domingo, 4 de septiembre de 2011

El hombre del cuatro: AIRE



“Entre la fe y la incredulidad, un soplo.
Entre la certeza y la duda, un soplo.
Alégrate en este soplo presente donde vives,
pues la vida misma está en el soplo que pasa.”
Omar Khayyam (Persia, 1040 – 1121?)


El cuarto elemento, el aire, permanece en armonía con los otros tres: tierra, agua, fuego.  Representa la fuerza creadora de cada ser humano y a la vez la potencia que nos vive la vida.

La palabra en griego es pneuma, que va desde el simple aire hasta alcanzar las alturas del espíritu.  Desde este origen entendemos que a una rueda de auto o de bicicleta se le diga neumático, porque encierra aire.  En el campo de la medicina está la especialidad neumonología, que hace referencia a los órganos principales del sistema respiratorio, que son los pulmones. 

En la naturaleza, el viento también es llamado pneuma, tanto la suave brisa como las manifestaciones potentes.  En el relato del Génesis, con el que comienza la Biblia, se habla de un viento que sobrevuela las aguas antes de la Creación.  En hebreo se lo denomina ruaj, y se lo traduce como espíritu.

chi - carácter chino
Esta palabra también se relaciona con aliento, soplo vital. Hasta no hace mucho tiempo se comprobaba si una persona estaba con vida poniendo cerca de su boca un espejo, pues la menor respiración lo empañaba.  El aire que respiramos por la boca y la nariz forma como una suave turbulencia en nuestro rostro, como una sutil mariposa de vida.

El soplo vital es asociado en Oriente con la palabra prana, para la India, y también con el término chi de China.  El chi es la energía que nos capacita para caminar y hablar, trabajar y divertirnos, filosofar y visualizar, y para realizar todas las actividades necesarias para vivir. De forma semejante, prana es energía, la energía vital en nosotros, la vida en nosotros. Esta vida se manifiesta a sí misma, por lo que al cuerpo físico concierne, como el aliento entrante y saliente.

Todo es espíritu, desde el soplo al viento.  La realidad cósmica y nuestra más profunda intimidad están ligadas por lo que llamamos pneuma.  Como la respiración, viene de lo exterior a nuestro interior, y desde nuestras entrañas sale constantemente hacia la realidad.  

En palabras de Octavio Paz (México, 1914 -1998),

Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.


Acciones cotidianas.

En muchas partes del mundo se celebra el cumpleaños de las personas con una fiesta, rememorando su nacimiento y deseándole que tenga una larga vida.  Este rito suele tener como centro que el agasajado sople unas velas encendidas puestas en una torta.  El número de velas simboliza el período de tiempo vivido.  Soplar sobre ese fuego, apagar las llamas, es mostrar la fuerza de la propia vida, la potencia del propio espíritu.  Es un gesto que alienta al agasajado a que siga con fuerza adelante.  Incluso puede pedir tres deseos secretos, y ahí estará su aliento vital para llevarlos adelante.

Distinto sucede con las velas de las ceremonias religiosas.  Allí, al finalizar las mismas, se las debe apagar sin soplar.  Para eso hay apagadores especiales, para que se mantenga la fuerza del símbolo.  Los rituales religiosos no son obra de un individuo, sino de una comunidad unida a las fuerzas divinas, por eso nadie debe soplar, pues mostraría una falsa omnipotencia.

Observemos cómo decimos las palabras.  Tomamos aire y desde nuestro interior formamos una columna de aire que, al pasar por las cuerdas vocales, produce una sucesión de sonidos, amplificados por nuestra caja de resonancia, que está en el rostro y en la parte alta del tronco principalmente.

Con movimientos casi imperceptibles en cuerdas vocales, boca, lengua, labios, y luego de varios años de progresivo entrenamiento, logramos comunicar palabras como vehículos de cuestiones prácticas hasta de temas sublimes.  Nuestro paladar y nuestra manera de emitir los sonidos se han adaptado a una lengua que llamamos materna, pues es ella la que nos introduce en la sabiduría de las palabras fuentes.

Para hablar nos apoyamos en el aire, al cual hemos llamado también espíritu.  Es un hecho natural y a la vez un símbolo.  En una conversación tiene que haber tres aspectos funcionando en consonancia.  En el orden natural, tiene que haber al menos emisión de voz y el sentido del oído.  En el orden del conocimiento, necesitamos la razón, que elabora el mensaje en el idioma aprendido, y también escucha y discierne lo que recibe del interlocutor.  Finalmente, el espíritu, que es material en el aire, y sustento invisible de los conversadores y de todo lo existente, hace posible esta sencilla escena.

A este respecto están los sanos consejos de Pitágoras (griego, 572 a.C. - 496 a.C. aprox.), en Los Versos de Oro:

En cuanto a las muchas palabras que
salen por la boca de los hombres,
unas indignas, otras nobles,
que no te turben ni tampoco
te vuelvas para no oírlas.
Cuando oigas una mentira,
sopórtalo con calma.

Y lo que ahora voy a decirte
es preciso que lo cumplas siempre:
que nadie, mediante sus palabras
o en virtud de sus actos,
te persuada para que hagas o digas
aquello que no sea lo mejor.

Reflexiona antes de obrar
para no cometer acciones absurdas,
teniendo en cuenta
que es propio de los hombres débiles
obrar y hablar sin discernimiento.

Por tu parte, realiza siempre aquello
que posteriormente no pueda dañarte.
No entres en asuntos que ignoras,
pero aprende cuanto es necesario:
tal es la norma de una vida dichosa.


Imágenes del espíritu.

Las tradiciones dan ejemplos simples para que entendamos las dimensiones del espíritu, el aliento vital.  En la experiencia común, el espíritu se manifiesta como el sustento último de las cosas, algo totalmente indefinido.  Para que todas las cosas estén en el espíritu, para que ninguna quede afuera, tiene que ser como algo sin límites ni determinaciones.  En el caso de cada uno de nosotros en particular, el espíritu tiene que ser el sustento de todo lo que somos cuando estamos despiertos, no nos puede abandonar cuando dormimos, menos cuando soñamos.  Como símbolo, vemos que respiramos cuando estamos despiertos y cuando estamos dormidos.

Los ángeles de los cuatro vientos
Beato de Liébana: códice de Fernando I y Dña. Sancha 
Miniaturista: Facundo. Siglo XI.
A esta indeterminación e indefinición del espíritu la llamamos “vacío”.  Lo podemos entender con ejemplos sencillos, tomados en esta oportunidad de Oriente.  Para hacer una casa se ponen puertas y ventanas, pero se habita en el espacio vacío del interior.  De la misma manera, se toma vidrio y se hace una jarra, pero el líquido es contenido en el espacio interior, en el vacío que se ha hecho.  El espíritu es ese vacío interior de la casa o de la jarra, que contiene otras cosas pero no es contenido por nada.

Otra experiencia de las tradiciones que nos puede ser de utilidad es la referida a cada ser humano.  Se observan ciertas correspondencias entre cada hombre y el universo.  Por ejemplo, estamos viendo que los cuatro elementos que conforman al ser humano, tierra, agua, fuego, aire, se corresponden a los mismos cuatro elementos que forman toda la realidad.  En el mismo lenguaje popular esto está incorporado, como cuando se dice de una persona que se enojó de golpe que “explotó como un volcán”; o de una persona tranquila, “mansa como agua de estanque”.  Las formas que ha tomado la medicina, principalmente en Oriente, tienen en cuenta estas correspondencias, luego de muchos siglos de pura observación.

Basados en esta relación, las tradiciones hablan del espíritu del ser humano como el espejo del macrocosmos.  Ven que esa inmensidad se refleja en cada uno de nosotros.  Y lo que se refleja no son partes o pedazos de ese universo, sino todo en todos, de tal modo que se dice que el hombre es un microcosmos, un cosmos completo en pequeño.

Para acercarse al espíritu hay que mantener una mirada amplia, no dejar nada afuera.  Tienen que ser consideradas todas las realidades, desde las materiales más pequeñas, hasta las más sutiles.

Tal como lo dice Nicolás Guillén (Cuba, 1902 – 1989) en Palabras Fundamentales:

Haz que tu vida sea
campana que repique
o surco en que florezca y fructifique
el árbol luminoso de la idea.
Alza tu voz sobre la voz sin nombre
de todos los demás, y haz que se vea
junto al poeta, el hombre.
.
Llena todo tu espíritu de lumbre;
busca el empinamiento de la cumbre,
y si el sostén nudoso de tu báculo
encuentra algún obstáculo a tu intento,
¡sacude el ala del atrevimiento
ante el atrevimiento del obstáculo!


Armonía y libertad.

En cada momento nos relacionamos con la realidad y con nosotros mismos.  Estas vinculaciones tienen tres canales,  El primero es a través de los sentidos, vista, tacto, gusto, oído y olfato, y a este canal se lo ha denominado “lo estético”.  Hace referencia a la belleza de las cosas, y todo el mundo de los sentimientos.  El segundo canal es a través de la razón y la voluntad, y lo llamamos “lo noético”, es decir, el conocimiento.  Es el inmenso campo de la verdad y del bien, del saber y de la ética.  Finalmente está el canal de “lo místico”, relacionado con el espíritu, que es lo que estamos considerando ahora.
aerófonos de lingüeta 
Iluminación de Cantigas de Santa María
(códice j.b.2, século XIII)

Si bien los tres canales obran juntos y son simultáneos, por nuestra cuenta podemos llegar a ignorar alguno de ellos.  En caso de la mística, si ignoramos la dimensión intelectual, se convierte en fantasma.  Y sin la sensibilidad, la mística es inhumana.

Imaginemos por nuestra cuenta lo monstruoso que resulta un intelectual que es inhumano, porque no tiene sensibilidad, o que es déspota porque no tiene en cuenta la libertad del espíritu.  Tampoco nos resultará difícil entender la superficialidad de una persona que preste atención solamente a los sentimientos, sin pensamiento ni dimensión espiritual. 

Estamos invitados a vivir en armonía con la realidad, en la cual estamos sumergidos para siempre.  Es como la ejecución de una partitura que hace un conjunto musical.  Es la misma música, pero el ritmo y la interpretación es distinta en cada caso en que se presenta. Al resultado de cada interpretación lo llamamos “armonía”, la cual es creadora y creada al mismo tiempo.  Hay algo escrito, pero el ritmo del ser no está predeterminado.

Aquí entra la libertad.  Algunas veces se considera erróneamente la libertad, como si fuese cuestión de elección, como decidirse por una marca de café en el supermercado.  La libertad no es elegir entre dos cosas dadas.  Es poner la vida en juego, es decidirse a entregar lo que uno es, sin tener nada demasiado seguro.

El espíritu, con esa indeterminación que hemos mencionado antes, nos lleva a no tener miedo.  En realidad, no hay nada que perder.  Y se acaba el miedo.  Nos sentimos libres de inhibiciones, nos liberamos de todas las limitaciones.  

Suprematismo (Supremo Nº50) 1915
Kasimir Malevich (Rusia, 1878-1935)