domingo, 27 de octubre de 2019

EL ESPEJO DE GOHA

 
Rostro de un actor
Toyohara Kunichika
(japonés, 1835-1900)

Cuando Egipto estaba sometido por el terrible tártaro Tamerlán, que era cojo, tuerto, terriblemente feo y tenía un pie de hierro, hizo convocar a Goha, de quien había oído hablar. Mientras conversaba con él, entró el barbero de Tamerlán, le rapó la cabeza y le entregó un espejo para que se mirase.

Al verse, Tamerlán se echó a llorar. Goha también lloró, gimió y golpeó el suelo con las manos durante dos o tres horas. Tamerlán ya hacía rato que había acabado de llorar. Goha seguía llorando sin parar.

Tamerlán le preguntó:

-Pero ¿qué te ocurre? Yo lloro porque me he mirado en el espejo del desdichado barbero y me he encontrado verdaderamente feo, horrible. Pero ¿y tú? ¿Por qué ese mar de lágrimas?

Y Goha contestó:

-¿Qué tiene de sorprendente? Tú sólo te has mirado un breve instante en el espejo y has llorado durante una hora. Pero yo, que debo mirarte todo el día, ¿cuánto tiempo tendría que llorar?


Para ser mirado
 
Grito profundo
Cristóbal Ortega Maila
(ecuatoriano, n. en 1965)
El personaje Goha apareció por primera vez en un libro árabe del siglo IX, aunque probablemente se adaptó de una tradición oral más antigua. A partir de ahí, Goha se multiplicó rápidamente hasta los confines del mundo mediterráneo. Algunos incluso afirman que Goha inspiró el Don Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616). El personaje simboliza siempre el ánimo, la inocencia y la astucia del pueblo, muchas veces su crítica frente al abuso y casi siempre su aguante y la confianza en que algún día imperara la justicia.

Tamerlán fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol, el último de los grandes conquistadores nómadas del Asia central. En poco más de dos décadas, este noble musulmán conquistó ocho millones de kilómetros cuadrados de Eurasia. Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y de terror. Jorge Luis Borges (1899-1986) le dedicó un poema que dice en una parte:

Mi reino es de este mundo. Carceleros
y cárceles y espadas ejecutan
la orden que no repito. Mi palabra
más ínfima es de hierro. Hasta el secreto
corazón de las gentes que no oyeron
nunca mi nombre en su confín lejano
es un instrumento dócil a mi arbitrio.
 
Cara desapareciendo
Heinrich Hoerle
(alemán, 1895-1936)
El cuento se concentra en el rostro de Tamerlán. En la cara del hombre se inscriben sus pensamientos y sus sentimientos. El rostro es un develamiento, incompleto y pasajero, de la persona. Es el yo íntimo parcialmente desnudado, muchísimo más revelador que todo el resto del cuerpo. Por eso el cuento, si bien describe los defectos del conquistador en todo su cuerpo luego se concentra solamente en su cara.

Nadie ha visto nunca su propia cara, uno no puede conocerla más que con la ayuda de un espejo y por imagen. El rostro no es pues para uno, es para el otro, es para Dios, es el lenguaje silencioso. Para comprender un semblante se precisa lentitud, paciencia, respeto y amor. Analizar un rostro sin amarlo es envilecerlo, es destruirlo, asesinarlo. El rostro es el símbolo de lo que hay de divino en el hombre.

El rostro de Tamerlán causa el llanto de Goha. Pero esto no es una burla, sino un reconocimiento a la profunda potencia del conquistador. La tragedia sería que el rostro de Tamerlán fuese una máscara, una piedra tallada o una tela pintada. Goha demuestra con su llanto que el guerrero está vivo y refleja aspectos del Dios vivo. No osemos mirar sin temblar un rostro, pues éste está ahí, al igual que el nuestro que no podemos ver, antes que nada para ser mirado por Dios. 


Rostro (Pensamientos)
Alice Bailly
(suiza, 1872-1938)