domingo, 31 de julio de 2011

CUENTOS PARA AHORA

Los cuentos son relatos de ficción, una invención. 

Si son una invención, no tienen nada que ver con el pasado.  Pueden tomar elementos de la historia, o de costumbres de hace mucho tiempo.  Pero la historia y las costumbres del pasado ya no existen.  El cuento, en cambio, al ser contado pertenece al tiempo del lector, a su presente.  Un lector, o simplemente alguien que escucha el relato breve, hace que el cuento entre en su vida, y ponga en evidencia algo de su actualidad.

Consideremos así los cuentos que son puestos ahora a nuestra consideración.  Si los entendemos es que tienen que ver con nuestra vida actual.  Estamos mucho más relacionados con ellos si nos despiertan algún sentimiento.

Tengamos en cuenta que los relatos breves no se explican demasiado, aunque sí nos dan tema para hablar.

Los cuentos que se consignan a continuación están tomados de la Encuesta de Folklore, realizada por maestros, a raíz de un decreto del Consejo Nacional de Educación, en el año 1921.  Los documentos relevados son aproximadamente 88.000 folios, organizados en carpetas por escuela y departamento y, a su vez, en cajas por provincia.  Están en el Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.  En otra oportunidad se hará una referencia más amplia a este tesoro, que encierra tradiciones populares, en cuentos, poesías, leyendas, canciones, y muchas cosas más.

Al final de los tres cuentos consignamos las fuentes.  Es interesante ver las regiones de origen de cada uno de ellos, como también los nombres y apellidos de los referentes.


EL ZORRO Y LA PERDÍZ

El zorro estaba enamorado del silbo de la perdiz. Trataba de imitarlo en toda forma, pero sólo le salía un soplido ridículo, y en cuanto se descuidaba, se le escapaba su grosero ¡cuac!, ¡cuac! 
Resolvió pedirle a ella misma que se lo enseñara. ¿Cómo haría, con el miedo que le tienen las perdices al zorro?
Zorro gris sudamericano

Un día se encontraron en un caminito del campo. La sorpresa de la perdiz, que ya se veía en los dientes del zorro, fue grande cuando oyó que le decía:
- Comadrita, ¡qué bien silba Ud.! ¿Cómo podría hacer yo para aprender su silbido?
- Puede coserse la boca, compadre, - le contestó tímidamente.
- Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario. ¿No podría hacerme el favor de cosérmela Ud. misma?
- Trataré de complacerlo, compadre.
La perdiz, aunque llena de desconfianza, se sacó una pluma del ala, y con unas raíces muy fuertes le fue cosiendo la boca. El zorro soportaba, feliz, el sacrificio.
Cuando le quedó un agujerito muy pequeño, la perdiz le hizo probar. Le salió un silbo bastante fino que lo puso muy contento.
- Compadre, debe ensayar así muchas veces al día hasta que le salga en forma perfecta, - le aconsejó la perdiz. - A mí me costó mucho aprenderlo.
El zorro, que no podía hablar, asintió con la cabeza.

Ya se despedían, cuando de pronto, la perdiz, como suele hacerlo, voló con su vuelo pesado y pasó rozando la cabeza del zorro. Este no pudo con su instinto; sin querer hizo su natural movimiento de abrir la boca para atraparla, y se le rasgó de oreja a oreja.
El pobre zorro no sólo perdió su única oportunidad de aprender a silbar, sino que, por mucho tiempo, no pudo comer perdices.


EL ZORRO JUEZ

Un día se le apretó al tigre una mano entre unas peñas, en tal forma, que por sus propios medios no podía sacarla.
Pasó por allí cerca un caballo, y el tigre lo llamó y le pidió con toda humildad que lo ayudara.
- No, -le dijo el caballo, - yo te conozco, tú eres capaz de comerme después que te haga el favor de libertarte.
- Te juro, hermano, que no lo haré; no me niegues tu apoyo en este trance; son muy grandes mi humillación y mi dolor.
- Así lo haré, pero no olvides tu juramento.
Diciendo estas palabras, el caballo levantó la peña con gran esfuerzo y el tigre quedó libre.
Boceto de un caballo -
Leonardo da Vinci (1452-1519)


Siguieron juntos por un sendero del campo. Conversaban amistosamente, cuando el tigre se le plantó delante al caballo y le dijo:
- Hace tres días que estoy sin comer y mi estómago no da más; por fuerza tengo que comerte.
- ¿Y ése es el modo de agradecerme y de cumplir tu palabra?
- No tengo más remedio que comerte.
- Esto no puede ser así, recurriremos a un juez.
En ese momento apareció un zorro, y el caballo le gritó:
- Oiga, señor, ¿usted no es juez?
- Sí, señor, lo soy desde hace mucho tiempo.
- Entonces, nos tendrá que resolver esta cuestión.
Le expusieron con detalles el caso y cada uno presentó sus razones.
- No entiendo cabalmente el suceso, - dijo el zorro después de reflexionar un rato. - Para dar mi fallo, necesito ir al lugar del hecho y ver cómo estaba este señor.
Fueron allí, el tigre puso su mano en el sitio en que la tenía y el caballo le colocó encima la piedra que la apretaba.
- Muy bien, - dijo el zorro, dirigiéndose al tigre. - Mi fallo es que te corresponde quedar ahí y morir preso, por no saber cumplir la palabra empeñada ni agradecer los favores recibidos.


Pronunciada la sentencia, se marcharon el zorro y el caballo. Dejaron al tigre con la mano apretada, dando tremendos rugidos de dolor y de vergüenza.



Sobre “El zorro y la perdiz”.
Esta es una de las fábulas que tiene mayor difusión en la Argentina.  Entre otros, la han recogido los maestros: Srta. Ofelia Nicolet, de Córdoba;, Srtas. María A. Figueroa, Sres. Isaac Agüero Quinteros, Martín Acevedo, Francisco A. Vildoza, Alberto Herrera, de Catamarca; Sra. Salvaria I. de Barraza y Srta. Braulia Arias Ruiz, de Santiago del Estero; Srta. María Magdalena Dulce, Rosario Santillán y Sr. Antonio Correa, de Tucumán; Sra. María Elena R. de Campos y Sra. Laura Molina, de Salta; Sra. Elvira E. de González y Sr. Abdón Castro Tobay, de Jujuy.

Sobre “El zorro juez”.
Esta fábula está redactada sobre la recogida por la Srta. Mercedes Berrondo, en Catamarca.  Han enviado variantes, la Sra. Salvaria I. de Barraza y la Srta. Braulia Arias Ruiz, de Santiago del Estero; Sr. Rosario Gil, de Salta; Sr. José M. Delgado, de Tucumán; Sr. Alvano U. Gallardo, de Entre Ríos.

El destino de los animales - Franz Marc (1880-1916)


lunes, 25 de julio de 2011

El hombre del cuatro: TIERRA.

Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
(Enrique Santos Discépolo, “Uno”, 1950)

“Según Empédocles, estos elementos subsisten siempre,
 y no se hacen o devienen;
sólo que siendo, ya más, ya menos,
se mezclan y se desunen,
se agregan y se separan."
(Aristóteles, Metafísica, 1 , 3 )

El pensar es una constante de nuestra vida.  No podemos separarnos de él. Lo dirigimos a muchas cosas o a nosotros mismos.  Esta es una invitación para mirar juntos a ese ser humano que somos.

Para esta ocasión, vamos a usar la tradición, que es distinta de la información. La tradición significa transmisión.  Es aquello que circula, que se comenta en comunidad, que se transmite de una generación a otra. Es aquello que permite conversar, intercambiar experiencias e ideas.  La tradición circula como la vida.  Puede venir de muy lejos, o cerca, nunca lo sabemos.  Lo importante es que tenga resonancia o emoción. La energía vital de las tradiciones es su transmisión, y dan fuerza a las relaciones entre las personas.

Los cuatro elementos.

Así como en un año hay cuatro estaciones, o en una posición hay cuatro direcciones (norte, sur, este y oeste), parece que el hombre también tiene relación con el cuatro. Dice la tradición que los hombres están compuestos de cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego. 

Estos elementos son simbólicos, indican aspectos diferentes.  La palabra elementos en este contexto se refiere más al estado o las fases de la materia (por ejemplo: lo sólido es tierra, lo líquido es agua), que a los elementos químicos de la ciencia moderna. 

La tradición enseña que pensando en estos cuatro elementos podemos acercarnos a dar respuesta a dos preguntas fundamentales: ¿qué soy yo? y ¿qué tengo que hacer?  Los interrogantes son también tradicionales, es decir, aparecen en muchas conversaciones familiares, o entre amigos, o entre personas que se tienen cierta confianza.

Pensando los cuatro elementos.

¿Cómo nos pueden servir los cuatro elementos?  Recurrimos esta vez a un hombre de la antigüedad que pensó en ellos. Se llamó Empédocles, vivió antes de Cristo, entre los años 404 y 344 aproximadamente.  Hay referencias también en otras tradiciones culturales.

Él decía que toda la realidad, incluído el hombre, está conformada por estos cuatro elementos.  Imaginaba la realidad como una inmensa esfera, que abarca todo lo conocido y lo desconocido.  En ella, los cuatro elementos constituyen la esencia última, son eternos y se encuentran mezclados. La mezcla es el producto de la acción de dos fuerzas: amor y odio.

Por experiencia sabemos que esas dos fuerzas están en nuestro interior.  Es muy simple: me junto con los que quiero y no quiero ni ver a los que odio.  Así, lo que me pasa es un reflejo de todo el cosmos.  Y por esas fuerzas que me habitan puedo entender que para conocerme me pueden ayudar los cuatro elementos mencionados.

Elemento tierra.

El elemento tierra se corresponde con el cuerpo del hombre.  Y el cuerpo implica acción, actividad.  Para ejercer con lucidez nuestra acción tenemos que estar despiertos.  Veamos lo que estas correspondencias nos dicen de nosotros mismos.

Sabemos por tradición que los elementos están mezclados en nosotros, no los podemos separar sin cambiar el sentido de nuestra vida.  Por eso decimos que el hombre es cuerpo, y no solamente tiene un cuerpo.  Decimos que somos activos, y no que tenemos actividades.

Si pensamos solamente que tenemos un cuerpo, da la impresión que estamos separados de todo lo que existe.  Somos cuerpo y así nos conectamos con la materialidad del nuestro entorno y de todo el universo.  La piel no es una barrera infranqueable, sino una de las tantas maneras de estar unidos a la realidad que nos circunda.  En el cuerpo que somos sentimos el frío y el calor, como la ciudad en que vivimos tiene frío o calor.  La lluvia nos moja al igual que empapa la tierra.  Los árboles nos sobrepasan en altura, el elefante es más grande que nosotros.  Nos podemos comparar con plantas, animales y fácilmente podemos pasar de la comparación a la vinculación.

A veces se ha pensado en dominar la tierra.  Esto puede ser útil para algunas cosas, pero es secundario.  La cuestión es contemplar cada pedazo de tierra como mi cuerpo.  Hay que tomar conciencia de la escisión entre “esto” y “nosotros” para poder superar la separación y llegar a la unión sin confusión. 

Dice el poeta Manuel J. Castilla:

“Esta tierra es hermosa.
Crece sobre mis ojos como una abierta claridad asombrada.
La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen;
Montañas pensativas, lunas que se alzan sobre el chaco
Como una boca de horno de pan recién prendido,
Yuchanes de leyenda
En donde duermen indios y ríos esplendentes,
Gauchos envueltos en una gruesa cáscara de silencio
Y bejucos volcando su azulina inocencia.
(…)
Digo que me le entrego.
Digo que sin saber la voy amando,
Y digo que me vaya perdonando
Y en un perdón y en otro que le pido
Digo que alegremente voy sangrando.”


Acción, voluntad.

El elemento tierra también abarca la acción. Así como somos cuerpo, también somos acción.  En todo momento estamos en acción, en el sentido que estamos en movimiento.  Nuestra vida se describe con verbos: levantarse, comer, estudiar, hablar, ir, venir, dormir, descansar, jugar, trabajar, escuchar, ver, y así una lista personal inmensa.  Pura acción.  Nuestro cuerpo está continuamente en movimiento, renovándose y envejeciéndose, cambiando hacia nuevas situaciones.

En el campo de la acción, se manifiesta una capacidad que tenemos y que nos lleva a obrar en algún sentido: la voluntad.  Nos damos cuenta que podemos hacer algunas cosas si aplicamos nuestra voluntad. 

De aquí nace la educación moderna.  Nos enseña que necesitamos una meta en la vida y una gran voluntad para alcanzarla.  Pero hemos quedado tan fijados en esto, que no concebimos la vida sin meta, sin finalidad y sin voluntad.  El problema no es la educación, indispensable en la vida humana.  El inconveniente está con la idolatría de la voluntad, que hace que seamos valiosos solamente si tenemos éxito, si conquistamos nuestras metas con nuestra voluntad.

El poder de la voluntad de individuos y pueblos se ha manifestado en obras admirables.  Basta con mirar algunos de los grandes imperios que ha conocido la historia.  Hay grandes gestas que son ejemplos de este poder.  Pero a la vez hay que reconocer que esas obras se han hecho en base a sumisión y expoliación de otros pueblos.

Centro y finalidad de la voluntad. 

Somos tierra, somos cuerpo, tenemos voluntad.  No puede negar ningún término.  Si digo que no voy a ejercer la voluntad, necesito un acto de voluntad para hacerlo y, por lo tanto, caigo de nuevo en lo que quería abandonar. 

La recomendación es concentrarse, ir hacia el propio centro. Así como una circunferencia tiene un centro del cual equidistan todos los puntos que la conforman, de la misma manera busquemos nuestro propio centro.  El equilibrio del centro, en el ser humano, se llama armonía.

Cuaternario celta
El cuerpo que somos está constantemente en movimiento, ya lo hemos mencionado.  Es cuestión de encontrar la armonía de todas las acciones.  La armonía es relación, es proporción, es adecuación, y también es espontaneidad.  De esta manera nos alejamos de los extremos, que están fuera del centro, del fanatismo y la dejadez. 

Reconocemos la armonía de los animales, y por eso muchos tienen sus mascotas.  O cuidamos de plantas, con su flores, sus colores, su ritmo.  También confiamos en la armonía del sistema solar, y fijamos una cita para dentro de algunos días al mediodía, confiando que esta danza de noche y día continuará hasta entonces.  De la misma manera, nos haría mucho bien confiar en nuestra armonía de personas, en nuestra disposición a la relación, en nuestra adecuación a la naturaleza y en nuestra espontaneidad para resolver los problemas, o mejor, la libertad para vivir armónicamente.

Ser tierra sin vergüenza.

Manuel J. Castilla
Los cuatro elementos que componen al ser humano: tierra, agua, fuego y aire, muestran las dimensiones de nuestra capacidad para vivir y de la dignidad en nuestra existencia.  Nadie está desprovisto de estos elementos.  Según Empédocles, y con él las más distintas tradiciones, si nos falta uno no existimos, somos un producto de la fantasía.

Los cuatro elementos están desde nuestro nacimiento, y no nos abandonan.  No pueden hacerlo.  Somos cuerpo, somos activos y cambiantes, tenemos voluntad.

La voluntad, armónicamente vivida en nuestro cuerpo, nos mantiene atentos, despiertos.  Ahora nos queda otra poesía de Manuel J. Castilla (Salta, 1918-1980), para leerla despacio, con gusto.  O para guardarla para aquellos momentos que queramos celebrar el ser, entre otras cosas, tierra.


EL GOZANTE

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.

El que bajo las nubes se queda silencioso.
Pienso: si alguno me tocara las manos
se iría enloquecido de eternidad,
húmedo de astros lilas, relucientes.

Estoy solo de espaldas transformándome.

En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña
y miro por los ojos de las alas de las mariposas
un ocaso vinoso y transparente.

En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.

De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.

Sé que en este momento, dentro de mí,
nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.

Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.

A veces un lapacho me corona con flores blancas
y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

De cara al infinito
siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.

Si se me antoja, digo, si esperase un momento,
puedo dejar que encima de mis ingles
amamante la luna sus colmillos pequeños.

Zorros la cola como cortaderas,
gualacates rocosos,
corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,
garzas meditabundas
yararás despielándose,
acatancas rodando la bosta de su mundo,
todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste
nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,
échenme arena y agua. Así regreso.

Giuseppe Arcimboldo (1527 - 1593) “Aire” “Agua”  “Tierra” “Fuego”



sábado, 16 de julio de 2011

LAS TRES PREGUNTAS DEL EMPERADOR

de León Tolstoi

Un cierto emperador pensó un día que si se conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:

¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar?
¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?

El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Sólo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un “Consejo de Sabios” y actuar conforme a su consejo.

Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que depositaban su fe en guerreros.

La tercera pregunta trajo también una variedad similar de respuestas. Algunos decían que la ciencia es el empeño más importante; otros insistían en la religión e incluso algunos clamaban por el cuerpo militar como lo más importante.

Y puesto que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.

Después de varias noches de reflexión, el emperador resolvió visitar a un ermitaño que vivía en la montaña y del que se decía era un hombre iluminado. El emperador deseó encontrar al ermitaño y preguntarle las tres cosas, aunque sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que sólo recibía a los pobres, rehusando tener algo que ver con los ricos y poderosos. Así pues el emperador se vistió de simple campesino y ordenó a sus servidores que le aguardaran al pie de la montaña mientras él subía solo a buscar al ermitaño.

Al llegar al lugar donde habitaba el hombre santo, el emperador le halló cavando en el jardín frente a su pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extraño, movió su cabeza en señal de saludo y siguió con su trabajo. La labor, obviamente, era dura para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez que introducía la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.

El emperador se aproximó a él y le dijo:

- “He venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones:

“¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
¿Quienes son las personas más importantes con las que uno debe trabajar?
¿Qué cosa es la más importante que hacer en todo momento?"

El ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su mano sobre su hombro y luego continuó cavando. El emperador le dijo:

- “Debes estar cansado, déjame que te eche una mano”.

El eremita le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el suelo a descansar.

Después de haber acabado dos cuadros, el emperador paró, se volvió al eremita y repitió sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y señalando la pala y dijo:

- “¿Por qué no descansas ahora? Yo puedo hacerlo de nuevo”.

Pero el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una hora, luego otra y finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El emperador dejó la pala y dijo al ermitaño:

- “Vine a ver si podías responder a mi tres preguntas, pero si no puedes darme una respuesta, dímelo, para que pueda volverme a mi palacio”.

El eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador:

- “¿Has oído a alguien corriendo por allí?”.

El emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con una larga barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente presionando sus manos contra una herida sangrante en su estómago. El hombre corrió hacia el emperador antes de caer inconsciente al suelo, dónde yació gimiendo. Al rasgar los vestidos del hombre, emperador y ermitaño vieron que el hombre había recibido una profunda cuchillada. El emperador limpió la herida cuidadosamente y luego usó su propia camisa para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la venda en unos minutos. Aclaró la camisa y le vendó por segunda vez y continuó haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.

El herido recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió hacia el arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había puesto el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El eremita ayudó al emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le acostaron sobre la cama del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se quedó tranquilo. El emperador estaba rendido tras un largo día de subir la montaña y cavar en el jardín y tras apoyarse contra la puerta se quedó dormido. Cuando despertó, el sol asomaba ya sobre las montañas.

Durante un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró hacia la cama y vio al herido, que también miraba confuso a su alrededor; cuando vio al emperador, le miró fijamente y le dijo en un leve suspiro:

- “Por favor, perdóneme”.

- "Pero ¿qué has hecho para que yo deba perdonarte?", preguntó el emperador.

- "Tú no me conoces, Majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu implacable enemigo y había jurado vengarme de ti, porque durante la pasada guerra tú mataste a mi hermano y embargaste mi propiedad.

Cuando me informaron de que ibas a venir solo a la montaña para ver al ermitaño decidí sorprenderte en el camino de vuelta para matarte. Pero tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi emboscada para salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo, topé con tus servidores y me reconocieron y me atraparon, haciéndome esta herida. Afortunadamente pude escapar y corrí hasta aquí. Si no te hubiera encontrado seguramente ahora estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de ello tú has salvado mi vida! Me siento más avergonzado y agradecido de lo que mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor, Majestad, concédeme tu perdón."

El emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado fácilmente con su acérrimo enemigo, y no sólo le perdonó sino que le prometió devolverle su propiedad y enviarle a sus propios médicos y servidores para que le atendieran hasta que estuviera completamente restablecido.

Tras ordenar a sus sirvientes que llevaran al hombre a su casa, el emperador volvió a ver al ermitaño. Antes de volver al palacio el emperador quería repetir sus preguntas por última vez; encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos habían cavado el día anterior.

El ermitaño se incorporó y miró al emperador.

- “Tus preguntas ya han sido contestadas”.

- "Pero, ¿cómo?", preguntó el emperador confuso.

- "Ayer, si su Majestad no se hubiera compadecido de mi edad y me hubiera ayudado a cavar estos cuadros, habría sido atacado por ese hombre en su camino de vuelta. Entonces habría lamentado no haberse quedado conmigo. Por lo tanto el tiempo más importante es el tiempo que pasaste cavando los cuadros, la persona más importante era yo mismo y el empeño más importante era el ayudarme a mí...

Más tarde, cuando el herido corría hacia aquí, el momento más oportuno fue el tiempo que pasaste curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta manera, la persona más importante fue él y el objetivo más importante fue curar su herida...

Recuerda que sólo hay un momento importante y es ahora. El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio. La persona más importante es siempre con la persona con la que estás, la que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás trato con otra persona en el futuro. El propósito más importante es hacer que esa persona, la que está junto a ti, sea feliz, porque es el único propósito de la vida”.


Breve noticia sobre el autor del cuento: León Tolstoi.

 Escritor ruso nacido en Yásnaya Poliana el 9 de septiembre de 1828 y fallecido en Astapovo el 20 de noviembre de 1910. Su verdadero nombre fue Lev Nikoláyevich Tolstói. Es considerado como uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura. Nacido en una familia noble, se trasladó a Kazán tras la muerte de sus padres, estudiando en dicha ciudad y en la Universidad de San Petersburgo, en donde se licenció en Derecho. Pudo observar junto a uno de sus hermanos la guerra entre Rusia y Turquía, que le sirvió para hacerse una buena idea del ambiente marcial del ejército zarista. Tuvo gran influencia en el anarquismo de Kropotkin y en la resistencia no violenta de Gandhi, con el que mantenía contacto epistolar, siendo también un pacifista convencido. Algunas de sus obras más importantes son Los cosacos (1863), Guerra y Paz (1865-1869), Anna Karénina (1875-1877), Confesión (1882), La muerte de Iván Ilich (1886) y Resurrección (1899). 


domingo, 10 de julio de 2011

LA QUEJA POTENTE

Vamos a referirnos al libro de Job.  Está en la Biblia, que en realidad es una biblioteca de más de 70 libros, puestos por escrito a lo largo de más de 1000 años, con tradiciones que se remontan, en algunos casos, a más de 2000 años antes de Cristo.  Leídos en conjunto, presentan intereses y miradas muy variadas, según los contextos y regiones geográficas de origen.  También se nota que cada uno de los libros tiene varios autores, incluso de diferentes épocas, que fueron recopilados por un redactor final, a veces juntando despreocupadamente una parte con otra.

El tema de Job.

El texto de Job se basa en un cuento anterior y de carácter popular.  Esta historia presenta al protagonista como un hombre recto e íntegro, temeroso de Dios y alejado del mal.  También se dice que era un hombre muy rico, pudiente.

Resulta que en otro plano de la realidad, al cual Job no tiene acceso, se presenta uno llamado El Adversario, ante el trono de Dios.  El Adversario es un personaje siniestro que seduce al Señor para que ponga a prueba al justo Job.  Así, nuestro protagonista se ve privado en un instante de hijos y de bienes.  Todos mueren y todo se destruye.  No contento con esto, El Adversario logra el permiso para herir a Job en su carne, con una úlcera maligna de los pies hasta la cabeza.  La intención es que Job abandone su rectitud e integridad, a causa del dolor.

A partir de allí, los padecimientos pasan a las relaciones humanas.  Primero, con su mujer y luego con tres amigos.  Las discusiones de Job con los tres amigos son la parte más larga del relato.  Incluso aparece un cuarto amigo, que no había sido mencionado como integrante del encuentro.  El autor coloca al final dos discursos pronunciados por Dios mismo.  El cuento original abarca tres capítulos, los dos primeros y el último.  Las discusiones se reparten en los 39 capítulos restantes.

El cuento tendrá un final feliz.  Job superará la prueba y recuperará toda su fortuna con creces.  También le nacerán otras hijas e hijos.

¿Quién es Job?

Job es el hombre común, igual a cualquier varón o mujer de  todo tiempo y lugar.  Podemos decir que es el que siente, piensa, hace, sueña y contempla, algunos verbos que comparte con los animales y otros con los ángeles.  Así somos.

Se parece a nosotros también en lo doliente, cuando no sabemos de dónde viene la desgracia.  Como a Job, lo que nos hiere viene de un mundo o plano de la realidad habitado por poderosos, lejano a nosotros y en el que no tenemos injerencia. Dios y El Adversario nos tratan como mercadería de cambio para sus propios intereses.  Para nosotros queda miseria, enfermedad y muerte.  Tomemos como ejemplo a los hijos de Job.  Ellos mueren a causa de la prueba a la que es sometido su padre.  Al final nacen otros diez hijos de Job, pero de los primeros no queda ni rastro.



Los prójimos de Job.

No perdamos de vista que estamos leyendo un cuento, por lo que los personajes son necesariamente esquemáticos, con actitudes muy definidas sin los matices de cordura que tiene la vida diaria.

Al comienzo, los amigos se portan bien.  Se acercan a Job y permanecen con él durante siete días completos.  Están en silencio, luego de haber llorado mucho por el gran dolor de su amigo.

Pasado este primer tiempo, abren la boca y todo cambia.  Empiezan con un llamado a la aceptación incondicional del sufrimiento, con un argumento bastante débil, que sería como decir:  “siempre que llovió, paró”.  También le hablan de un premio futuro por los padecimientos que contemplan de afuera.

A medida que quieren responder a las quejas de Job, sus amigos se vuelven cada vez más ofensivos, buscando la culpa de los males en los hijos y luego en el sufriente mismo.  Lo tratan de burlador y charlatán.  Después le dirán que él mismo es un malvado y que está recibiendo el castigo que merece: “un diluvio se lleva su casa, una correntada, en el día de la ira. Esta es la porción que Dios asigna al malvado, la herencia que le tiene destinada.”  Finalmente, llegarán a despreciar a todo hombre: “Si hasta la luna no tiene brillo ni las estrellas son puras, ¡cuánto menos el hombre, ese gusano, el hijo del hombre, que es sólo una lombriz!”.

La mujer de Job representa la reacción que a veces se da en los cónyuges ante el dolor del otro: “maldice a Dios y muérete”.  No es fácil soportar el dolor del ser querido, por lo que no hay que interpretar una reacción así como desprecio.  La desgracia suele destruir las mejores actitudes.

Las quejas de Job.

Ha quedado indicado un escenario que puede ponerse en cualquier lugar donde se desarrollan nuestras vidas.  Ahora citaremos algunas pocas frases del protagonista de este texto.  No nos angustiemos por la dureza del planteo.  Nuestro tiempo, la civilización que vivimos es la hace evidente la crueldad del cuento.

¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: "Ha sido engendrado un varón"!

¿Para qué dar a luz a un desdichado y la vida a los que están llenos de amargura,
a los que ansían en vano la muerte y la buscan más que a un tesoro,
a los que se alegrarían de llegar a la tumba y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro,
al hombre que se le cierra el camino y al que Dios cerca por todas partes?
Los gemidos se han convertido en mi pan y mis lamentos se derraman como agua.

¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?
¿No son sus jornadas las de un asalariado?
Como un esclavo que suspira por la sombra,
como un asalariado que espera su jornal,
así me han tocado en herencia meses vacíos,
me han sido asignadas noches de dolor.

Cuando pienso: "Mi lecho me consolará, mi cama compartirá mis quejidos",
entonces tú me horrorizas con sueños y me sobresaltas con visiones.

¿Cuándo dejarás de mirarme? ¿No me darás tregua ni para tragar saliva?

¿Por qué me sacaste del seno materno? Yo habría expirado sin que nadie me viera,
sería como si nunca hubiera existido, me habrían llevado del vientre a la tumba.
¡Duran tan poco los días de mi vida! ¡Apártate de mí!
Así podré sonreír un poco, antes que me vaya, para no volver, a la región de las tinieblas y las sombras, a la tierra de la oscuridad y el desorden, donde la misma claridad es tiniebla.

(A sus amigos)
Pero yo quiero hablarle al Todopoderoso, mi deseo es discutir con Dios.
¡Ustedes lo encubren todo con sus mentiras, médicos inútiles son todos ustedes!
¡Si se callaran de una vez, darían una prueba de sabiduría!
Escuchen, entonces, mi defensa; presten atención a mi querella.

Pero si hablo, no se alivia mi dolor; si me callo, tampoco se aparta de mí.
Porque ahora, él me ha extenuado y desolado, todos sus terrores
me tienen acorralado;
se levanta contra mí como testigo, mi debilidad me acusa en mi propia cara.

¡Oigan, oigan bien mis palabras, concédanme al menos este consuelo!
Tengan paciencia mientras hablo yo, y una vez que haya hablado, se podrán burlar.
¿Acaso yo me quejo de un hombre o no tengo motivo para estar indignado?

¿Cómo es posible que vivan los malvados,
y que aun siendo viejos, se acreciente su fuerza?
Su descendencia se afianza ante ellos, sus vástagos crecen delante de sus ojos.
Sus casas están en paz, libres de temor, y no los alcanza la vara de Dios.
Su toro fecunda sin fallar nunca, su vaca tiene cría sin abortar jamás.
Hacen correr a sus niños como ovejas, sus hijos pequeños saltan de alegría.
Entonan canciones con el tambor y la cítara y se divierten al son de la flauta.
Acaban felizmente sus días y descienden en paz al Abismo.

Uno muere en la plenitud de su vigor, enteramente feliz y tranquilo,
con sus caderas repletas de grasa y la médula de sus huesos bien jugosa.
Otro muere con el alma amargada, sin haber gustado la felicidad.
Después, uno y otro yacen juntos en el polvo y los recubren los gusanos.
¡Por el Dios viviente, que me priva de mi derecho, y por el Todopoderoso, que me llenó de amargura; mientras haya en mí un aliento de vida y el soplo de Dios esté en mis narices, mis labios no dirán nada falso ni mi lengua pronunciará una mentira! ¡Lejos de mí darles la razón a ustedes: hasta que expire, no renunciaré a mi integridad! Me aferré a mi justicia, y no la soltaré. Mi corazón no se avergüenza de ninguno de mis días.

(Última apelación de Job a Dios)
¡Soy tan poca cosa! ¿Qué puedo responderte? Me taparé la boca con la mano.
Hablé una vez, y no lo voy a repetir; una segunda vez, y ya no insistiré.


 Atiende a tu queja, hombre común.

Ante semejante queja del hombre común, ante los llamados de auxilio del dolor que se nos presenta sin saber de dónde viene, el mismo Job se queda en silencio.  No hay más para decir.

Es importante quejarse, y hacerlo bien.  Hay que ser auténticos, aferrados a los fundamentos de nuestros planteos.  Ante el dolor propio o ajeno, de nada nos sirve mirar hacia otro lado o hacerse el distraído, apelar a una insensibilidad que no es verdadera, porque entendemos muy bien lo que Job dice.

La queja alcanza toda su potencia cuando se la contrasta con la plenitud del universo.  Sin opuesto, el dolor crea costumbre.  La ignorancia, en este sentido, es la peor forma de esclavitud.

El final del libro de Job presenta claves significativas del universo para que el protagonista encuentre la profundidad de su dolor y tal vez, algo de sentido. Está compuesto por dos discursos de Dios. Inicia su itinerario en el camino de la luz.  Luego nos hace ver los astros, nombrando a las Pléyades y las cuerdas del Orión.  Entre los animales, menciona al avestruz, que bate sus alas alegremente.  También se refiere a la fuerza del caballo y a las crines de su cuello.

Sorprenden las descripciones de dos monstruos de la época del redactor.  Uno es Behemot, el hipopótamo, y otro es Leviatán, el cocodrilo.  Este último fue usado, en épocas modernas, para alegorías políticas.  Así, el dolor de Job que, como dijimos, es el del hombre común, alcanza toda la profundidad y calidad dramática.  La queja, por contraste, nos muestra la grandeza de la vida.

La súplica del hombre común.

La relación de Job con sus amigos, es una alegoría de la relación del hombre común con la civilización contemporánea. ¿Qué les pide Job?  Que tengan misericordia de él, que le tengan compasión.  Estas dos actitudes, misericordia y compasión, resumen la plenitud de la sabiduría del hombre.

Clyfford Still: "Jamais" (1944)
La crueldad de nuestro tiempo hace dura y revulsiva la lectura del texto de Job.  Es el sufriente que no sabe de dónde viene lo que le sucede.  Y lo que le ocurre no es causa natural o de su negligencia, sino que es originado en una conversación ajena a su vida y lejos de su alcance.  Si Job preguntase “¿por qué me pasa esto a mí?”, no hay ninguna respuesta lógica.  Si continúa con su interrogatorio llegaría a entender con cuánto desprecio y desaprensión unos pocos deciden por muchos.

La misericordia y la compasión nacen de la sabiduría, que es cuando el conocimiento obra tan unido al amor, que finalmente no se puede distinguir uno de otro. Por eso, lo que pide Job, en nombre del hombre común, es algo elevado y un cambio profundo en la civilización que nos ha tocado.  Y así como el dolor es causado en todos los hombres comunes con desaprensión, así también entendemos que la compasión y la misericordia serán reales si vienen desde ese hombre común. 

Queda un interrogante.

Esta lectura de Job nos deja una inquietud.  Está referida a la imagen de Dios.  Es claro que en este libro hay distintas concepciones de la divinidad.  En el caso del protagonista y sus amigos, las propuestas son contradictorias. 

Recordemos que el libro de Job se fundamenta en un cuento antiguo, y que además se nota que han intervenido distintos redactores.  Y cada uno tendría su propia idea de Dios, con rasgos comunes y también con aspectos muy divergentes.

Cuando tomamos este tipo de escrito, conviene tomar en cuenta todos los aspectos falsos de la divinidad que la narración hace evidente, para no caer en ellos.  A la vez es bueno considerar la posibilidad de que el misterio de Dios sea tan inmenso, que no nos quede otra cosa que hacer silencio. En esta vida presente, esto es lo que aceptamos.

Las citas bíblicas.

Pasados muchos siglos, se aplicó a la Biblia un sistema de referencia, consistente en dividir cada libro en capítulos, y éstos en versículos.  Cada versículo abarca aproximadamente una o dos oraciones y, en el caso de la poesía, uno hasta tres versos.  Para citar un texto se indica primero el nombre del libro, luego el capítulo y finalmente el versículo.  De aquí que Job 6,8 significa: el libro de Job, en el capítulo seis, el versículo ocho.  Cuando se quiere citar varios versículos seguidos se los divide con un guion medio, como por ejemplo 8-12, que significa del versículo ocho hasta el doce inclusive.  A veces se quiere poner versículos salteados, entonces se los relaciona con un punto, por ejemplo 8.11, que significa versículo ocho y versículo once.

En el apartado “Las quejas de Job”, los versículos citados son los siguientes:

3,3  /  7,1-2  /  7,19  /  10,18-22  /   12,15-16  /  13,3-5  /  16,6-7  /  21,2  /  21,7-13  /  21,23-26  /  27,2-5  /  40,4-5.