El gran silencio
Jacques
Hérold
(rumano, 1910-1987) |
Los estudiantes de la escuela Tendai
solían practicar la meditación mucho antes de que el Zen llegase al Japón.
Cuatro de estos estudiantes, amigos íntimos, se prometieron el uno al otro en
cierta ocasión observar siete días de absoluto silencio.
Durante el primer día, todos
permanecieron callados. Su meditación había empezado con buen pie. Pero al caer
la noche, como fuera que la luz de las lámparas de aceite había empezado a
palidecer, uno de los estudiantes no pudo evitar decir a un sirviente:
– Recarga esas lámparas.
– Recarga esas lámparas.
Un segundo estudiante se quedó
estupefacto al oír hablar al primero.
– Se suponía que no íbamos a decir una palabra – observó.
– Se suponía que no íbamos a decir una palabra – observó.
Entonces, el tercero dijo:
– Son los dos unos estúpidos. ¿Por qué han hablado?
– Son los dos unos estúpidos. ¿Por qué han hablado?
Y el cuarto estudiante concluyó:
– Yo soy el único que no digo nada.
– Yo soy el único que no digo nada.
Callarse es bueno para muchos
En varias tradiciones ven meritorio
el callarse. Ellas reconocen el valor de
la expresión oral, que la humanidad ha logrado mediante un esfuerzo
gigantesco. Sería un desacierto no tener
en cuenta esta maravilla que es el habla, la infinita riqueza de los idiomas
con que los seres humanos practican la relación mutua y el pensamiento.
Los cuatro discípulos se proponen una
semana de silencio absoluto. Pero parece
que no es solamente un cerrar la boca.
El cuento menciona a una escuela religiosa japonesa, el budismo Tendai,
que llegó a ese país en el siglo VIII d.C. y que hasta nuestros días es una
fuente de espiritualidad y vida sagrada para una parte de la humanidad. Semejante comunidad mística está lejos de la
superficialidad en la mirada sobre la humanidad, y propone que lleguemos hondo
en nuestro interior.
Meditación
René
Magritte
(belga, 1898-1967) |
El ejemplo de Friedrich Nietzsche (alemán,
1844-1900) un filósofo famoso, nos ayuda a vislumbrar el valor de
callarse. Para él salir a caminar a
solas, en silencio y por tiempo indefinido no era una mera distracción de las
intensas horas de escritura, sino el momento en que la escritura misma nacía.
Cada uno de los estudiantes del cuento
nos proporciona un peligro que acecha a la sabiduría de la vida del espíritu.
El primero nos habla del problema de tener sirvientes, de tener poder sobre
otros, de que un ser humano responda a una orden de hacer algo que el que
ordena podría hacer fácilmente por sí mismo.
Llenar una lámpara de aceite no es ninguna complejidad, ni lleva
demasiado tiempo. El poder nos distrae
de la experiencia de la acción. "Sé lento con la lengua y rápido con el
ojo", dice Miguel de Cervantes (español, 1547-1616).
El reproche del segundo discípulo es la
falta de compasión. Tiene razón en lo
que dice, y su sentido del deber le impide la misericordia. Cuando nuestro pensamiento se ciñe a las
normas estrictamente, cuando nuestra relación con otro pasa lejos de la
cordialidad y de la comprensión, entonces nos desbocamos. "La primera
virtud es la de frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe
callarse" (Catón, romano 234-149 a.C).
Meditación en una hoja de roble
André Masson
(francés, 1896-1987) |
Los dos primeros discípulos han caído,
han quedado golpeados por su incapacidad de callarse. El tercero entonces aprovecha la oportunidad
para insultarlos, y en eso se convierte en un necio. Se ha olvidado de la
enseñanza de Buda, que dice: “Para quien no se aferra, no hay acumulación./ Absteniéndose,
en calma, en todas partes verá seguridad./ El sabio no habla de sí mismo como
si estuviera entre superiores, entre iguales o entre inferiores”.
Cierra la serie de discípulos el que
menos necesidad tenía de hablar, el más superficial de todos. Es un vanidoso, es la ausencia de toda
lucidez, el más inoportuno. Se aplica en
él lo que vivimos a veces en nuestras
experiencias: "Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien,
ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca." (Jean de la Bruyère, 1645-
1696).
Es bueno hablar, pero también hay que
aprender a callar. Un conjunto de música
popular, no hace mucho tiempo cantaba la siguiente letra simple y sabia:
"Érase
una cotorra que decía
un millón de palabras cada día.
Y con grandilocuencia
desgranaba mil floridas sentencias
sin saber que al final de la jornada
no había conseguido decir nada.
Pájara majadera e insensata,
cierra ya el pico y no nos des la lata.
Cotorras hay con sombrero y corbata
que cuando abren el pico meten la pata."
Tres destinos
Remedios
Varo
(española,
1908-1963)
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