El pintor en su estudio
Rembrandt
(holandés, 1606-1669) |
Había una vez un rey que ofreció un
gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta.
Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero
solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre
ellas.
La primera era un lago muy
tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas
montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con
tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta
reflejaba la paz perfecta.
La segunda pintura también tenía
montañas. Pero éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo
furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo
parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para
nada pacífico.
Pero cuando el Rey observó
cuidadosamente, el vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una
grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del
rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en
el medio de su nido...
El Rey escogió la segunda.
La paz se construye
Rey Edgar, el Pacífico
Manuscrito
iluminado.
(Winchester,
966)
|
San Agustín decía: “¿Qué es, pues, el
tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me
lo pregunta, no lo sé.” Lo mismo se puede decir de la paz, es inexplicable. Por
eso el Rey, que representa nuestra búsqueda de sentido partiendo de la dignidad
y nobleza interior, se dirige al arte para encontrar una imagen que nos oriente
en el sentido auténtico de la paz.
La primera forma de paz que encontramos
es, como en el primer cuadro, un reflejo perfecto de las montañas apacibles y
del cielo armónico. Esto es lo que primero pensamos cuando buscamos la paz: un
orden en donde la naturaleza muestre su calma y grandeza en las montañas
inmutables. De la misma manera consideramos el orden de las ideas y el espacio
divino: el cielo azul inmenso y sin cambios, con algunas nubes de adorno
estáticas. Para esta forma de ver la paz, el entorno está quieto pero nuestra
condición es cambiante. La tranquilidad exterior esconde una inquietud interna,
que puede transformarse en angustia en cualquier momento.
El segundo pintor parece abarcar mucho
más que el primero. Asume la tormenta en el cielo, signo de que nuestros pensamientos
son convulsionados y de que el encuentro con el Ser divino está lleno de sensaciones
de abismos, que tanto nos pueden atraer como causar espanto. La misma
naturaleza no es para nada complaciente. Las montañas desnudan sus amenazantes
rocas, y la intrincada superficie de los macizos son señales de los peligros
que constantemente acechan nuestra vida. El contraste está con el pajarito
quieto que, sin sentimientos ni pensamientos, está simplemente entregado a su
nido contemplando todo lo que pasa a su alrededor.
Corriente
Kenzo Okada
(japonés, 1902-1982) |
En una versión de este cuento, se le
agrega la explicación que da el rey a su elección: “paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin
trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas
estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el
verdadero significado de la paz.”
La palabra paz parece estar ligada más a una acción que a una realidad
estática. Su raíz etimológica tiene que ver con pak-, que significa trabar,
fijar, ensamblar. La palabra se refiere a una situación trabada y asegurada
que nace de un acuerdo. Por eso se dice que la paz entre los hombres viene del
diálogo y de la consideración mutua, dos actitudes que son valiosas en la
medida que se ejercen cada día, sin interrupciones. La paz es una acción
constructiva permanente.
En
tiempos más cercanos se quiso relacionar la palabra paz con pago, es decir,
una especie de tributo que le daría la parte vencida al vencedor, condición
necesaria para que el acuerdo tuviese vigencia. Pero esto fue una
interpretación caprichosa y lejos de la verdad de su origen.
Durante
la peregrinación que es la vida humana, estamos sometidos alternativamente a la
noche y al día, a los días felices, llenos de paz, que alternan con los días
amargos en los que el diálogo y el respeto brillan por su ausencia. El
conocimiento humano es todavía tan limitado que las ventanas que abrimos en
nuestra vida son a la vez nuestras rejas. Y nuestras alas, que nos podrían
llevar a la plenitud, se convierten en cadenas por la tosquedad de mirada que
tenemos sobre las cosas.
La musa del pintor
Henri Martin
(francés,
1860-1943)
|
Un
texto religioso muy antiguo nos invita a contemplar la paz de la siguiente
manera:
“¡Que
los cielos estén en paz, que la Tierra esté en paz,
Reine
la paz en el amplio espacio entre ambos.
Que
sean pacíficas las aguas que corren,
las
plantas y los árboles!
Que
a través de esta Diosa suprema, la Palabra,
inspirada
por Dios, por la cual es creado todo lo que
inspira
temor, nos sea concedida la Paz.
Que
mediante esta invocación a la paz se difunda la paz.
Que
mediante esta invocación a la paz, descienda a nosotros la paz.
Con
esta paz apaciguo ahora al temible,
Con
esta paz apaciguo ahora al cruel,
Con
esta paz apaciguo todo mal,
Para
que la paz prevalezca, para que reine la felicidad
Que
todo nos sea apacible.”
Pájaro del Espíritu
Morris
Graves
(norteamericano, 1910-2001) |