lunes, 25 de julio de 2011

El hombre del cuatro: TIERRA.

Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
(Enrique Santos Discépolo, “Uno”, 1950)

“Según Empédocles, estos elementos subsisten siempre,
 y no se hacen o devienen;
sólo que siendo, ya más, ya menos,
se mezclan y se desunen,
se agregan y se separan."
(Aristóteles, Metafísica, 1 , 3 )

El pensar es una constante de nuestra vida.  No podemos separarnos de él. Lo dirigimos a muchas cosas o a nosotros mismos.  Esta es una invitación para mirar juntos a ese ser humano que somos.

Para esta ocasión, vamos a usar la tradición, que es distinta de la información. La tradición significa transmisión.  Es aquello que circula, que se comenta en comunidad, que se transmite de una generación a otra. Es aquello que permite conversar, intercambiar experiencias e ideas.  La tradición circula como la vida.  Puede venir de muy lejos, o cerca, nunca lo sabemos.  Lo importante es que tenga resonancia o emoción. La energía vital de las tradiciones es su transmisión, y dan fuerza a las relaciones entre las personas.

Los cuatro elementos.

Así como en un año hay cuatro estaciones, o en una posición hay cuatro direcciones (norte, sur, este y oeste), parece que el hombre también tiene relación con el cuatro. Dice la tradición que los hombres están compuestos de cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego. 

Estos elementos son simbólicos, indican aspectos diferentes.  La palabra elementos en este contexto se refiere más al estado o las fases de la materia (por ejemplo: lo sólido es tierra, lo líquido es agua), que a los elementos químicos de la ciencia moderna. 

La tradición enseña que pensando en estos cuatro elementos podemos acercarnos a dar respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿qué soy yo? y ¿qué tengo que hacer?  Los interrogantes son también tradicionales, es decir, aparecen en muchas conversaciones familiares, o entre amigos, o entre personas que se tienen cierta confianza.

Pensando los cuatro elementos.

¿Cómo nos pueden servir los cuatro elementos?  Recurrimos esta vez a un hombre de la antigüedad que pensó en ellos. Se llamó Empédocles, vivió antes de Cristo, entre los años 404 y 344 aproximadamente.  Hay referencias también en otras tradiciones culturales.

Él decía que toda la realidad, incluído el hombre, está conformada por estos cuatro elementos.  Imaginaba la realidad como una inmensa esfera, que abarca todo lo conocido y lo desconocido.  En ella, los cuatro elementos constituyen la esencia última, son eternos y se encuentran mezclados. La mezcla es el producto de la acción de dos fuerzas: amor y odio.

Por experiencia sabemos que esas dos fuerzas están en nuestro interior.  Es muy simple: me junto con los que quiero y no quiero ni ver a los que odio.  Así, lo que me pasa es un reflejo de todo el cosmos.  Y por esas fuerzas que me habitan puedo entender que para conocerme me pueden ayudar los cuatro elementos mencionados.

Elemento tierra.

El elemento tierra se corresponde con el cuerpo del hombre.  Y el cuerpo implica acción, actividad.  Para ejercer con lucidez nuestra acción tenemos que estar despiertos.  Veamos lo que estas correspondencias nos dicen de nosotros mismos.

Sabemos por tradición que los elementos están mezclados en nosotros, no los podemos separar sin cambiar el sentido de nuestra vida.  Por eso decimos que el hombre es cuerpo, y no solamente tiene un cuerpo.  Decimos que somos activos, y no que tenemos actividades.

Si pensamos solamente que tenemos un cuerpo, da la impresión que estamos separados de todo lo que existe.  Somos cuerpo y así nos conectamos con la materialidad del nuestro entorno y de todo el universo.  La piel no es una barrera infranqueable, sino una de las tantas maneras de estar unidos a la realidad que nos circunda.  En el cuerpo que somos sentimos el frío y el calor, como la ciudad en que vivimos tiene frío o calor.  La lluvia nos moja al igual que empapa la tierra.  Los árboles nos sobrepasan en altura, el elefante es más grande que nosotros.  Nos podemos comparar con plantas, animales y fácilmente podemos pasar de la comparación a la vinculación.

A veces se ha pensado en dominar la tierra.  Esto puede ser útil para algunas cosas, pero es secundario.  La cuestión es contemplar cada pedazo de tierra como mi cuerpo.  Hay que tomar conciencia de la escisión entre “esto” y “nosotros” para poder superar la separación y llegar a la unión sin confusión. 

Dice el poeta Manuel J. Castilla:

“Esta tierra es hermosa.
Crece sobre mis ojos como una abierta claridad asombrada.
La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen;
Montañas pensativas, lunas que se alzan sobre el chaco
Como una boca de horno de pan recién prendido,
Yuchanes de leyenda
En donde duermen indios y ríos esplendentes,
Gauchos envueltos en una gruesa cáscara de silencio
Y bejucos volcando su azulina inocencia.
(…)
Digo que me le entrego.
Digo que sin saber la voy amando,
Y digo que me vaya perdonando
Y en un perdón y en otro que le pido
Digo que alegremente voy sangrando.”


Acción, voluntad.

El elemento tierra también abarca la acción. Así como somos cuerpo, también somos acción.  En todo momento estamos en acción, en el sentido que estamos en movimiento.  Nuestra vida se describe con verbos: levantarse, comer, estudiar, hablar, ir, venir, dormir, descansar, jugar, trabajar, escuchar, ver, y así una lista personal inmensa.  Pura acción.  Nuestro cuerpo está continuamente en movimiento, renovándose y envejeciéndose, cambiando hacia nuevas situaciones.

En el campo de la acción, se manifiesta una capacidad que tenemos y que nos lleva a obrar en algún sentido: la voluntad.  Nos damos cuenta que podemos hacer algunas cosas si aplicamos nuestra voluntad. 

De aquí nace la educación moderna.  Nos enseña que necesitamos una meta en la vida y una gran voluntad para alcanzarla.  Pero hemos quedado tan fijados en esto, que no concebimos la vida sin meta, sin finalidad y sin voluntad.  El problema no es la educación, indispensable en la vida humana.  El inconveniente está con la idolatría de la voluntad, que hace que seamos valiosos solamente si tenemos éxito, si conquistamos nuestras metas con nuestra voluntad.

El poder de la voluntad de individuos y pueblos se ha manifestado en obras admirables.  Basta con mirar algunos de los grandes imperios que ha conocido la historia.  Hay grandes gestas que son ejemplos de este poder.  Pero a la vez hay que reconocer que esas obras se han hecho en base a sumisión y expoliación de otros pueblos.

Centro y finalidad de la voluntad. 

Somos tierra, somos cuerpo, tenemos voluntad.  No puede negar ningún término.  Si digo que no voy a ejercer la voluntad, necesito un acto de voluntad para hacerlo y, por lo tanto, caigo de nuevo en lo que quería abandonar. 

La recomendación es concentrarse, ir hacia el propio centro. Así como una circunferencia tiene un centro del cual equidistan todos los puntos que la conforman, de la misma manera busquemos nuestro propio centro.  El equilibrio del centro, en el ser humano, se llama armonía.

Cuaternario celta
El cuerpo que somos está constantemente en movimiento, ya lo hemos mencionado.  Es cuestión de encontrar la armonía de todas las acciones.  La armonía es relación, es proporción, es adecuación, y también es espontaneidad.  De esta manera nos alejamos de los extremos, que están fuera del centro, del fanatismo y la dejadez. 

Reconocemos la armonía de los animales, y por eso muchos tienen sus mascotas.  O cuidamos de plantas, con su flores, sus colores, su ritmo.  También confiamos en la armonía del sistema solar, y fijamos una cita para dentro de algunos días al mediodía, confiando que esta danza de noche y día continuará hasta entonces.  De la misma manera, nos haría mucho bien confiar en nuestra armonía de personas, en nuestra disposición a la relación, en nuestra adecuación a la naturaleza y en nuestra espontaneidad para resolver los problemas, o mejor, la libertad para vivir armónicamente.

Ser tierra sin vergüenza.

Manuel J. Castilla
Los cuatro elementos que componen al ser humano: tierra, agua, fuego y aire, muestran las dimensiones de nuestra capacidad para vivir y de la dignidad en nuestra existencia.  Nadie está desprovisto de estos elementos.  Según Empédocles, y con él las más distintas tradiciones, si nos falta uno no existimos, somos un producto de la fantasía.

Los cuatro elementos están desde nuestro nacimiento, y no nos abandonan.  No pueden hacerlo.  Somos cuerpo, somos activos y cambiantes, tenemos voluntad.

La voluntad, armónicamente vivida en nuestro cuerpo, nos mantiene atentos, despiertos.  Ahora nos queda otra poesía de Manuel J. Castilla (Salta, 1918-1980), para leerla despacio, con gusto.  O para guardarla para aquellos momentos que queramos celebrar el ser, entre otras cosas, tierra.


EL GOZANTE

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.

El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.

Estoy solo de espaldas transformándome.

En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.

En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.

De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.

Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.

Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.

A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.

Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.

Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste
nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

Giuseppe Arcimboldo (1527 - 1593) “Aire” “Agua”  “Tierra” “Fuego”