domingo, 7 de mayo de 2017

LA NATURALEZA DE BUDA

La cara del Salvador: el rey distante – Buda II
Alekséi von Jawlensky
(ruso, 1864-1941) 


En la tradición zen, un monje le preguntó un día al maestro Joshu:

− ¿Quién es Buda?

− Es el que está en la entrada del monasterio –contestó el maestro.

− El que está en la entrada del monasterio –dijo el discípulo- no es más que una escultura, una figura de barro.

− Así es –dijo el maestro.

− Entonces, ¿quién es Buda?

− El que está en la entrada del monasterio –contestó el maestro.


Manifestación de lo inabarcable

         En los tiempos del maestro Joshu  (chino, 778-897), un relato de estas características alimentaba el sentido de lo sagrado que se vivía en lo cotidiano, similar a lo que sucedía en el mundo occidental para la misma época.  Hoy ya no es lo mismo.  Una diferencia importante es la consideración del símbolo, muy presente en las culturas antiguas.
Pared oriental
Hiroyuki Tajima
(japonés, 1911-1984)  

         Todo símbolo tiene tres aspectos que van unidos simultáneamente.  La primera característica es que el símbolo es algo sensible. Puede ser percibido por más de uno de los sentidos, pero por lo menos hace falta uno de ellos.  Puede ser una figura de barro, que se percibe por la vista y el tacto, como también un simple perfume que se nota por el olfato, o una melodía que se escucha en un lugar apacible.  Multitudes de símbolos pueblan nuestra vida cotidiana.

         El símbolo es además algo racional.  El sujeto que está percibiendo el símbolo tiene que tener autoconsciencia que conoce el símbolo.  Esto es otro aspecto del cuento que se ha presentado.  En el cuento el maestro dice dos veces “el que está en la entrada del monasterio”.  La primera vez es como si presentara la escultura a los sentidos del discípulo.  Éste reacciona con precisión, diciendo que es una figura de barro.  Con el sentido de la vista, y quizás el tacto, percibe el objeto y dice lo que ve.

         La segunda vez que pronuncia la misma frase le dice al discípulo que tome consciencia que el objeto que ve es un símbolo, y para hacerlo tiene que darse cuenta que eso es exactamente lo que está viendo en la entrada del monasterio.  La razón, que forma parte de nuestra naturaleza humana, es la que nos permite esa precisión con los objetos.  Por ejemplo, por medio de la razón podemos clasificar las plantas de un jardín, según el tipo de flores que producen, la forma de sus hojas y si crecen al sol o a la sombra.  Un jardín razonado puede ser un muy bello espacio.
Diáfano blanco
Leo Leuppi
(suizo, 1893-1972) 

         Finalmente, el símbolo es algo intelectual.  Y esto es lo más difícil de comprender.  No hay un símbolo sin un darse cuenta de que lo simbolizado ni es idéntico al símbolo ni se puede separar de él.  Volvamos al cuento.  Cuando el discípulo dice que el que está en la puerta del monasterio es una figura de barro, está diciendo que no es Buda.  El maestro le dice que así es. Entonces el discípulo vuelve a preguntar ¿quién es Buda?, y el maestro lo empuja a la intuición que el símbolo de la entrada es Buda.

         Sabemos, como el maestro Joshu, que el símbolo no es lo simbolizado, pero lo simbolizado no es separable del símbolo.  Una persona toca un Cristo crucificado, y tiene claro que no es Cristo, pero a la vez sabe que Cristo no es separable de ese símbolo.  Se puede decir que la apariencia de Cristo que tiene el objeto, no es un simple parecerse al simbolizado.  Es también “aparecer”, una manifestación misteriosa del Simbolizado.

         Mediante los símbolos experimentamos la sensación, al principio leve y casi irreconocible, de que hay un fondo en el mundo.  Transitamos las apariencias, y nos damos cuenta de que en esa capa superficial del mundo natural y cotidiano hay una verdad mucho más radical.  Así empieza lo extraordinario.


         La vida está plagada de símbolos.  Por eso, todas las personas, aún las más irreligiosas, insensibles, empíricas y materialistas, encuentran en su memoria momentos de duda, de perplejidad, momentos en los que lo único que cabe es callar, porque aunque no lo crea, ha sentido la presencia de lo extraordinario.


Titulo desconocido
Alvaro Lapa
(portugués, 1939-2006)