domingo, 22 de enero de 2017

APRENDER A CALLARSE

El gran silencio
Jacques Hérold
(rumano, 1910-1987)   


Los estudiantes de la escuela Tendai solían practicar la meditación mucho antes de que el Zen llegase al Japón. Cuatro de estos estudiantes, amigos íntimos, se prometieron el uno al otro en cierta ocasión observar siete días de absoluto silencio.

Durante el primer día, todos permanecieron callados. Su meditación había empezado con buen pie. Pero al caer la noche, como fuera que la luz de las lámparas de aceite había empezado a palidecer, uno de los estudiantes no pudo evitar decir a un sirviente:
– Recarga esas lámparas.

Un segundo estudiante se quedó estupefacto al oír hablar al primero.
– Se suponía que no íbamos a decir una palabra – observó.

Entonces, el tercero dijo:
– Son los dos unos estúpidos. ¿Por qué han hablado?

Y el cuarto estudiante concluyó:
– Yo soy el único que no digo nada.


Callarse es bueno para muchos

         En varias tradiciones ven meritorio el callarse.  Ellas reconocen el valor de la expresión oral, que la humanidad ha logrado mediante un esfuerzo gigantesco.  Sería un desacierto no tener en cuenta esta maravilla que es el habla, la infinita riqueza de los idiomas con que los seres humanos practican la relación mutua y el pensamiento.


         Los cuatro discípulos se proponen una semana de silencio absoluto.  Pero parece que no es solamente un cerrar la boca.  El cuento menciona a una escuela religiosa japonesa, el budismo Tendai, que llegó a ese país en el siglo VIII d.C. y que hasta nuestros días es una fuente de espiritualidad y vida sagrada para una parte de la humanidad.  Semejante comunidad mística está lejos de la superficialidad en la mirada sobre la humanidad, y propone que lleguemos hondo en nuestro interior.
Meditación
René Magritte
(belga, 1898-1967)  

         El ejemplo de Friedrich Nietzsche (alemán, 1844-1900) un filósofo famoso, nos ayuda a vislumbrar el valor de callarse.  Para él salir a caminar a solas, en silencio y por tiempo indefinido no era una mera distracción de las intensas horas de escritura, sino el momento en que la escritura misma nacía.

         Cada uno de los estudiantes del cuento nos proporciona un peligro que acecha a la sabiduría de la vida del espíritu. El primero nos habla del problema de tener sirvientes, de tener poder sobre otros, de que un ser humano responda a una orden de hacer algo que el que ordena podría hacer fácilmente por sí mismo.  Llenar una lámpara de aceite no es ninguna complejidad, ni lleva demasiado tiempo.  El poder nos distrae de la experiencia de la acción. "Sé lento con la lengua y rápido con el ojo", dice Miguel de Cervantes (español, 1547-1616).
    
         El reproche del segundo discípulo es la falta de compasión.  Tiene razón en lo que dice, y su sentido del deber le impide la misericordia.  Cuando nuestro pensamiento se ciñe a las normas estrictamente, cuando nuestra relación con otro pasa lejos de la cordialidad y de la comprensión, entonces nos desbocamos. "La primera virtud es la de frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse" (Catón, romano 234-149 a.C).

Meditación en una hoja de roble
André Masson
(francés, 1896-1987)   
         Los dos primeros discípulos han caído, han quedado golpeados por su incapacidad de callarse.  El tercero entonces aprovecha la oportunidad para insultarlos, y en eso se convierte en un necio. Se ha olvidado de la enseñanza de Buda, que dice: “Para quien no se aferra, no hay acumulación./ Absteniéndose, en calma, en todas partes verá seguridad./ El sabio no habla de sí mismo como si estuviera entre superiores, entre iguales o entre inferiores”.

         Cierra la serie de discípulos el que menos necesidad tenía de hablar, el más superficial de todos.  Es un vanidoso, es la ausencia de toda lucidez, el más inoportuno.  Se aplica en él  lo que vivimos a veces en nuestras experiencias: "Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien, ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca." (Jean de la Bruyère, 1645- 1696).

         Es bueno hablar, pero también hay que aprender a callar.  Un conjunto de música popular, no hace mucho tiempo cantaba la siguiente letra simple y sabia:
  
 "Érase una cotorra que decía
    un millón de palabras cada día.
    Y con grandilocuencia
    desgranaba mil floridas sentencias
    sin saber que al final de la jornada
    no había conseguido decir nada.
    Pájara majadera e insensata,
    cierra ya el pico y no nos des la lata.
    Cotorras hay con sombrero y corbata
    que cuando abren el pico meten la pata."


Tres destinos
Remedios Varo
(española, 1908-1963)