Retrato de un niño
Camille Corot
(francés, 1796-1875)
Una
historia contemporánea, probablemente francesa, presenta a un escultor que
ordena que se le lleve un gran bloque de piedra y se pone a trabajar en él.
Unos
meses más tarde, acaba de esculpir un caballo. Entonces un niño, que le había
observado trabajar, le preguntó:
—
¿Cómo sabías que había un caballo dentro de la piedra?
La pregunta del niño
Caballo amarillo
Cueva de Lascaux, Francia
(ca. 15000 a.C.)
La palabra escultor viene del latín sculptor, pero primitivamente fue scalptor. Este último término fue utilizado por los escritores y eruditos hasta el siglo II d.C., cuando prevaleció el primer término que era de uso vulgar, como hablaba la gente común. Ambos términos se referían a la acción de rascar, grabar, tallar, hacer incisiones. Esta actividad fue practicada en la prehistoria. Tenemos el testimonio de las Venus paleolíticas, más de 30.000 años de antigüedad.
El
cuento nos conecta con la Prehistoria y también con la profundidad de nuestra
existencia personal. La piedra que el escultor trabaja se parece al comienzo de
nuestra existencia. En un ritual cristiano se nos dice: acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás. Según algunas
hipótesis, las estrellas, los planetas y nosotros mismos estamos hechos de la
misma materia. Por eso se dice que somos polvo
de estrellas. Nacemos como una piedra que tiene la posibilidad de infinitas
formas, dependiendo de la acción del escultor. La piedra puede llegar a ser
muchas cosas, pero no puede autoafirmarse en ninguna de ellas por sí misma. Así
es en nuestra vida.
En
nuestro interior hay un escultor, que aprendió su oficio de una larga
tradición. Nuestro escultor interior depende de las enseñanzas de nuestros
antepasados, de las indicaciones de nuestro tiempo y de nuestro entorno. Cada
uno de nosotros tendrá su propia forma, que se configura con la influencia de
los demás. Por eso se dice que somos personas, es decir, un nudo de relaciones
necesarias para llegar a existir como somos.
Inocencia
Thomas Cooper Gotch
(inglés, 1854-1931)
El
resultado de la relación de la piedra con el escultor es la manifestación de
una forma que, en el cuento, es un caballo, símbolo de la vitalidad y vehículo
para transitar la existencia. La escultura de un caballo no es un caballo vivo,
sino una representación y un símbolo que nos remite a algo invisible y no
conocido. La escultura es una manifestación de nuestra existencia, pero el que
nos mire no alcanza a vislumbrar la inmensidad que somos. Por eso nos enseñan
que cada uno es un microcosmos, no un pedazo del cosmos, sino que un Cosmos
completo en pequeño.
Lo
más cercano a lo que somos es el niño del cuento. El pequeño se asombra de lo
que sale de la piedra por obra del escultor. Algo entiende de lo que está
pasando y por eso puede elaborar una pregunta. Pero a la vez se da cuenta de
que hay una inmensidad que no puede conocer, un misterio por el que puede
preguntar pero para el que no hay una respuesta completa. Lo que somos está más
allá de la razón.
Por
eso Jesús nos dice que el que no se haga como un niño no entrará en el Reino de
los Cielos. En nosotros está la inocencia, que significa el que no hace daño.
Plegaria de Mi Fu a la pidra Yu Ming (chino, 1884-1935) |