Una
noche Nasrudín lavó su ropa y la puso en el jardín. A la mañana siguiente la ropa había
desaparecido; la había robado un ladrón.
Al
instante Nasrudín se arrodilló en el suelo y le dio las gracias a Dios
efusivamente.
-¡Cómo!
–le dijo su mujer-. ¿Te roban la ropa y
le das las gracias a Dios?
-Pero,
desdichada –le contestó Nasrudín-, ¿no ves que yo podría haber estado dentro?
Las
bellas vestiduras
La
actitud del protagonista, Nasrudin, un personaje legendario de los místicos sufíes,
es extraña para su mujer. La
contestación que recibe nos abre a muchos significados.
El sombrero
hace al hombre
Max Ernst
(alemán, 1891-1976) |
Es
interesante la etimología de la palabra “ropa”.
Proviene de una raíz germánica que se refería al botín, mercancías y
ropajes que son objeto de saqueo. Esa raíz
tuvo dos variantes, una de la que deriva el verbo “romper”, y de allí
corromper, irrumpir, erupción. La otra
vertiente da origen a los verbos arrebatar, rapiñar, y también “robar”.
Se
vislumbra claramente por qué Nasrudin agradecer no haber estado dentro de la
ropa, dentro de un objeto de robo. La
ropa, en este sentido, nos abriga, nos defiende de la intemperie, y también
preserva algo de nuestra intimidad. Pero
a la vez es algo que se puede apoderar de nuestra vida, dejándonos a merced de
los ladrones, de los arrebatadores, y de los corruptos.
La
vestimenta nos ha dado la individualidad, las distinciones, los refinamientos
sociales. El uso de esa ropa muestra
algo de lo que somos, como por ejemplo, el hábito de los religiosos indica que
esas personas están dedicadas a cosas espirituales. Pero como expresa el dicho: “el hábito no
hace al monje”, muchas veces los ropajes nos han hecho maniquíes y no hombres. Hay seres humanos que se dejan llevar por los
signos de su vestimenta, y en vez de conformar una armonía con la sociedad en
la cual viven, se dejan arrebatar por privilegios innecesarios implicados en
sus investiduras. Esto contribuye a dos
grandes males sociales: la vanidad y la envidia.
Hombre desnudo
George Bouzianis
(griego, 1885-1959)
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La
sabiduría expresada por Nasrudin indica que hay otras vestiduras que no pueden
ser rapiñadas. En la tradición de este
personaje hay una investidura de este tipo.
Simbólicamente se la expresa con un manto que cubre a la persona que se
ha convertido en alguien digno de ser imitado.
Para alcanzar esta posición tendrá que tener un conocimiento teórico y
práctico del hacer correcto, del camino adecuado y de la verdad plena.
En los
relatos evangélicos hay una escena misteriosa, que solamente es mencionada por
el evangelista San Marcos. Cuando los
soldados arrestaron a Jesús para llevarlo al juicio que terminaría en la Cruz,
dice el evangelista que “lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana,
y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo” (capítulo 14, versículos
51-52). Como el protagonista del cuento,
este joven también debió alabar a Dios por no haber quedado dentro de la sábana
que lo cubría.
El
joven, y también Nasrudin, en su aparente desnudez, tienen una vestimenta que
nadie se las podrá quitar. Como nos
aconseja el Nuevo Testamento, abandonemos las obras propias de la noche y
vistámonos con la armadura de la luz.
Una
oración antigua, tomada de Las Odas de Salomón, interpreta muy bien la alabanza
que rezó Nasrudín:
“Alcé mis brazos al Altísimo, hasta
Su gracia, porque quitó de mí las ataduras,
fue Él quien me auxilió
y me levantó hasta Su gracia y Su
Salvación,
y me quité las tinieblas y me vestí con Su
luz”.
Sin título
Zdislav Beksinski
(polaco, 1929-2005)
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