Invención Man Ray (norteamericano, 1890-1976) |
-
"Se puede aprender algo de cualquier cosa", dijo una vez el rabí de una
ciudad a sus discípulos.
-
"Cada cosa puede enseñarnos algo, y no sólo lo que ha creado Dios. Lo que
hizo el hombre también puede enseñarnos".
-
"¿Que podemos aprender de un tren?", pregunto dubitativamente un
discípulo.
-
"Que a causa de un segundo podemos perderlo todo."
-
"¿Y del telégrafo?"
-
"Que cada palabra se cuenta y se cobra"
-
"¿Y del teléfono?"
-
"Que lo que decimos aquí se oye allá"
El
misterio que nos rodea
El
símbolo acompaña la vida del hombre, en cualquier lugar del mundo y en
cualquier época. Ayuda al ser humano a acercarse a las realidades que no se
perciben fácilmente a través de los sentidos, pero que son más importantes para
la vida que otras más evidentes. Un ejemplo clásico es el amor, que se
simboliza de muchas maneras pero en su esencia es invisible.
Lo
que percibimos es el símbolo, porque tiene un aspecto que puede ser advertido
por los sentidos. A esto podríamos llamar la dimensión material del símbolo,
siempre presente aunque no nos demos cuenta de sus significados variados y
múltiples. Junto a esta materialidad está la dimensión del nombre.
Es
impresionante cuando pensamos en el origen de las palabras, los distintos
idiomas, lo misterioso de la construcción humana de cada término. En los
comienzos de la humanidad ellas no estaban en ningún lado, sino que fueron
producto de sonidos repetidos por unos e imitados por otros para designar cosas
que importaban. Siglos y siglos de existencia para que, tardíamente, se fueran plasmando
signos escritos para no depender solamente de la voz. Como dicen los mitos
antiguos, la palabra es obra de dioses o de seres extraordinarios.
A
través de la materialidad y el nombre que tiene, el símbolo nos revela lo
desconocido, lo que está más allá de los sentidos, mostrándonos la inmensa
riqueza de la realidad que nos rodea, y que nos habita. Cada símbolo refiere a
una o varias realidades trascendentes, y a la vez enseña la inmensidad de
nuestra interioridad que, de tan simple y evidente, nos cuesta darnos cuenta.
Los
símbolos pueden ser objetos naturales o artificiales, frutos del quehacer
humano. En cada cosa inventada hay un significado oculto y, por lo general,
múltiple. Esta es la idea del cuento que estamos considerando. El maestro trata
de despertar a sus discípulos a una lectura más profunda de la realidad, aún en
las maquinarias modernas y sofisticadas. ¡Cuántas cosas más se podrían decir
del tren, del telégrafo y del teléfono!
En
la metodología del rabino descubrimos no solamente las sentencias que enseñan, sino
también las preguntas que abren horizontes. El símbolo nos lleva a situaciones
tan amplias que creemos enloquecer. Desde este punto podemos comprender la
locura y el arrebato de tantos artistas en diversas disciplinas, pues en cada
una de ellas se trata de encontrar el paraíso invisible a través de señales
sensitivas.
Aprovechemos
este comentario para descubrir que cada uno es un símbolo, portador de
significados para sí mismo y para los demás. Ese es nuestro destino y nuestra
misión. Como destino, es inexorable, no podemos cambiar ni una coma del mensaje
que somos y de lo que significamos para otros, cercanos o lejanos. Como misión
podemos comprometernos a hacerla o no. Si aceptamos, disfrutaremos. Si no
queremos la misión no pasará nada, simplemente perderemos una oportunidad de
entender quiénes somos y de acercarnos al misterio en el que vivimos
sumergidos.