martes, 20 de marzo de 2012

JUAN, UN NIÑO

Los cuentos se llaman infantiles cuando requieren al auditorio una actitud de niño.  Ser como niños es una plenitud del ser humano.  Es cierto que hay enfermedades, psíquicas y físicas, llamadas “infantilismos”, pero lo que requieren los cuentos está bien lejos de estas dolencias.

            En la tradición la actitud de niño tiene varias características.  Es espontánea, en tanto natural y sincera en el comportamiento y en la manera de pensar.  También es apacible, lo que significa mansa y agradable en la forma de ser y en el trato.  El pensamiento es concentrado, sin intención ni reserva mental.

            Mirando con atención, nos damos cuenta que ser como niños es una larga tarea.  Para alcanzar la plenitud es necesario conservar características naturales de la infancia, desarrollar otras que no fueron elaboradas en la etapa de formación, renovar algunas características perdidas y buscar toda la ayuda que nos puedan dar, porque la tarea es inmensa.

Gurú Nanak y seguidores.
Autor anónimo.
Punjab, India (1870)
            Jesús de Nazaret, de quien no podemos dudar de la seriedad de sus enseñanzas, que han marcado civilizaciones durante 2.000 años, dice:  "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos” (Evangelio de Mateo 18,3).  Y para que no nos desaliente la dificultad del camino, agrega cuál es el premio: “Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”.

            Otro maestro, Guru Nanak (pakistaní, 1469-1539), recomendaba refiriéndose a la búsqueda del Absoluto, de la Plenitud, lo siguiente:

“Con el pensamiento no podrás conocerle,
Ni aunque cien mil veces pienses en él;
Tampoco le descubrirás por el silencio,
Ni aunque permanecieras mudo vidas enteras.

Mil destrezas podrás obtener en este mundo,
Pero sólo con un corazón de niño podrás alcanzarle.”

            Algunas de estas cosas explican la razón por la que los ancianos se llevan bien con los niños, un encuentro entre la plenitud y la fuente. 

Para el camino hacia el tiempo de la vejez tenemos, como una ayuda, los cuentos infantiles.


Desde tierra adentro.

            Los cuentos infantiles están en todos lados.  El que citamos ahora, “Juan y el gigante”, fue contado por Vera Ríos, de 48 años, en un lugar de la provincia de Misiones, Argentina, llamado Picada San Javier, Km. 26.  El testimonio fue recolectado en el año 1963 por Guillermo Perkins Hidalgo (argentino, 1902-1975), quien solía citar la siguiente frase: “Siempre hay leyendas y cuentos cerca de la cuna de los pueblos y de los niños”.

            El texto está en la segunda serie de Cuentos Folklóricos de la Argentina, de Susana Chertudi, Instituto Nacional de Antropología (1964).

“Cuando Juan era chico, vivía con su mamá, que tenía una vaca y tres bolsas de oro.

Un día, cuando su madre no estaba, apareció un viejo que le ofreció cambiar la vaca por una muda de yerba que él traía.  Juan aceptó y esperó a su madre muy contento.

La mujer se enojó mucho y lo mandó tirar la planta que no servía para nada;  pero él la plantó en una esquina de la casa.  Al otro día vieron asombrados que la planta de yerba había crecido tanto, tanto, que parecía toca el cielo.  Desde la noche de ese día la gente de los alrededores empezó a desaparecer y a la madre de Juan le robaron las bolsas de oro, una cada noche.  El muchacho, que la última noche se había quedado espiando, vio que el ladrón era un enorme gigante que después de cometer sus robos subía por la planta de yerba.  Entonces Juan subió también y se encontró con un enorme castillo.
Retrato de un niño.
Annie Swynnerton
(inglesa, 1844-1933)

Allí lo recibió la mujer del gigante, que era muy buena y prometió ayudarlo.  Mientras conversaban ella vio que volvía su marido y se escondió, loca de miedo.  El ogro pidió de comer y se acostó.  Aprovechando su sueño, Juan llevó a su casa una bolsa de oro; lo mismo hizo las dos noches siguientes.

Cuando andaba por el castillo, Juan se enteró que el gigante tenía un acordeón y un ovillo de hilo con poderes mágicos, y resolvió quitárselos; así que la cuarta noche volvió para eso: pero antes le pidió a su madre que lo esperara con un hacha al pie de la gran planta de yerba.  Cuando estaba robando las cosas, el acordeón se abrió y al sostenerlo, Juan hizo sonar unas notas que despertaron al gigante, que se levantó en seguida y al ver lo que estaba haciendo el muchacho, empezó a correrlo.  Juan tomó de la mano a la mujer del ogro y escapó también con ella.  No podía dejarla; el ogro la mataría.  Empezó a bajar por la yerba y con él, ella.  El gigante los siguió.

Entonces Juan le gritó a su madre diciéndole que cortara el tronco con el hacha.  Cuando la planta cayó, el gigante que era muy pesado no pudo sostenerse y cayó con ella desde lo alto.  Pero Juan y la mujer no se hicieron nada, porque cuando vieron que el tronco se rompía, largaron el hilo que como era mágico se sostenía solo y por él bajaron tranquilamente.

Vivieron felices muchos años los tres juntos, disfrutando del oro, del acordeón y del hilo mágico.”


Muchas resonancias.

            Al leer el cuento, surgen muchas resonancias.  Algunas tienen que ver con símbolos universales, otras con elementos locales.  En este caso, el árbol de yerba es una referencia indudable al suelo misionero, donde abunda este cultivo.  También hay una vinculación con el acordeón, si recordamos que la música litoraleña usa mucho este instrumento.

            No es posible hacer un análisis detallado, pues se perdería la intencionalidad del cuento.  Se recomienda leerlo varias veces y dejar que la propia intuición nos guíe.  Es importante tener confianza en el propio criterio, una sabiduría que de muchas maneras, conocidas e ignoradas, ha ido configurando nuestra persona.
            Veamos dos símbolos que tienen amplio alcance en el mundo: el ogro y el hilo mágico.

            Los ogros siempre recuerdan a los gigantes y a los titanes.  Tienen necesidad de ración cotidiana de carne fresca, por eso en el cuento empieza a desaparecer gente cuando crece la planta de yerba.  Es una de las características del tiempo, que pasa inexorablemente, como devorando las vidas. 

El ogro juguetón.
Jean Miró (español, 1893-1983)
            Otro aspecto negativo del ogro tiene que ver con una imagen atrofiada del padre, que no quiere que sus hijos crezcan, porque lo hace perder su omnipotencia en la familia, y no soporta la idea de repartir su poder o de renunciar a él.  Un dato interesante del cuento es el de su esposa, que decide ayudar al niño audaz, porque ella se siente aterrada ante el marido.

            Entre muchas cosas, también se puede señalar que el ogro representa los terrores del sueño.  Vive en el cielo, donde reside y duerme.  El cielo es el lugar de descanso, y también el lugar de los sueños.  Casi siempre son apacibles, pero si se despierta algún monstruo, aparece la pesadilla en forma de terror que pone a prueba nuestra valentía, o nos purifica de tensiones de la vida cuando estamos despiertos.

            De muchas maneras aparece el miedo en la vida.  Los ogros del tiempo o del poder simbolizan las amenazas que se manifiestan cuando estamos despiertos.  Pero el cuento no nos deja solamente en el susto, o en la angustia, sino intenta brindar respuestas que nos permitan salir de la situación apremiante.


El hilo salvador.

            En relatos antiguos, el hilo sirvió para salir de lugares complicados, de los laberintos en los cuales parece que nunca va a aparecer la salida.  El hilo permite que uno ingrese en esas complicaciones y pueda salir a la luz luego de una travesía por la oscuridad. 

            El hilo es la vida de cada hombre que mantiene la coherencia, que sabe de dónde viene y sigue el camino que ese hilo le indica, confiando que lo lleva a la luz.  Se dice que hemos recibido la vida, ese hilo mágico que nos guía a través del laberinto de la existencia.

            Las tejedoras saben mucho de este símbolo de la vida.  Por ejemplo, en los ponchos hilados se encuentran las señales de la creación, los símbolos de la fecundidad y de los campos cultivados.  Las tejedoras saben que el hilo de la vida nos une al centro de donde surgen todos los seres. 

            La magia del hilo es la sabiduría de entender que nuestra vida no está aislada.  Formamos parte de la inmensa manifestación de los seres, una urdimbre sorprendente.  Saberse parte de la grandeza de la vida de los seres, admirar la existencia, nos da el trasfondo necesario para las soluciones en nuestro camino.


Niña leyendo.
María Gutiérrez Blanchard (española, 1881-1932).