sábado, 20 de agosto de 2011

El hombre del cuatro: FUEGO


“Hemos dicho palabras,
palabras para despertar muertos,
palabras para hacer un fuego,
palabras para poder sentarnos
y sonreír.”
Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972)

“Atizo en mí una llama.
 …Mi corazón es el hogar,
 la llama es el yo domado.”
(Buda, “Sumyuttanikaya”, 1,169)


1. Luz y calor.

El fuego es fascinante, nos atrae con sus movimientos, sus colores, su luz y su calor. Los fogones reúnen a los que viven en el campo en las horas de la noche o en los días de lluvia.  El fuego tiene la fuerza convocante capaz de abrigar la reunión, la conversación, el intercambio.  Como protector también se lo usa para defenderse de las alimañas y de las bestias salvajes.

El fuego sólo puede ser fuego mientras haya algo que quemar.  Lo que se quema se transforma por el fuego, se convierte en ceniza que el viento esparce.  El fuego se alimenta de aquello que le da vida.  El fuego consume, y cuando se enfurece, destruye.

Visión del Universo,
 dibujo en el texto Scivias,
 de Santa Hildegarda de Bingen O.S.B.
 (Alemania, 1098 - 1179)
La vida es como fuego, que consume nuestro ser día a día.  Está en nuestra libertad la manera de envejecer.  Podemos ser consumidos por la vida que nos va transformando en luz y calor, como el fuego transforma lo que quema.

Están los fuegos artificiales de las fiestas, para espantar los espíritus malignos y ahuyentar las penas.  Que reine la alegría por un breve tiempo. 

En las fiestas de San Juan se encienden fogatas.  Es el 24 de junio, que coincide con un solsticio.  En esta ocasión, el fuego invoca al sol, para que se quede, para que recorra el cielo regularmente, siendo una permanente fuente de energía y vida para la naturaleza.

Como seres humanos vivimos sobre la tierra, navegamos las aguas pero no podemos permanecer en el fuego.  De lejos nos ilumina, de cerca nos quema.

Miramos al fuego, que tiende hacia arriba.  Como dice una tradición primitiva: “el fuego es del cielo, pues sube, mientras el agua es de la tierra, pues desciende en forma de lluvia”.


2. El fuego que consume vida.

El fuego, como componente de nuestro ser, nos lleva a abrir las perspectivas de la propia interioridad.

Sentimos que somos algo más que individuos.  El individuo es el que tiene una vida razonable.  Sabe quién es y actúa en consecuencia.  Un buen individuo se preocupa por el control de su cuerpo, por el embellecimiento de su alma y por tener buenas relaciones con otros.  Tiene un saber adecuado de su propia persona.  A este saber del propio ser lo llamamos ego, que se traduce a nuestra lengua como yo.  Pero nos damos cuenta que en realidad somos mucho más que eso. Percibimos que lo que sabemos de nuestra propia persona es muy limitado.  Hay demasiadas cosas que escapan a nuestro entender. 

Hay algo que abarca lo que sabemos y lo que ignoramos, que reúne todo lo que cada uno es.  Asume lo visible y lo invisible, lo racional y lo intuitivo, y lo llamamos el “sí mismo”.  Nos falta en nuestra lengua una expresión más clara. 

El “sí mismo” está más allá del saber, no lo podemos abarcar con nuestro estudio y razón.  Pero hay dos caminos para acercarse a él.  El primero es el de la intuición.  Esta potencia, que forma parte de nuestra esencia humana, está en relación con la inteligencia y la confianza.  La inteligencia, que viene de inter legere que es leer entre líneas, nos permite leer dentro de la realidad, y podemos por comparación, acercarnos a lo que no vemos mediante lo que vemos.  La confianza es la actitud de entrega a la realidad, que comparte su riqueza sin fondo y es inabarcable. 

El otro camino es el de la revelación. Nuestro “sí mismo” se manifiesta constantemente. El camino de la revelación es estar atentos al “sí mismo” que se da a conocer en la acción del amor, cuando doy y cuando recibo.  Por ejemplo, los que nos aman suelen percibir aspectos de nosotros mismos que francamente desconocemos.  Y a veces nos sorprende que haya personas que no se den cuenta de su valor y profundidad, lo que para nosotros es evidente en el amor. Nadie puede abarcar su “sí mismo” mediante la razón, sino que se manifiesta en el amor del otro. 

La enseñanza universal: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, no es solamente una norma de comportamiento humano.  Es la revelación del amor, que en una acción llena de plenitud muestra simultáneamente la grandeza del hombre y la profundidad del “sí mismo”.

El fuego simboliza el “sí mismo” en el hombre.  La plenitud humana es un fuego encendido, cálido y luminoso.  El “sí mismo” es la posibilidad concreta de la felicidad.  Indica el fundamento para un auténtico humanismo.  Es una invitación a nuestro tiempo para que se ocupe más del perfeccionamiento de los sujetos que de la producción de objetos.

Chacarera del fuego, de Alberto Rojo (argentino contemporáneo).

Fueguito que vas quemando
sangre quieta de la leña,
dame el calor que me falta

Cara del Sol (Homenaje al Sol
 )
Alexander Calder 
(Estados Unidos, 1898-1976)
para desvelar mi pena.


Estirate amigo viejo,
no me pidas más madera,
que me queda la guitarra
con seis cuerdas compañeras.

Caricias a fuego lento,
entro al trigo de tu pan,
cuando ya no te ve nadie
solito te apagarás.

Fueguito que vas bailando
canciones y melodías
desde el horizonte en llamas
llegarás trayendo el día.

Con quebracho o algarrobo,
con ciprés o palo santo,
entibiando vas la noche
y vas crujiendo en el llanto.

Fueguito que vas quemando
cartas grises de nostalgia,
dejame cantar tu canto
y embriagarme de tu magia.


3.  Arrimando al fogón.

El elemento fuego es polis, tribu, comunidad política, ciudad.

La polis no es una comunidad que se realiza de acuerdo a elevados vínculos ideales y espirituales.  No vive a través de los vínculos secundarios de la radio, el teléfono o la televisión.
Un cámara graba la escultura
"Torre de Fuego",
 del artista Johannes Itten.
(Suiza,
 1888-1967)

La polis es una tribu, una comunidad natural, que es natural porque sus miembros viven cerca unos de otros, porque se conocen, porque luchan juntos, y porque en cierto sentido están emparentados.  No se entiende a la polis como una comunidad exclusivista, cerrada.  Es una comunidad verdadera, arraigada, carnal, política, a diferencia de cualquier comunidad utópica o ideal.  En este sentido el hombre no solamente está en una comunidad, no solamente pertenece a determinada sociedad.  El hombre es comunidad, es polis.

La tradición griega plasmó la polis.  Ellos no pensaron en una organización puramente técnica, destinada a establecer las bases del comportamiento social.  Para los griegos, la polis es el espacio de intersección entre el cielo y la tierra.  La polis es el lugar de la realización del ser humano.  Y la plenitud humana sólo se realiza en comunión con los dioses, los vecinos, las cosas, los animales, todos los seres vivos que constituyen una polis.  Sin todo esto, una polis nunca podrá hacer posible la plenitud humana.


4. El fuego sagrado.

El fuego simboliza el corazón.  De aquí nace la relación constante del fuego con el amor.

El amor es una fuerza centrífuga que nos hace salir de nosotros mismos y nos consume como el fuego.  Tiene ese aspecto fascinante, al cual no podemos resistir de ninguna manera.  Y tiene a la vez el sentido de transformarnos, de purificarnos.  La palabra puro viene de fuego, que se dice pyros en griego.

Nuestra relación con la naturaleza es un ejemplo de amor.  Esta relación se expresa en dos libros.  Uno es el libro de la vida, el libro sagrado, que es para escuchar y requiere preparación.  El otro libro, el de la naturaleza misma, es para que todos lo lean.  Y se lee mirándolo.  Tenemos todo el mundo para ver.

La característica de ese ver consiste en ser pura mirada, visión que se deja contagiar por lo contemplado.  Para ver el mundo tengo que olvidar que estoy viendo.  Si pienso que veo, entonces sólo imagino un hermoso paisaje. El auténtico ver es inmediato.  No pienso lo que veo, ni gozo lo que veo, sino que simplemente veo. Aquello que se ve es algo nunca visto antes, inexplorado. 

Esta es una forma auténtica de amor, es salir de uno mismo, no quedarse viendo al contemplador, especulando.  Ver de esta manera es amar de la misma manera, sin condiciones.  Es entregarse a la contemplación, como cuando el fuego consume la madera.

En las tradiciones religiosas de la humanidad, un elemento común ha sido el fuego: desde las velas encendidas hasta grandes fogones.  El fuego, que indica el sacrificio para la purificación y la transformación.  Fuego, símbolo de la polis auténtica, que lleva a la plenitud humana, y también símbolo del verdadero amor, que es unión por fusión.  Como dos fósforos encendidos que alimentan y se consumen en la misma llama.

En la vida de los hombres, el amor humano y el amor místico han usado el mismo lenguaje.  Transcribimos como ejemplo, un poema místico.  Se recomienda leerlo en voz alta y tranquilamente.


   ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

San Juan de la Cruz
(1542-1591)


Pintura Pura
 Theo van Doesburg
 (Países Bajos, 1883 - 1931)