Antes de que la humanidad tomara conciencia de sistematizar
la enseñanza de conocimientos, los grupos humanos se encargaron de transmitir a
los más jóvenes todo lo necesario para vivir y pensar. Lo hicieron a través de mitos, parábolas,
apólogos y distintas formas de narraciones.
Estas formas didácticas surgieron en la antigüedad preclásica, situada
entre los siglos XIX y VIII antes de Cristo, y quedaron a través de los
tiempos.
Desde la época clásica hay un género literario, que pretende
formar al lector y los oyentes y recibe el nombre de “didáctica”. Este tipo de enseñanza se orienta a tres
aspectos. El primero introduce en ejercicio del pensamiento, transmitiendo las
reglas básicas de esta fundamental acción humana. El otro aspecto es el de la interpretación
del mundo, pues el hombre necesita tener un panorama general de su entorno para
ser libre, y no caer prisionero de los miedos y perturbaciones que produce la
ignorancia. Finalmente, la enseñanza de
la sabiduría brinda claves para poder resolver los inconvenientes y superar los
obstáculos que se presentan a las realizaciones personales y sociales.
A continuación se presenta un apólogo, una narración
didáctica, escrita por Leopoldo Marechal.
El relato nos muestra que la sabiduría está vinculada a la imaginación y
al humor. Sin estas características es
muy difícil saber nada.
De Los dieciseis luohans
Wu Bin (Chino, activo ca. 1583–1626)
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Primer apólogo chino.
El ministro X bajo cuya inestable dirección trabajé algún
tiempo en el curso de mi aguerrida existencia, oponiéndose una vez a mis
opiniones, que consideraba él demasiado filosóficas, me dijo:
-Señor, “primero vivir y luego filosofar”
-¿Está seguro? – le pregunté, mirándolo a los ojos.
-Tan seguro – me respondió él – como que está escrito en
lengua latina: “Primum vivere, deinde philosophari”.
Tras admirarlo en su candidez extrema, le pregunte:
-¿A Su Excelencia le gustan los apólogos chinos?
Ciertamente, dado su natural pedagógico, a Su Excelencia lo
extasiaban los apólogos, chinos o no. Visto lo cual referí lo siguiente:
El maestro Chuang tenía un discípulo llamado Tseyu el cual,
sin abandonar sus estudios filosóficos, trabajaba como tenedor de libros en una
manufactura de porcelanas.
Una vez Tseyu le dijo a Chuang:
-Maestro, has de saber que mi patrón acaba de reprocharme,
no sin acritud, las horas que pierdo, según él, en abstracciones filosóficas. Y
me ha dicho una sentencia que ha turbado mi entendimiento.
-¿Qué sentencia? – le pregunto Chuang.
-Que primero es vivir y luego filosofar – contestó Tseyu con
aire devoto - ¿Qué te parece, maestro?
Sin decir una sola palabra, el maestro Chuang le dio a Tseyu
en la mejilla derecha un bofetón enérgico y a la vez desapasionado; tras de lo
cual tomó una regadera y se fue a regar un duraznero suyo que a la sazón estaba
lleno de flores primaverales.
El discípulo Tseyu, lejos de resentirse, entendió que
aquella bofetada tenía un picante valor didáctico. Por lo cual, en los días que
siguieron, se dedicó a recabar otras opiniones acerca del aforismo que tanto lo
preocupaba. Resolvió entonces prescindir de los comerciantes y manufactureros
(gentes de pragmatismo tan visible como sospechoso), y acudió a los
funcionarios de la
Administración Pública , hombres vestidos de prudencia y
calzados de sensatez. Y todos ellos, desde el Primer Secretario hasta los
oficiales de tercera, convenían en sostener que primero era vivir y luego
filosofar. Ya bastante seguro, Tseyu volvió a Chuang y le dijo:
-Maestro, durante un mes he consultado nuestro asunto con
hombres de gran experiencia. Y todos están de acuerdo con el aforismo de mi
patrón. ¿Qué me dices ahora?
Meditativo y justo, Chuang le dio una bofetada en la mejilla
izquierda; y se fue a estudiar su duraznero, que ya tenia hojas verdes y frutas
en agraz.
Estudioso en la Cascada
Ma Yuan
(Chino, activo ca. 1190–1225)
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Entonces el abofeteado Tseyu entendió que la Administración Pública
era un batracio muy engañoso. Advertido lo cual resolvió levantar la puntería
de sus consultas y apelar a la ciencia de los magistrados judiciales, de los
médicos psiquiatras, de los astrofísicos, de los generales en actividad y de
los más ostentosos representantes de la Curia. Y afirmaron todos, bajo palabra
de honor, que primero había que vivir y luego filosofar, si quedaba tiempo. Con
muchísimo ánimo, Tseyu visito a Chuang y le habló así:
-Maestro, acabo de agotar la jerarquía de los intelectos
humanos; y todos juran que la sentencia de mi patrón es tan exacta como útil.
¿Qué debo hacer?.
Dulce y meticuloso, Chuang hizo girar a su discípulo de tal
modo que le presentase la región dorsal. Y luego, con geométrica actitud, le
ubico un puntapié didascálico entre las dos nalgas. Hecho lo cual, y
acercándose al duraznero, se puso a librar sus frutas de las hojas excesivas
que no dejaban pasar los rayos del sol. Tseyu, que había caído de bruces pensó,
con el rostro en la hierba, que aquel puntapié matemático no era otra cosa, en
el fondo, que un llamado a la razón pura. Se incorporó entonces, dedicó a
Chuang una reverencia y se alejó con el pensamiento fijo en la tarea que debía
cumplir.
En realidad a Tseyu no le faltaba tiempo: su jefe lo había despedido
tres días antes por negligencias reiteradas, y Tseyu conocía por fin el
verdadero gusto de la
libertad. Como un atleta del raciocinio ayunó tres días y
tres noches; limpió cuidadosamente su tubo intestinal; y no bien rayó el alba,
se dirigió a las afueras, con los pies calientes y el occipital fresco, tal
como lo requiere la preceptiva de la meditación.
Tseyu estableció su cuartel general en la cabaña de un
eremita ya difunto que se había distinguido por su conocimiento del Tao: frente
a la cabaña, en una plazuela natural que bordeaban perales y ciruelos, Tseyu
trazó un circulo de ocho varas de diámetro y se ubicó en el centro, bien
sentado a la
chinesca. Defendido ya de las posibles irrupciones
terrestres, no dejó de temer, en este punto, las interferencias del orden
psíquico, tan hostiles a una verdadera concentración. Por lo cual en la órbita
de su pensamiento, dibujó también un círculo riguroso dentro del cual sólo
cabía la sentencia: “Primero vivir, luego filosofar”.
Una semana permaneció Tseyu encerrado en su doble círculo.
Al promediar el último día, se incorporó al fin: hizo diez flexiones de tronco
para desentumecerse y diez flexiones de cerebro para desconcentrarse. Tranquilo
bajo un mediodía que lo arponeaba de sol, Tseyu se dirigió a la casa de Chuang,
y tras una reverencia le dijo:
-Maestro, he reflexionado.
-¿En qué has reflexionado?- le pregunto Chuang.
-En aquella sentencia de mi ex-patrón. Estaba yo en el
centro del círculo y me pregunté: “¿Desde su comienzo hasta su fin no es la
vida humana un accionar constante?” Y me respondí: “En efecto, la vida es un
accionar constante”. Me pregunté de nuevo: “¿Todo accionar del hombre no debe
responder a un Fin inteligente, necesario y bueno?” Y me respondí a mí mismo:
“Tseyu, dices muy bien” Y volví a preguntarme “¿Cuándo se ha de meditar ese
Fin, antes o después de la acción?” Y mi respuesta fue: “ANTES de la acción;
porque una acción libre de toda ley inteligente que la preceda va sin gobierno
y solo cuaja en estupidez o locura”. Maestro, en este punto de mi teorema me
dije yo: “Entonces, primero filosofar y luego vivir.”
Tseyu no aventuró otro sonido. Antes bien, con los ojos en
el suelo, aguardó la respuesta de Chuang, ignorando aun si tomaría la forma de
un puntapié o de una bofetada. Pero Chuang, cuyo rostro de yeso nada traducía,
se dirigió a su duraznero; arrancó el durazno más hermoso y lo depositó en la
mano temblante de su discípulo.
Tal es el apólogo que le referí al Ministro X.
-No lo conocía – me dijo - ¿En que selección china figura esa
historia?
-En ninguna – le respondí -: acabo de inventarla.
El Ministro X me hizo llegar sus felicitaciones; y ordenó,
bajo cuerda, mi primer “descenso” en el escalafón administrativo.
Leopoldo Marechal
(En Cuaderno de
Navegación, 1966)
Leopoldo Marechal nace en la Ciudad de Buenos
Aires, el 11 de junio de 1900. Poeta, narrador, dramaturgo y ensayista. Fue
maestro y profesor de enseñanza secundaria. Las nuevas generaciones redescubren
su obra. La incidencia de lo autobiográfico en lo literario es, quizá un rasgo
definitorio: la infancia en un barrio de Buenos Aires, los paseos por el campo,
en Maipú, la labor de maestro que comienza a los veinte años, los viajes a
Europa, su experiencia política, elementos que Marechal recrea en su
literatura, experiencia y vivencia que hacen no sólo a su formación sino al
sentido de su obra.
Merece considerarse su profunda
formación autodidacta en la antigüedad clásica, en los textos sagrados, y en la
rica simbología que anima a la humanidad, especialmente la presente en la vida
de los argentinos de nuestro tiempo.
Algunas de sus varias obras
son: “Odas para
el hombre y la mujer”( poesía, 1929), Canto de San Martín (poesía, 1950)
Antígona Vélez (teatro, 1951), La Batalla de José Luna (teatro, 1967), Adán
Buenosayres (novela, 1948), El banquete de Severo Arcángelo (novela, 1967),
Descenso y Ascenso del Alma por la Belleza (ensayo, 1939). Tiene muchas obras
en distintos géneros literarios.
Decía:
"¿Saben ustedes que durante una tormenta el león da la cara al viento para
que su pelambre no se desordene? Yo hago lo mismo: doy la cara a todos los
problemas: es la mejor manera de permanecer peinado."
Muere en 1970 en Buenos Aires.
Sin título.Víctor Magariños D. (Argentino, 1924-1993). |