La vida es inabarcable. No hay posibilidades de cubrirla toda ni desde la mirada exterior ni interior. Se escapa de mil maneras, se escurre por múltiples lados. Y esto lo entendemos parados en un lugar.
Una característica del lugar en donde nos paramos es que buscamos hacia donde nos lleve la felicidad. Aceptamos todo lo que podemos de la vida, pero empujados por la felicidad, porque así hemos sido creados.
La felicidad abarca lo que cada uno desea en lo más hondo de su ser, sea cual sea el nombre que le haya dado. Vida eterna, liberación, plenitud, realización, alegría, justicia, paz, o cualquiera que sinceramente lo anime a estar en la vida.
Otra característica de ese lugar en donde nos hemos posado, es que se parece al lugar elegido por el hombre común, esas mujeres o varones que en diversas situaciones y en distintos tiempos, imprimen la inmensidad en moldes cotidianos. Y creemos que esos sencillos moldes son los vehículos de las revelaciones más profundas.
A lo mejor este camino que recorremos nos lleva a una deseada trascendencia, es decir, al testimonio firme de que la vida presente ya no se terminará más. Deseamos que cambie y que se mejoren las condiciones, que realice una conversión tan firme hacia lo luminoso de tal modo que la oscuridad sea solamente un recuerdo y no una posibilidad.
El lugar en donde nos hemos situado es siempre de muchos, es un lugar comunitario y fraterno.
Muchas fuerzas mueven las cosas. Son exteriores o interiores, desconocidas o voluntarias y conscientes, pero todas comparten la misma potencia: el Amor.