Cuando
Egipto estaba sometido por el terrible tártaro Tamerlán, que era cojo, tuerto,
terriblemente feo y tenía un pie de hierro, hizo convocar a Goha, de quien
había oído hablar. Mientras conversaba con él, entró el barbero de Tamerlán, le
rapó la cabeza y le entregó un espejo para que se mirase.
Al
verse, Tamerlán se echó a llorar. Goha también lloró, gimió y golpeó el suelo
con las manos durante dos o tres horas. Tamerlán ya hacía rato que había
acabado de llorar. Goha seguía llorando sin parar.
Tamerlán
le preguntó:
-Pero
¿qué te ocurre? Yo lloro porque me he mirado en el espejo del desdichado
barbero y me he encontrado verdaderamente feo, horrible. Pero ¿y tú? ¿Por qué
ese mar de lágrimas?
Y
Goha contestó:
-¿Qué
tiene de sorprendente? Tú sólo te has mirado un breve instante en el espejo y
has llorado durante una hora. Pero yo, que debo mirarte todo el día, ¿cuánto
tiempo tendría que llorar?
Para
ser mirado
El
personaje Goha apareció por primera vez en un libro árabe del siglo IX, aunque
probablemente se adaptó de una tradición oral más antigua. A partir de ahí, Goha
se multiplicó rápidamente hasta los confines del mundo mediterráneo. Algunos
incluso afirman que Goha inspiró el Don
Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). El personaje simboliza
siempre el ánimo, la inocencia y la astucia del pueblo, muchas veces su crítica
frente al abuso y casi siempre su aguante y la confianza en que algún día
imperara la justicia.
Tamerlán
fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol, el último de los
grandes conquistadores nómadas del Asia central. En poco más de dos décadas,
este noble musulmán conquistó ocho millones de kilómetros cuadrados de Eurasia.
Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y
de terror. Jorge Luis Borges (1899-1986) le dedicó un poema que dice en una
parte:
Mi reino es de este mundo.
Carceleros
y cárceles y espadas ejecutan
la orden que no repito. Mi palabra
más ínfima es de hierro. Hasta el
secreto
corazón de las gentes que no oyeron
nunca mi nombre en su confín lejano
es un instrumento dócil a mi
arbitrio.
El
cuento se concentra en el rostro de Tamerlán. En la cara del hombre se
inscriben sus pensamientos y sus sentimientos. El rostro es un develamiento,
incompleto y pasajero, de la persona. Es el yo íntimo parcialmente desnudado,
muchísimo más revelador que todo el resto del cuerpo. Por eso el cuento, si
bien describe los defectos del conquistador en todo su cuerpo luego se
concentra solamente en su cara.
Nadie
ha visto nunca su propia cara, uno no puede conocerla más que con la ayuda de
un espejo y por imagen. El rostro no es pues para uno, es para el otro, es para
Dios, es el lenguaje silencioso. Para comprender un semblante se precisa
lentitud, paciencia, respeto y amor. Analizar un rostro sin amarlo es
envilecerlo, es destruirlo, asesinarlo. El rostro es el símbolo de lo que hay
de divino en el hombre.
Rostro (Pensamientos) Alice Bailly (suiza, 1872-1938) |