Un
Maestro propuso a sus discípulos el siguiente relato:
-
"Un hombre que iba por el camino tropezó con una gran piedra. La recogió y
la llevó consigo. Poco después tropezó con otra. Igualmente la cargó. Todas las
piedras con que iba tropezando las cargaba, hasta que aquel peso se volvió tan
grande que el hombre ya no pudo caminar. ¿Qué piensan ustedes de ese
hombre?"
-
"Que es un necio", respondió uno de los discípulos. "¿Para qué
cargaba las piedras con que tropezaba?"
Dijo
el Maestro:
-
"Eso es lo que hacen aquellos que cargan las ofensas que otros les han hecho,
los agravios sufridos, y aun la amargura de las propias equivocaciones. Todo
eso lo debemos dejar atrás, y no cargar las pesadas piedras del rencor contra
los demás o contra nosotros mismos. Si hacemos a un lado esa inútil carga, si
no la llevamos con nosotros, nuestro camino será más ligero y nuestro paso más
seguro."
La
trascendencia
El penitente San Jerónimo en el desierto Cima de Conegliano (italiano, 1459-1517) |
Coincidimos
con los discípulos del Maestro: el hombre que acarrea las piedras es un necio.
Y se hace más evidente cuando el maestro relaciona las piedras con las ofensas
recibidas y las propias equivocaciones. Para llevar una vida madura es
necesario dejar atrás muchas cargas y continuar por el camino con el menor peso
posible.
Sin
embargo, algo en nosotros nos lleva a compadecernos del que acarrea semejante
peso. Si buscamos en el origen de la palabra necio, nos vamos a encontrar que
significa ignorante, y comparte la raíz con palabras importantes como ciencia,
científico, omnisciente, consciente. El hombre con sus piedras es la negación
de todo esto.
En
muchas culturas, incluso la occidental en la que estamos sumergidos, se suele
plantear una vía negativa para el conocimiento de la realidad completa. Se
observa que nuestra razón es muy limitada cuando se trata de aspectos inmensos
de esa realidad. Cuando llegamos a esos bordes presentimos que hay un abismo
que no podemos explicar y apenas podemos balbucear algunas preguntas: cuál es
el origen de la vida, cuál es el límite del universo, cuál es el centro de mi
ser. En estas y en otras muchas preguntas presentimos que están escondidas
situaciones personales, como por ejemplo, por qué nos cuesta tanto olvidar
ofensas y por qué nos es tan difícil superar las propias equivocaciones.
Siglos
atrás, Nicolás de Cusa (alemán, 1401-1464) escribió un texto muy reconocido por
los expertos cuyo título fue Sobre la
docta ignorancia, que influenció en grandes hombres del Renacimiento. Allí
va a hablar de la realidad absoluta, la que contiene todas las cosas, aún las
opuestas. Como místico, hombre de fe, a esa realidad la llama Dios.
La
docta ignorancia consiste en reconocer la imposibilidad de un conocimiento
racional de Dios, dado que la inteligencia humana es finita, y que la divinidad
por el contrario, es infinita. Hemos de acercarnos a Dios con plena conciencia
de nuestra finitud y buscar la verdad con un método no comprensible es decir
por encima de lo que es la razón humana. Trascendiendo los límites de la
lógica, debemos concebir a Dios más allá de toda oposición, pues él es lo
máximo y lo mínimo, porque todo está contenido en él.
Vayamos
en rescate de aquel hombre que acarrea las piedras. La fórmula del maestro no
lo va a ayudar, no alcanza con decir que tiene que dejar de lado las ofensas y
los propios errores. Lo único que nos puede ayudar es comprender, desde nuestra
intuición, que estamos sumergidos en la realidad infinita y si en ella nos
perdemos, allí nos encontraremos. Solamente en un corazón comprensivo
encontraremos el alivio de nuestras cargas, y el sentido de todos los
obstáculos.
El hermoso pájaro revelando lo desconocido a una pareja amante Joan Miró (español, 1893-1983) |