Árbol anciano a orillas del río
Wu Guanzhong
(chino, 1919-2010) |
Era un ermitaño muy anciano.
Ni siquiera él mismo recordaba sus años, pero había mantenido la conciencia
clara como un diamante, aunque su rostro estaba apergaminado y su cuerpo se
había tornado frágil como el de un pajarillo. Al despuntar el día se hallaba
efectuando sus abluciones en las frescas aguas del río. Entonces llegaron hasta
él algunos aspirantes espirituales y le preguntaron qué debían hacer para
adiestrarse en la verdad. El anciano los miró con infinito amor y, tras unos
segundos de silencio pleno, dijo:
-Yo me aplico del siguiente
modo: Cuando como, como; cuando duermo, duermo; cuando hago mis abluciones,
hago mis abluciones, y cuando muero, muero.
Y al concluir sus palabras, se
murió, abandonando junto a la orilla del río su decrépito cuerpo.
Hacer y nada más.
Es imposible para la
conciencia hacer dos cosas al mismo tiempo.
Un ejemplo claro es que no puedo leer y contemplarme leyendo al mismo
tiempo. Para leer un texto, me concentro
y pongo al servicio de eso todo mi ser.
Por eso no puedo pensar al mismo tiempo: ¡qué bueno que estoy leyendo!
Lo mismo pasa con un deporte o un juego cualquiera. Si en algún momento me pongo a tratar de
“verme jugando”, entonces me pierdo en la partida.
Éxtasis
Hans Hofmann
(alemán, 1880-1966) |
Como expresa un sabio dicho:
“no se puede repicar y estar en la procesión”.
Si nos ocupamos de tocar las campanas, queda claro que no estamos
caminando con otros en la celebración. Si me pongo a observar mi ser mientras
estoy en la fiesta, queda también claro que no estoy en la fiesta.
El ermitaño transmite
claramente esto, al repetir el verbo de la acción: “cuando como, como”. Esto, en primer lugar, corrige aquella
tendencia a una excesiva autoconciencia, que nos distrae de las acciones
cotidianas. Y si queremos disfrutar de
una acción, hagámosla y nada más. En el mismo jugar está la satisfacción. El placer que se siente en ciertas cosas de
la vida no es una reflexión o un grado de mayor conciencia, sino que es el
simple y llano placer de hacerlas.
Junio 1937 (pintura)
Ben Nicholson
(ingles, 1894-1982) |
El cuento evoca aquella
sentencia de Jesús de Nazaret que dice: “Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí,
y cuando digan “no”, que sea no” (Evangelio de San Mateo, cap. 5, versículo 37). El contexto de la frase hace referencia a los
juramentos, con los que tratamos de disimular nuestra mendacidad. La afirmación es directa: “cuando duermo,
duermo; cuando hago mis abluciones, hago mis abluciones”. No nos engañemos, y mucho menos engañemos a
otros, jurando. Sigamos a San Agustín de Hipona, cuando recomienda: “modérese
cuanto pueda para que no jure sino cuando haya verdadera necesidad. Como cuando
vea que hay hombres malos para creer lo que es necesario creer y que no creen
si no se asegura por medio de juramentos”.
Una de las últimas palabras
del cuento tiene una asombrosa precisión.
Es el adjetivo “decrépito”, que también se puede usar como nombre. Está formado por el prefijo “de” con el
significado de “salir de”, “dejar de”, y
el verbo latino “crepare” que es crujir, producir un ruido, en general seco. Los juguetes y sonajeros de los bebés en
latín se llaman “crepundiae”.
En la historia breve
presentada, el cuerpo decrépito es el que ha llegado a la plenitud y deja de
crujir. Es el que deja de repetir sonidos, porque ha logrado su
conclusión. Otras veces se asocia esta
palabra a “oscuro”, “creper” en latín, que da lugar al término crepúsculo. Nuevamente, significa descender del nivel de
oscuridad y alejarse de ella. Es ir hacia la luz.
Ermita
Joan Miro
(español, 1893-1983) |