Un
hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un chino
poniendo un plato de arroz en la tumba vecina.
El
hombre se dirigió al chino y le preguntó, levemente burlón:
-
"Disculpe señor... ¿de verdad cree usted que el difunto vendrá a comer el
arroz?"
-
"Sí", respondió el chino, "cuando el suyo venga a oler sus
flores..."
Ritos
de pasaje
Ofrenda Tumba de la XVIII Dinastía (Tebas, Egipto, s. XV a.C.) |
Millones
de flores y toneladas de arroz han sido ofrecidas en las tumbas de los difuntos
a lo largo de la historia de la humanidad. Alcanza con acercarse a algún
cementerio en días feriados o fines de semana para comprobar con qué constancia
y prolijidad la humanidad sostiene el ritual de homenaje a los difuntos. Estas
acciones dan consuelo a los hombres.
La
muerte supone algo que se inicia, por lo que no es una estación terminal, una
aniquilación. Hay concepciones muy contrapuestas sobre el más allá pero en
ningún caso se estancan en la muerte, pues todas consideran que allí nadie
permanece.
Es
evidente que las flores y los alimentos son ofrendas muy comunes en todas
partes del mundo. La comida nos recuerda que los difuntos realizan un viaje
desconocido y que necesitan ser acompañados para alcanzar su meta. Con sus
dones de alimentos en las tumbas los oferentes afirman su convicción de que la
muerte no es un punto final para ellos y que conservan la esperanza de que otra
vida sigue a la presente.
En
los ritos funerarios, las flores simbolizan la condición efímera de la actual
vida. Lo más pasajero de las plantas son sus flores. Éstas son una
manifestación de colores, y muchas veces de aroma, para culminar en semillas
para una nueva planta de la especie. Para las flores entonces, el final es
transformarse. Su deslumbrante belleza oculta a veces su más hermosa virtud: se
muestran en sus formas con generosidad, sin pedir nada a cambio, pero el punto
culminante de su entrega generosa es ser el inicio de una nueva existencia en
lo oculto de la semilla.
Campos de arroz en Indochina Alexander Yakolev (ruso, 1887-1938) |
La
vida cotidiana del ser humano está marcada por innumerables ciclos de muerte y
resurrección, que se suceden unos a otros a veces vertiginosamente. El ejemplo
más evidente es dormir. Somos poseídos por el sueño más allá de la voluntad que
pongamos en permanecer despiertos. Las tradiciones espirituales no dudan en vincular
dormir con morir y despertar con resucitar. Otro ciclo de muerte y resurrección
se percibe en la respiración esa constante repetición de inspirar y expirar más
allá de nuestra voluntad.
Los
ciclos vitales asociados a morir y resucitar producen cambios en todas las
personas. Estás modificaciones tomadas particularmente son casi imperceptibles
pero cuando observamos su desarrollo en largos períodos, los cambios que
producen son notables y sorprendentes.
Hacer
ofrenda a los difuntos puede encerrar algo de melancolía, algo de absurdo. Pero
también, como sucede en muchas tradiciones, honrar a los muertos es la
celebración de algo grandioso: lo que pensamos que podemos llegar a ser aunque
sea imposible conocerlo aún.