sábado, 15 de julio de 2017

BUSCANDO LA PAZ

El pintor en su estudio
Rembrandt
(holandés, 1606-1669)  

Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico.

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, el vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido...

El Rey escogió la segunda.


La paz se construye
Rey Edgar, el Pacífico
Manuscrito iluminado.
(Winchester, 966)

         San Agustín decía: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.” Lo mismo se puede decir de la paz, es inexplicable. Por eso el Rey, que representa nuestra búsqueda de sentido partiendo de la dignidad y nobleza interior, se dirige al arte para encontrar una imagen que nos oriente en el sentido auténtico de la paz.

         La primera forma de paz que encontramos es, como en el primer cuadro, un reflejo perfecto de las montañas apacibles y del cielo armónico. Esto es lo que primero pensamos cuando buscamos la paz: un orden en donde la naturaleza muestre su calma y grandeza en las montañas inmutables. De la misma manera consideramos el orden de las ideas y el espacio divino: el cielo azul inmenso y sin cambios, con algunas nubes de adorno estáticas. Para esta forma de ver la paz, el entorno está quieto pero nuestra condición es cambiante. La tranquilidad exterior esconde una inquietud interna, que puede transformarse en angustia en cualquier momento.

         El segundo pintor parece abarcar mucho más que el primero. Asume la tormenta en el cielo, signo de que nuestros pensamientos son convulsionados y de que el encuentro con el Ser divino está lleno de sensaciones de abismos, que tanto nos pueden atraer como causar espanto. La misma naturaleza no es para nada complaciente. Las montañas desnudan sus amenazantes rocas, y la intrincada superficie de los macizos son señales de los peligros que constantemente acechan nuestra vida. El contraste está con el pajarito quieto que, sin sentimientos ni pensamientos, está simplemente entregado a su nido contemplando todo lo que pasa a su alrededor.
Corriente
Kenzo Okada
(japonés, 1902-1982)  

         En una versión de este cuento, se le agrega la explicación que da el rey a su elección: “paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.”

         La palabra paz parece estar ligada más a una acción que a una realidad estática. Su raíz etimológica tiene que ver con pak-, que significa trabar, fijar, ensamblar. La palabra se refiere a una situación trabada y asegurada que nace de un acuerdo. Por eso se dice que la paz entre los hombres viene del diálogo y de la consideración mutua, dos actitudes que son valiosas en la medida que se ejercen cada día, sin interrupciones. La paz es una acción constructiva permanente.

En tiempos más cercanos se quiso relacionar la palabra paz con pago, es decir, una especie de tributo que le daría la parte vencida al vencedor, condición necesaria para que el acuerdo tuviese vigencia. Pero esto fue una interpretación caprichosa y lejos de la verdad de su origen.

Durante la peregrinación que es la vida humana, estamos sometidos alternativamente a la noche y al día, a los días felices, llenos de paz, que alternan con los días amargos en los que el diálogo y el respeto brillan por su ausencia. El conocimiento humano es todavía tan limitado que las ventanas que abrimos en nuestra vida son a la vez nuestras rejas. Y nuestras alas, que nos podrían llevar a la plenitud, se convierten en cadenas por la tosquedad de mirada que tenemos sobre las cosas.
La musa del pintor
Henri Martin
(francés, 1860-1943)

Un texto religioso muy antiguo nos invita a contemplar la paz de la siguiente manera:

“¡Que los cielos estén en paz, que la Tierra esté en paz,
Reine la paz en el amplio espacio entre ambos.
Que sean pacíficas las aguas que corren,
las plantas y los árboles!

Que a través de esta Diosa suprema, la Palabra,
inspirada por Dios, por la cual es creado todo lo que
inspira temor, nos sea concedida la Paz.

Que mediante esta invocación a la paz se difunda la paz.
Que mediante esta invocación a la paz, descienda a nosotros la paz.

Con esta paz apaciguo ahora al temible,
Con esta paz apaciguo ahora al cruel,
Con esta paz apaciguo todo mal,
Para que la paz prevalezca, para que reine la felicidad
Que todo nos sea apacible.”


Pájaro del Espíritu
Morris Graves
(norteamericano, 1910-2001)