonces, tendría que haber visto a mi amigo?


El deseo detiene el hacer 

         Hay una costumbre que consiste en preguntarle a algún adivino sobre el futuro de la propia vida o de algún aspecto de ella.  En la antigüedad, la acción de estos augures se describía con el verbo en latín, “considerare”, compuesto con el prefijo “con” y luego “siderare”, que hace referencia a los astros, a los que están en el espacio sideral.  Lo contrario era “desiderare”, no ver con los astros, no prestarles atención.  De este último verbo viene el castellano “desear”.

El deseo
Remedios Varo
(española, 1908-1963)
         Reforzando este sentido, “deseo” viene del latín “desidium”, que hace referencia a la ociosidad, pereza o desidia.  Es quedarse sentado, sin hacer nada.  El deseo interrumpe la acción humana, nos distrae, y nos lleva a situaciones sin sentido, o a la pérdida.  Grandes maestros también nos dicen que el deseo es la causa del sufrimiento en la vida.  

         En el cuento, el protagonista Wang Huizhi se había despertado para una de las actividades más profundamente humanas que se puedan concebir: la contemplación de la belleza.  Miraba la  belleza de la naturaleza, festejaba con vino tanta grandeza y todo lo convertía en el hermoso ritual de recitar un poema.  Pero en el medio de tanta plenitud, el deseo detiene la acción, frena la contemplación y hace que el hombre feliz emprenda un tortuoso camino de ir a ver a su amigo.  El final muestra la insensatez de la decisión.

         El protagonista no había sido impulsado por la amistad, que hubiera dado sentido a su viaje, sino por el deseo egoísta, que lo deja sin nada en el corazón: ni la contemplación de la belleza, ni su amigo.  

Fluir. Paisaje fantastico.
Konstantin Bogaevsky
(ucraniano, 1872-1943)
         ¿De dónde vienen los deseos?  No es una decisión, no se puede desear el deseo.  Más bien somos asaltados por él.  Según se describe en nuestro tiempo, los deseos, al igual que los sueños, provienen de nuestro inconsciente, donde están también experiencias, vivencias, sensaciones.  El inconsciente, por definición, nos es desconocido, y se manifiesta a nuestra conciencia repentinamente, o de modos que no podemos programar.  No por eso estamos sometidos indefectiblemente a los deseos, sino que es bueno que estemos atentos para que no nos saquen de nuestro camino por la vida, y nos dejen sentados a un costado con las manos vacías.

         No hay recetas, ni fórmulas infalibles.  Un ejemplo nos puede ayudar.  Vivir en plenitud es como estar oyendo un concierto.  La música nos va llevando por distintos climas, situaciones.  Si uno en algún momento quiere tomar conciencia de un sentimiento, o quiere analizar un acorde llamativo, pierde inmediatamente la melodía y queda afuera del fluir de la música.  Más aún, si cualquiera quisiera verse disfrutando de ese concierto, queda afuera del mismo.

         Por eso, los maestros dicen que la santidad es estar entregado al fluir de la vida, sin que los deseos, ni las preocupaciones nos saquen de la contemplación de lo que hacemos y experimentamos.  La plenitud, que es lo mismo que la santidad, es aceptar que nuestro ser más íntimo forma parte de la eterna música de la realidad.  Así la angustia se transforma en fe serena, y la ansiedad en risa.  


Nueva armonía.
Paul Klee
(suizo, 1879-1940)