Muchos siglos atrás, en una ciudad griega situada en el sur de la actual Italia , un tal Zenón (490-430 a .C) se dedicó a defender las ideas de su maestro Parménides (c. 540-470 a .C.). Para lograr su objetivo planteaba situaciones que llevaban a soluciones contradictorias. Esta forma de argumentar se llama aporía, y Zenón era un experto.
Un corredor Ánfora griega de terracota (siglo VII a.C) |
Uno de sus planteos más famosos se basa en una imaginaria carrera entre Aquiles y una tortuga. Aquiles fue un guerrero mitológico, que corría a una velocidad increíble. Pero Zenón decía que si el corredor le daba una ventaja a la tortuga en la largada, luego no la podría alcanzar. Su razonamiento es complicado, ocupó a muchos pensadores posteriores.
Las aporías también influyeron en la vida cotidiana de los pueblos. Un signo de esto se ve en los cuentos. Van cambiando los protagonistas, por ejemplo, en vez de Aquiles se invoca a un venado, o a una liebre, y en esas historias los animales veloces no alcanzan a la lenta tortuga de movimientos solemnes.
También varían las observaciones. La razón por la cual el experto corredor no alcanza al animal parsimonioso es distinta de la que plantea Zenón, porque ha cambiado el interés de los narradores.
Narración mendocina.
Es notable que, aunque haya siglos de distancia, y en territorios muy dispares, se conserven temáticas parecidas en los cuentos.
El león y la tortuga Ferdinand Delacroix (frances, 1798-1863) |
Hay dos razones para la similitud de los relatos. En primer lugar, porque los seres humanos somos muy parecidos, cualesquiera sean nuestras condiciones de vida. Somos parecidos no sólo en el físico sino también en la mentalidad. En segundo lugar, porque desde los tiempos prehistóricos existió siempre una comunicación entre los grupos humanos, superando todas las barreras geográficas imaginables.
En el año 1951, Manuel Cardoso, un viñatero mendocino que tenía 76 años entonces, hizo la siguiente narración de la carrera, cambiados los personajes y también los motivos. Ahora, la competencia es entre un avestruz, animal famoso por su velocidad, y un sapo que, a pesar de sus saltos, es bastante lento.
El testimonio original consta en el Tomo II de Historias y Leyendas de la Argentina, recopilación de Berta Elena Vidal de Battini (1900-1984). Se usa la palabra araucana choique para avestruz.
La carrera del sapo y el avestruz.
El sapo con el avestruz jugaron una carrera. Hicieron contrato. Apostaron dinero y fijaron el tiro de la carrera y para el día que se iba a correr.
Entonces el sapo se buscó muchos de la familia y amigos. Y los comenzó a repartir en la cancha, trecho a trecho, unos y otros. Y en la raya tenían otro listo para cuando llegara el choique. En ese momento, pegaría el salto y le saldría adelante.
Cuando ya llegó el momento de largar, dijeron:
El avestruz iba ligero y de vez en cuando miraba para el lado del compañero pero, para su sorpresa, lo veía que iba adelante. El sapo le iba ganando. Y el avestruz se apuraba más.
Cuando llegó a la raya, el sapo que estaba preparado en ese lugar, saltó adelante. Y los veedores que estaban ahí le dieron la carrera ganada al sapo. Y el mismo juez de raya le falló la carrera en favor del sapo.
Así le ganó nomás el sapo al choique.
La maña y la fuerza.
Esta famosa carrera, como hemos dicho, ha tenido distintos protagonistas, y también distintas conclusiones. José María Obregón, un correntino, en el año 1951 decía que lo primero que uno aprende es que “más vale maña que fuerza”. Una afirmación en la que coinciden la mayoría de los narradores de todo el mundo.
Los desafíos a la vida humana son inmensos y dramáticos. La solución, ante la potencia que presentan, es el uso del ingenio. Pensemos en las dificultades que superó el mismo cuento que presentamos, desde la lejana ciudad de Elea, en Italia, en dónde Zenón pensó sus aporías, hasta los relatos en siglo XX, en territorio argentino. En veinticinco siglos la enseñanza se mantuvo viva, de boca en boca.
Ocarina con forma de sapo Veracruz, México (entre el 700 y 900 d.C.) |
La segunda conclusión de Obregón, fue que “no hay enemigo chico”. La fuerza de los lentos está en el conjunto. Muchísimas personas son tan desconocidas, que no podemos distinguirlas, nos parecen la misma. Y los rasgos humanos se nos desdibujan más si ese conjunto pertenece a otra etnia.
Vale mucho la fuerza del conjunto, que nos permite alcanzar las metas aunque los obstáculos sean muy poderosos.
La realidad de los lentos.
La narración del mendocino representa a los lentos con un sapo. Este animal es un símbolo muy amplio, lleno de aspectos valiosos, y también tiene algún aspecto oscuro. Los símbolos, como la realidad en general, tienen dos caras.
En algunas tribus de América del Sur, el sapo es un cómplice del hombre. Lo ayuda para hurtar el fuego a su primer poseedor, el buitre.
En otros grupos, el sapo es un Dios de la lluvia. Todavía se dice en el país maya que los sapos “rezan mejor que nosotros” para obtener la lluvia.
En el mundo de la magia, los sapos son muy cuidados. Afirman que tienen una piedra en la cabeza que es un talismán precioso para obtener la dicha sobre la tierra.
Pero también se habla de la cara tenebrosa de los sapos, pues dicen que interceptan la luz beneficiosa de los astros por un proceso de absorción. Como tienen una mirada fija, parece que son insensibles o indiferentes a la luz.
No hay enemigo chico.
Los símbolos tienen muchos significados. Sin sus orientaciones nos perderíamos en la infinita variedad de la vida humana.
Nos abren nuestra riqueza interior, una inmensidad que nunca alcanzaremos a comprender del todo, pero que siempre está disponible para buscar lo que queremos en la vida.
Finalmente nos ayudan a entender la grandeza de todos, y que los lentos, como los sapos, son tan valiosos como los ágiles, los avestruces.
Sapo Getsuju Japón, período Edo (1615-1868) |