La cara del Salvador: el rey distante –
Buda II
Alekséi von
Jawlensky
(ruso, 1864-1941) |
En
la tradición zen, un monje le preguntó un día al maestro Joshu:
−
¿Quién es Buda?
−
Es el que está en la entrada del monasterio –contestó el maestro.
−
El que está en la entrada del monasterio –dijo el discípulo- no es más que una
escultura, una figura de barro.
−
Así es –dijo el maestro.
−
Entonces, ¿quién es Buda?
−
El que está en la entrada del monasterio –contestó el maestro.
Manifestación
de lo inabarcable
En los
tiempos del maestro Joshu (chino,
778-897), un relato de estas características alimentaba el sentido de lo
sagrado que se vivía en lo cotidiano, similar a lo que sucedía en el mundo
occidental para la misma época. Hoy ya
no es lo mismo. Una diferencia
importante es la consideración del símbolo, muy presente en las culturas
antiguas.
Pared oriental
Hiroyuki
Tajima
(japonés, 1911-1984) |
Todo
símbolo tiene tres aspectos que van unidos simultáneamente. La primera característica es que el símbolo
es algo sensible. Puede ser percibido por más de uno de los sentidos, pero por
lo menos hace falta uno de ellos. Puede
ser una figura de barro, que se percibe por la vista y el tacto, como también
un simple perfume que se nota por el olfato, o una melodía que se escucha en un
lugar apacible. Multitudes de símbolos
pueblan nuestra vida cotidiana.
El
símbolo es además algo racional. El
sujeto que está percibiendo el símbolo tiene que tener autoconsciencia que
conoce el símbolo. Esto es otro aspecto
del cuento que se ha presentado. En el
cuento el maestro dice dos veces “el que está en la entrada del
monasterio”. La primera vez es como si
presentara la escultura a los sentidos del discípulo. Éste reacciona con precisión, diciendo que es
una figura de barro. Con el sentido de
la vista, y quizás el tacto, percibe el objeto y dice lo que ve.
La
segunda vez que pronuncia la misma frase le dice al discípulo que tome
consciencia que el objeto que ve es un símbolo, y para hacerlo tiene que darse
cuenta que eso es exactamente lo que está viendo en la entrada del
monasterio. La razón, que forma parte de
nuestra naturaleza humana, es la que nos permite esa precisión con los
objetos. Por ejemplo, por medio de la
razón podemos clasificar las plantas de un jardín, según el tipo de flores que
producen, la forma de sus hojas y si crecen al sol o a la sombra. Un jardín razonado puede ser un muy bello
espacio.
Diáfano blanco
Leo Leuppi
(suizo, 1893-1972) |
Finalmente,
el símbolo es algo intelectual. Y esto
es lo más difícil de comprender. No hay
un símbolo sin un darse cuenta de que lo simbolizado ni es idéntico al símbolo
ni se puede separar de él. Volvamos al
cuento. Cuando el discípulo dice que el
que está en la puerta del monasterio es una figura de barro, está diciendo que
no es Buda. El maestro le dice que así
es. Entonces el discípulo vuelve a preguntar ¿quién es Buda?, y el maestro lo
empuja a la intuición que el símbolo de la entrada es Buda.
Sabemos,
como el maestro Joshu, que el símbolo no es lo simbolizado, pero lo simbolizado
no es separable del símbolo. Una persona
toca un Cristo crucificado, y tiene claro que no es Cristo, pero a la vez sabe
que Cristo no es separable de ese símbolo.
Se puede decir que la apariencia de Cristo que tiene el objeto, no es un
simple parecerse al simbolizado. Es
también “aparecer”, una manifestación misteriosa del Simbolizado.
Mediante
los símbolos experimentamos la sensación, al principio leve y casi
irreconocible, de que hay un fondo en el mundo.
Transitamos las apariencias, y nos damos cuenta de que en esa capa
superficial del mundo natural y cotidiano hay una verdad mucho más radical. Así empieza lo extraordinario.
La
vida está plagada de símbolos. Por eso,
todas las personas, aún las más irreligiosas, insensibles, empíricas y
materialistas, encuentran en su memoria momentos de duda, de perplejidad,
momentos en los que lo único que cabe es callar, porque aunque no lo crea, ha sentido
la presencia de lo extraordinario.
Titulo desconocido
Alvaro Lapa
(portugués, 1939-2006) |