sábado, 6 de agosto de 2011

El hombre del cuatro: AGUA

Los cuatro elementos tierra, agua, fuego y aire, que conforman la vida de todo ser humano, son simbólicos.  El símbolo tiene varios sentidos y nos ayuda a conocer distintos aspectos de la realidad simultáneamente.

Es fácil entender que el agua forma parte de nuestra vida.  Estamos conformados en un setenta por ciento de agua.  Tenemos manifestaciones acuosas como transpirar, llorar, o la saliva de nuestra boca.

Dependemos del agua para vivir, más que de los alimentos.  La sed, para nosotros, es más letal que el hambre.  También hay agua en los alimentos y necesitamos de ella para cocinarlos.  En otros aspectos, usamos del agua para limpiar la casa, el auto, la vereda, el cuerpo.

Buceando en los significados.

El agua es un elemento que siempre se adapta.  Toma la forma del recipiente en el que la vuelco, vaso, balde o jarra.  No es angulosa, no tiene puntas.  Es suave, todo lo acepta.  El agua siempre cede.  Podemos zambullirnos en ella, el agua siempre se adapta.  Podemos decir que es símbolo de la paciencia y la tolerancia.

Por otro lado, esa tolerancia, unida a la paciencia, horada las piedras. Cuando vemos los grandes cañadones de las zonas montañosas, nos parece increíble que el agua haya sido el factor erosionante.

De aquí surge el agua como símbolo relacional.  Sea mucha o poca siempre está en vinculación con otra cosa.  Desde esto observamos algunas dimensiones del ser humano: una es el conocimiento y otra es el alma, que en griego se llama psique.

Para los antiguos el agua es portadora de vida.  Por eso encontramos que algunos hablan de agua de vida, o también como símbolo de vida eterna.  Los impresionaba tanto esto que creían que ya antes de la creación del mundo, había aguas (Génesis 1,2).

Sin duda, el agua es un símbolo accesible a todos.  Rafael Alberti (España; 1902-1999) juega con este elemento en vida del hombre:

Canto, río, con tus aguas:        
De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no lloran.   

Yo nunca seré de piedra.        
Lloraré cuando haga falta.       
Lloraré cuando haga falta.       
Lloraré cuando haga falta.       

Canto, río, con tus aguas:        

De piedra, los que no gritan.   
De piedra, los que no ríen.      
De piedra, los que no cantan.  

Yo nunca seré de piedra.        
Gritaré cuando haga falta.       
Reiré cuando haga falta.          
Cantaré cuando haga falta.      

Canto, río, con tus aguas:        

Espada, como tú, río.  
Como tú también, espada.      
También, como tú, yo, espada.           

Espada, como tú, río,  
blandiendo al son de tus aguas:

De piedra, los que no lloran.   
De piedra, los que no gritan.   
De piedra, los que no ríen.      
De piedra, los que no cantan.  


Agua, símbolo del conocimiento.

A veces decimos que una persona tiene sed de conocimiento, referido a una persona estudiosa.  Otra frase muy repetida es sumergirse en el estudio.  El conocimiento es simbolizado por el agua, pues es relación con las formas de las cosas.  El agua, se acerca, se adapta, asume la forma de lo que conoce, se adhiere.  Es una hermosa manera de significar nuestro conocimiento.

Un modo de conocimiento es la experiencia.  Es probar las cosas con los sentidos: tocar, oler, oír, ver, saborear. Los sentidos son las puertas de acceso a mi interior. Al usar los sentidos dejo que la cosa probada entre en mí, ocupe mi capacidad intelectual. De esta manera lo que conozco me influye, me atraviesa y queda absorbido dentro de mí.  Quedo marcado por el objeto.
Chalchiuhtlicue, diosa azteca de las aguas.
 (Códice borbónico, 1ra. mitad del siglo XVI)

Detengámonos un instante.  El conocimiento nos influye y nos cambia.  Modifica el curso de nuestra vida y hace que fluyamos en algún sentido. 

Otra forma de conocer es la observación.  Esto supone mucha paciencia.  Hay que estar despiertos, activos, pero a la vez quietos, para poder descubrir lo inesperado.  Una imagen que se usa para la observación es el agua calma, como un estanque que refleja el paisaje.  De allí se dice que hay que conocer para reflexionar.

A veces el hombre no tiene tiempo para esperar a la realidad, está urgido por alguna necesidad o simplemente se ha enviciado con el conocimiento.  Entonces utiliza una forma rápida de conocimiento, que es el experimento.  Para realizarlo, aísla el objeto de su estudio de la realidad circundante. Y entonces, le aplica variaciones, estímulos controlados, para saber cómo se comporta en un aspecto determinado.  Con esto arma registros y estadísticas que le permitirán intervenir en la realidad para conquistar el fin deseado.  En esta situación, el hombre ya no busca la manifestación de lo inesperado, que es el objeto de la observación, sino que busca resultados prácticos.  Mediante el experimento se consiguen cosas con mucha rapidez, como sucede con el procesamiento de alimentos, o con la fabricación de objetos de primera necesidad.

Pero el conocimiento mediante el experimento es muy frágil.  Las conclusiones de las ciencias, por ejemplo, cambian constantemente.  Y la experimentación excesiva hace daño, porque al tener que aislar los objetos de estudio y la ansiedad que impone la urgencia de resultados, generalmente por intereses individuales, hacen que se alteren los ritmos y las formas de la naturaleza.

Todas las formas del conocimiento están vinculadas.  Y ninguna funciona sola, sin la presencia y actividad de las otras.

El agua, como símbolo del conocimiento, nos enseña a tener una actitud de fluir en la vida presente. Aprender y conocer de la manera como fluyen los ríos, con fuerza y con dirección.  Evitar ser tumultuosos en el conocimiento, porque lastima y destruye.  Aprovechar los remansos para reflexionar, pero no dejar de fluir para evitar convertirse en agua estancada y fango.

Dame de beber.

Otra dimensión simbolizada por el agua es el alma o, en griego, psique.  En esta inmensidad miramos aquello que se refiere al “yo”.  Como dice un maestro chino: “Si no hay un otro, no hay yo”.  Este es un secreto que nos revela el símbolo del agua: el “yo” es relación con un “tú”.

Es evidente que otra persona, lo que llamamos “otro”, tiene un sentido e identidad propia.  Ese otro no es solamente “distinto de mí”, sino que principalmente es un ser firme con nombre y personalidad.  Puedo sentir simpatía o antipatía, pero lo cierto es que es otro, con su propia manera de ser.  Por eso lo llamamos “tú”.

La relación yo-tú está presente en todos los momentos de la vida.  En donde se hace más palpable es en la niñez.  El niño percibe y necesita constantemente del tú para crecer y afianzarse en su vida.  Nadie, salvo un desalmado, deja solo a un niño.

Dar de beber no es solamente calmar la sed física.  También es comportarse como un tú, para que el yo del sediento pueda seguir, pueda fluir.

Nuestra alma es para la relación.  Decirle a otro: “mi alma” es una expresión de sincero afecto, y también de agradecimiento por el agua brindada.

Es el transfondo de la siguiente poesía de Juvencio Valle (seudónimo de Gilberto Concha Riffo, Chile; 1900-1999):

Canto al agua

El agua azul y limpia y cristalina
nace desde las lindes de tu pelo
y baja libre, hasta tus uñas finas.

Al agua canto y sobrellevo en vilo,
al agua azul que desvelada crece
desde tus plantas en delgado hilo.

Al agua, al agua limpia canto y digo:
desde mi oscuro abismo te presiento,
aguacopa, aguacielo y agua lirio.

Bebe, María, bebe el agua fría,
pon tu boca, en su boca, pon tu vida
sobre el deleite de esa rosalía.

Desde tu pie dormido hasta tu pelo
súmate al agua en flor -lágrima viva-,
dilúyete en cristalino terciopelo.

Baja tu frente hasta tocar la piedra,
busca llorando la raíz del agua,
búscala de rodillas en la tierra.

(El hijo del Guardabosque, 1951)


Sumergirse en la profundidad.

El agua, símbolo del conocimiento y del alma humana, también refiere al soñar.  La psicología profunda nos lleva siempre a la interpretación de los sueños como elemento fundamental para el conocimiento propio y de la realidad vinculada a nosotros.
La gran ola de Kanawa.  
Katsushika Hokusai (Japón; 1760-1849)

Tal como lo enseñaron las tradiciones y los poetas, muchas veces el orden de los sueños es más real que la vigilia.  Dedicamos un tercio de la vida a dormir, y sabemos que alrededor del 25 por ciento del sueño está atravesado por sueños. A esto hay que agregarle el sueño despierto y la ensoñación diurna.  Muchos descubrimientos, naturales o personales, se dan en medio de los sueños.

Los sueños son como un mar.  Escapan a nuestra voluntad.  Tampoco los sueños son nuestra responsabilidad.  Se presentan como relatos más o menos seguidos, espontáneos e incontrolados.

Soñar es tan necesario para el equilibrio biológico y mental como dormir, respirar y alimentarse.  A veces hace emerger problemas a resolver, otras veces sugiere respuestas a través de representaciones.  El sueño es una buena fuente de información sobre el estado de nuestra psique.

Encontrar nuestro lugar de agua, ser este elemento en unión con la tierra, el fuego y el aire: este es nuestro caminar diario.

Quiero volver a tierras niñas;
llévenme a un blando país de aguas.
En grandes pastos envejezca
y haga al río fábula y fábula.
Tenga una fuente por mi madre
y en la siesta salga a buscarla,
y en jarras baje de una peña
un agua dulce, aguda y áspera.

Me venza y pare los alientos
el agua acérrima y helada.
¡Rompa mi vaso y al beberla
me vuelva niñas las entrañas!

Tomado del poema Agua de Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayata, Chile; nacida en 1889, fallece en Nueva York en 1957).


Noche estrellada sobre el Ródano.Vincent van Gogh (1853-1890).