Un
derviche que entraba en un país al que precisamente se llamaba el país de los
locos, vio a una mujer que llevaba a la espalda una pesada puerta.
-¿Por
qué vas tan cargada?-le preguntó.
-Porque
esta mañana, al salir a trabajar, mi marido me ha dicho: “Hay objetos de valor
en casa. Que nadie pase por esa puerta”. Y por eso, al salir, me he llevado la
puerta conmigo. Para que nadie pueda pasar por ella.
-¿Quieres
–le preguntó el derviche- que te diga una cosa para que no tengas que cargar
con esa puerta?
-No-contestó
ella-. Lo único que podría ayudarme es saber cómo hacer esta puerta menos
pesada.
-Eso
no puedo decírtelo –contestó el derviche.
Y
se separaron.
Puerta
del cielo
La
mujer agobiada no quiere escuchar al derviche, lo único que desea es que
alguien la alivie. Su interlocutor es un ejemplo de vida espiritual, alguien que
es capaz de darle la mejor ayuda. Pero ella está sometida, ya no tiene la
capacidad de obrar para librarse de semejante yugo.
Quizás
todo empezó por amor a su marido. Él la ha puesto en esta situación de tener que
custodiar una puerta que no lleva a ningún lado. Los objetos de valor de la
casa son nada frente a lo que es el universo, el mundo en el que vivimos y el
espacio interior que nos anima. Pero el marido no corresponde al amor de su
esposa, por el contrario, la usa como una guardiana de su pequeño egoísmo. La
mujer está en una trampa.
Si
hubiese escuchado, lo primero que el derviche le habría enseñado es el sentido
del símbolo. Por ejemplo, que hay una diferencia entre la puerta y el gozne. El
vaivén de la puerta representa al ser humano que va de un mundo a otro, de una
exterioridad a una interioridad, algo que produce inconveniente y carga. En la
puerta el gozne también representa el ser humano, pero en su condición central,
interior, axial. No hay que cargar ninguna puerta, sino descubrir que cada uno
simbólicamente es una puerta que se abre y se cierra a la trascendencia. Y para
sacarse de forma definitiva la carga hay que prestar atención al eje del propio
mundo interior. Nos vamos dando cuenta de lo inhumano del marido de esta mujer.
La
puerta tiene muchas resonancias en las tradiciones. En Oriente la puerta
cerrada es un principio pasivo, la tierra. La puerta que se abre es el cielo,
un principio activo, la manifestación. La apertura y cierre alternativos de la
puerta expresan el ritmo del universo. En este caso, ya no están en juego
algunos objetos de valor subjetivos, sino de lo que se habla es de las
invalorables fuerzas que rigen al cosmos. Los guardianes de semejantes entradas
y salidas son los capaces de iniciar a las personas en grandes misterios.
En
el cristianismo la puerta es Cristo, quien ocupa el lugar central en los
tímpanos de las catedrales, tal como Él mismo lo expresa en el Evangelio según
San Juan (capítulo 10, versículo 9): "Yo soy la puerta, si alguno entra
por mí, estará salvado". A través de Él el creyente puede ingresar al
reino de los cielos.
La
puerta también habla del fin de los tiempos. Es un lugar de llegada, y atravesándola,
se ingresa a una realidad superior. Es una imagen utilizada muchas veces en el
cine moderno, con este preciso significado. No se pasa de un ambiente a otro,
sino de un mundo a otro, y la clave está en la puerta.
¿Cuál
hubiese sido el consejo del derviche? Probablemente, que revise la relación con
su esposo, y que vuelvan a poner el eje en el amor, que es el que nos lleva a
la trascendencia, a abrir la puerta a nuevos horizontes en el universo. Solamente el amor puede aliviar
el insoportable peso de la puerta a las cosas pequeñas y efímeras.
Retratos abstractos Ernst Fritsch (alemán, 1892-1965) |